Los dos muchachos Haro corrieron al cerro. Conocían perfectamente en donde pitahayaba Anastasio. Apenas iban subiendo la primera ladera del cerro, cuando escucharon a lo lejos unos gritos violentos y otros muy doloridos. Apresuraron el paso. De repente al subir la primera loma, se encontraron con una escena dantesca. Atado de los brazos y colgado de ellos en la rama de un mezquite estaba Anastasio. Semidesnudo y con la espalda roja de la sangre que manaba de ella. A un lado, el fraile Bernabé con un látigo de siete puntas, sudoroso, descargando sin misericordia tremendos golpazos mientras gritaba iracundo
__ ¡Sal bestia maldecida! ¡Sal del cuerpo de este hombre! ¡Confiesa, confiesa, tu hija era una bruja, confiesa!
__! Ay! ¡Noooooooo, Noooooooo, mi hija es una santa!
Los dos jóvenes apresuraron sus pasos, con rabia y temor se acercaron a los dos hombres, al llegar se agacharon y agarraron un par de piedras cada uno. Bernabé no los escucho llegar concentrado en su castigo, así que fue una sorpresa para él, sentir el primer piedrazo en su espalda, luego otro golpe en el brazo que hizo que el látigo callera al suelo. Volteo a ver a los recién llegados que, apenas disparaban un proyectil y ya se estaban agachando para agarrar otra piedra, había miles de ellas, y lo peor de todo, tenían una puntería endemoniada.
__!Ey! ¡Los castigara Dios y…!
No lo dejaron de terminar decir su maldición, pues otra andanada de piedras le llovió, así que a aquel cura loco, no le quedo de otra que correr, huir para salvar su integridad física. Los muchachos lo persiguieron hasta que vieron que tomo rumbo a Juchipila, entonces regresaron a auxiliar a Anastasio. El hombre se quejaba horriblemente, su camisa de manta estaba hecha jirones, roja por la sangre, en la nuca también tenía sangre, pero está ya estaba seca.
__ ¿Pos que paso tío?__Lo cuestionaron mientras lo liberaban de las cuerdas con que estaba atado.
__No sé, solo recuerdo haber sentido un golpe en la cabeza, luego desperté aquí, amarrado.
Con mucho sacrificio, abrazado a los hombros de los dos muchachos, regresaron al Remolino. Lo quisieron dejar en los jacales de los Luna, pero estos estaban solos, además Anastasio insistió que quería estar en la fiesta de su hija.
Grande fue la sorpresa de todos quienes estaban ahí. La gente se arremolino para escuchar lo que había pasado. Al saber la historia se escucharon gritos de coraje y amenazas de muerte en contra de Bernabé. Entonces fue que hablo el señor cura José de Jesús Fregoso.
__No buenas gente, no. Nada podemos hacer contra el padre Bernabé, porque aunque haga, lo que haga, el padre Bernabé no deja de ser un soldado de Cristo y sus acciones son para preservar la fe, según él. Si alguno de ustedes se manchara las manos con su muerte, entonces su sangre estaría maldita por siete generaciones, por haber matado a un ciervo de Dios. Nosotros no podemos hacer nada. Esto es un caso que tiene que resolver su eminencia, monseñor, arzobispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo. Mañana mismo tomare camino a Guadalajara para ir a verlo.
Cuenta la historia, que el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo, fue un santo. Con un amor infinito por los desamparados. Un verdadero guardián de la gente pobre. Que el primer día que llego a Guadalajara para tomar su puesto como obispo, fue recibido con un banquete inmenso, digno de un personaje como era él. Que luego de ver tal cantidad de bastimentos pregunto.
__ ¿Y toda esta comida? ¿Cuantos invitados hay?
__Solo usted su eminencia __Le respondieron __ Solo usted y las personas que lo acompañan.
__ ¡No! __Dijo enérgicamente __ Esto es un derroche, un pecado a tanta banalidad, un hombre puede ser alimentado con infinitamente menos de todo esto que hay aquí, así que es una orden, salgan a la calle y traigan a cuanta persona hambrienta se encuentren para que compartan la comida conmigo.
Ese, su primer día, el obispo Cabañas, como luego se le conociera, comió rodeado de la gente más pobre de la ya desde entonces, hermosa ciudad de Guadalajara y jamás volvió a ser atendido con otro banquete, como él decía, derroche de banalidades.
En ese mismo banquete, se dio cuenta de que en la ciudad había una cantidad muy grande de huérfanos y menesterosos, por esa razón también, una de las primeras ordenes que dio, fue la de construir un hospicio, en donde se atendiera a toda aquella gente, un edificio que ha sobrevivido a muchas guerras y aún sigue siendo un mudo testigo de la bondad de aquel hombre, un edificio que por su belleza arquitectónica es un orgullo para la perla tapatía, un edificio que en un principio fue llamado la casa de la misericordia, pero que actualmente lleva en nombre de su honorable fundador, HOSPICIO CABANAS
Por más de dos décadas el buen hombre estuvo a cargo de la enorme diócesis de Guadalajara, cuyo límite al norte, era el llamado arroyo del Zapote, por tanto el Remolino estaba en sus fueros. Esas dos décadas el prelado sobrevivió a la guerra de independencia, fue precisamente este hombre quien excomulgara a Miguel Hidalgo y Costilla por haber tomado las armas y dejar la fe de Cristo, eso siempre lo entristeció, y aunque nunca se arrepintió de haberlo hecho, le dolía la excomulgación de cualquier soldado de la iglesia. Solo había una acción de su vida que si le dolía, le molestaba y se arrepentía de haberlo hecho, esto era, haber coronado al emperador Iturbide a la consumación de la Independencia. Le dolía recordar el momento en que aquel hombre déspota se inclinó frente a él y se vio obligado a colocarle aquella corona de oro, luego soportar sus palabras de poder. Su arrepentimiento era tan grande que todas las tardes iba a una pequeña capilla y ahí, inclinado frente a un crucifijo rezaba e imploraba por el perdón de su alma.
La ultima tarde que fue a rezar, al estar inclinado frente al crucifijo, sintió una cálida mano que tocaba su cabeza, era un contacto muy extraño, una caricia divina. Una luz muy blanca lo obligó a cerrar sus ojos por lo que no pudo ver nada y curiosamente no se podía mover, pero no sintió miedo, al contrario, sintió una enorme paz. Estando así fue que escucho una dulce voz.
__No temas hijo, y no pidas más por el perdón de tus pecados que todo te ha sido perdonado. Tu alma es buena y pura, sin embargo para alivio de tu conciencia por haber coronado a un rey falso, he aquí que se te pide una encomienda. Hoy alguien habrá de pedirte que vayas a bendecir una capilla. Puedes negarte porque el lugar es muy lejano y tu edad ya es avanzada, nadie te reprochara nada y tu alma seguirá siendo limpia. Sin embargo si aceptas ir, harás tu obra magna en este mundo, bendecir la tumba de una santa. Sábete hijo que este viaje no tiene regreso. Sufrirás muchas incomodidades. Te enfrentaras al demonio. Sufrirás enfermedades, pero tu recompensa vendrá, tendrás oportunidad de vencer al fanatismo y bendecirás la capital del cielo, el lugar donde reposan los restos de la Santa Crucita, la más pequeña enviada de nuestro señor. Prepárate Juan Cruz, que también Cruz es tu nombre. Prepárate para ir a la capital del cielo, al hermoso ranchito el Remolino.
Luego la luz se fue desvaneciendo, El obispo pudo abrir los ojos. Respiro hondo y se sintió feliz. En ese instante entro un sirviente que le anunciaba.
__Su eminencia, lo buscan con urgencia.
__Ya lo sé, ya lo sé.
Cuando llego al lugar donde lo esperaba el señor cura José de Jesús Fregoso, el obispo lo saludo amablemente y antes de que dijera nada, le dijo.
__ Preparémonos padre, preparémonos, que mañana salimos temprano con rumbo del hermoso Remolino y bendeciremos la tumba de Santa Crucita.
El cura de Moyahua abrió los ojos desmesuradamente. Aquel hombre era un santo, ¿Cómo sabría a que iba si no le había dicho nada? El solo iba a pedirle un consejo, jamás se imaginó que el mismo obispo lo acompañaría, que bueno, un obispo en su feligresía, aunque en ese momento ninguno se imaginaba los problemas que les traería un demonio, el demonio que habitaba en el cuerpo de Bernabé.