__¡Se los dije, se los dije! Atacar a los caxcanes en tiempo de lluvia era un suicidio, pero no me hicieron caso…vaya estupidez!.
El virrey Antonio de Mendoza sumamente molesto gritaba ante los emisarios que le llevaban la noticia de la muerte de Alvarado y la derrota que habían sufrido ante los caxcanes.
__No puedo confiar en nadie más, yo mismo tengo que ir a redimir a esas bestias. Pronto, que vengan los emisarios, vayan por todo el territorio conquistado de la Nueva España y así sea a punta de espada, tráiganme a todos los indios que se encuentren. Prométanles lo que quieran, total, al final nada les cumpliremos.
Fue así como aquel hombre que instalara la primer imprenta y universidad en México, formó un ejército gigante, formado en su mayoría por tlaxcaltecas, tarascos e incluso aztecas, para ir a conquistar a los caxcanes.
En el cerro de las Ventanas , una vez más Tenamaxtle reunió a los caciques de los diferentes pueblos caxcanes .
__Hermanos todos, hoy, cuando el sol apareció tras la montaña, me han llegado las noticias, un ejército muy grande viene a nuestros cerros para luchar contra nosotros y dominarnos. Me han dicho que el mismo rey de los hombres blancos viene al frente. Dicen que traen muchos troncos de esos que truenan y lanzan fuego. Yo Tenamaxtle los he reunido aquí, en este cerro donde viven nuestros príncipes Macaco y Mapila para que ellos nos guíen y nos aconsejen sobre cómo debemos de luchar contra estos invasores.
Sepan hermanos que esta lucha será a muerte o en su defecto, nos podemos rendir y vivir para siempre arrodillados ante estos ambiciosos.
Los gritos de negación se escucharon al instante. Tencuitlatl pidió la palabra.
__¡Yo Tencuitlatl, cacique de la gran Xochilpilli, soy hijo de el viento, soy heredero de este cerro y guardián de su valle. Yo he visto como hombres fuertes como yo, caen desfallecidos en lo que ellos llaman zurcos, trabajando desde antes que la luz aparezca y hasta que el sol se despide de nosotros. Yo Tencuitlatl, padre de veinte hijos que quiere que ellos sean igual de libres que yo, voy a luchar con todo mi odio contra esos hombres, pues jamás, ni yo, ni alguno de mis hijos será esclavo de esos alacranes. Antes, prefiero matarlos yo mismo. Soy el viento, y el viento jamás podrá ser prisionero!
Ahora hubo gritos de aprobación, Tencuitlatl siguió hablando.
__Una cosa quiero pedir al gran Tenamaxtle. Que ya no nos reunamos en este bendito cerro. Aquí está enterrado nuestro tesoro y aquí está la fuente de el agua de los que quieren vivir mil vidas, si esos hombres se enteran de eso, son capaces de descuartizarnos uno a uno por arrancarnos nuestro secreto. Yo sugiero que nuestro cuartel sea en el cerro del Mixtón, ahí es mas fácil defendernos, ahí ni pumas ni jaguares pueden subir…y cualquier reyecillo como ese que viene, lo tumbo de una pedrada en la cola…
Risas, y nuevamente la aprobación general, así que ese mismo día miles de caxcanes se trasladaron al cerro del Mixtón para hacer ahí su guarida.
Antonio de Mendoza llegó con su ejército mixto de indios y españoles. Escogió la época de secas, cuando los cerros están secos, cuando no hay madrigueras ni arbustos en donde pudieran hacer emboscadas los caxcanes.
Las luchas fueron cruentas, unos luchando por su libertad, los otros por su extrema ambición poniendo como pretexto que iban en plan de evangelización. Un séquito de frailes acompañaban aquel ejercito, con sus cruces en alto y hablando que se rindieran en nombre de Cristo. Algunos soldados españoles tomaban su espada y la volteaban con el mango hacia arriba y también se formaba una cruz…no había diferencia, la cruz, la espada…la espada, la cruz.
Los caxcanes empezaron a perder las batallas, las armas y el número de soldados era muy superior.
Una tarde, después de una batalla. Desde el cerro de Apozol Tenamaxtle contemplaba en la llanura las decenas de cuerpos caxcanes tirados sin vida. Se sentía deprimido. En eso miraron que un fraile iba hacia ellos, lo acompañaba un intérprete. Tenamaxtle ordenó que no se le atacara. Aquel hombre llegó y habló.
__Ya no derramemos más sangre. Ya que se termine esta guerra. El virrey Antonio de Mendoza es un hombre justo y le perdona la vida a todos ustedes si dejan las armas. Pide que Francisco Tenamaxtle vaya a hablar con él y tomen los acuerdos necesarios para que esto termine en paz.
Tenamaxtle se adelanto y volviéndose a su gente así les dijo.
__Lo que dice este hombre es verdad hermanos. Si ellos quieren hablar podemos hacerlo, voy a ir a hablar con su rey y pondré la condición que se vayan y no regresen, le hablaré como Tencuitlatl lo ha dicho, todos tenemos derecho a ser libres como el viento.
El mismo Tencuitlatl le respondió.
__No vayas Tenamaxtle, ellos tienen lengua de cenzontle, muchos canticos diferentes. Son mentirosos. Si vas te van a matar y entonces si habremos perdido la guerra. Eres nuestro líder.
__Tencuitlatl. Te quedas a cargo de la gente mientras regreso. Volveré pronto. Si para cuando la luna salga no he regresado, es porque algo me ha pasado, entonces tu tomaras todas las decisiones que creas convenientes. Pero confiemos en que ese hombre me entienda y yo regrese pronto.
Sin decir más palabras Tenamaxtle le indicó al fraile que lo seguiría.
Antonio de Mendoza lanzo un grito de júbilo cuando tuvo frente a él al líder caxcán.
__¡Por fin, por fin…aprésenlo, amárrenlo de un mezquite y no le den ni agua! Pronto vamos a saber en donde ocultan sus tesoros, porque estoy seguro que los tienen, veremos si este es igual que aquel a quien Cortez le quemó los pies.
Tencuitlatl se sentía desesperado. Amaneció y no apareció su general. Supo de inmediato que algo había pasado. De inmediato tomó una decisión. Dividir el ejercito caxcán en pequeños grupos y atacar en diferentes puntos, luego de un ataque fiero, huir para volver a atacar cuando menos lo esperaran. Así empezó una guerra de guerrillas que desesperó y enojó al virrey, sobre todo cuando por enésima vez volvieron a quemar la iglesia de Moyahuac.
Una vez más, el fraile que parlamentara con Tenamaxtle, fue a buscar a Tencuitlatl para proponerle el mismo trato que se le hiciera a su jefe.
Tencuitlatl lo escuchó y luego le respondió
__No te creo, hombre mentiroso, así engañaste a Tenamaxtle, así te lo llevaste para que lo mataran. No voy a ir a ver a tu rey.
__Pero quién te ha dicho que Francisco Tenamaxtle está muerto, nada de eso, el esta en pláticas con el virrey.
__Mientes…ya lo han matado, por eso yo no voy a ir, y luchare contra ti y todos los tuyos.
__No, de verdad, él está vivo.
__¡Muéstramelo!
__Esta en el convento de Xochipilla…
__Muéstramelo y entonces te voy a creer. Llévalo al cerro de las Ventanas y si es así, si el vive, entonces nos rendiremos todos los caxcanes, y Tenamaxtle vive, le daremos a tu rey muchos regalos, flores y piedras preciosas, flechas y collares, y de esas piedras amarillas que tanto les gustan a ustedes, tenemos muchas escondidas.
__¿Oro?
__Si, de eso que ustedes llaman oro.
El cacique de Teul preguntó curioso.
__¿Oro? ¿De dónde? No tenemos, es caca de dioses.
__Tú no digas nada, si ellos pueden ser mentirosos, Tencuitlat también puede ser, es la única manera de saber si nuestro general sigue vivo.
El fraile emocionado regresó con el virrey y le dijo las condiciones de Tencuitlatl.
__¡Lo sabia!__ Gritó emocionado el virrey. __Vamos, pronto, saquen al indio y vamos al cerro de las Ventanas.
Desde lo alto Tencuitlatl divisó al séquito, ¡si!, al frente de aquel grupo de españoles iba aquel hombre musculoso y moreno. Agudizo sus ojos, era Tenamaxtle, no cabía duda, pero se notaba enflaquecido y en su rostro se notaban moretones de golpes.
El solamente se había hecho acompañar de diez guerreros y veinte doncellas que lo esperaban al pie del cerro. Él bajó lo más rápido que pudo para reunirse con ellos, ya tenían todo preparado, las veinte doncellas llevaban ramilletes de hojas de cebolleta, los diez guerreros bultos tapados, lo que hizo pensar a Mendoza que eran sus regalos de oro, jamás se imaginó que aquellos bultos eran una sorpresa que Tencuitlatl le tenía preparada..
Cuando llegaron los españoles ante ellos, Tencuitlatl y su gente se inclinaron ante aquel hombre.
__¡No! __ les gritó Tenamaxtle, __No se pueden rendir, quedamos que lucharían hasta la muerte.
Humildemente le respondió Tencuitlatl. Lo cual le fue traducido inmediatamente al virrey.
__Lo siento mi señor, no podemos más. Este hombre blanco es muy poderoso y no podemos con él, lo mejor será rendirnos y ser sus esclavos para siempre.
__No Tencuitlatl, si haces eso estamos perdidos.
__Perdón señor, por rendirnos y por haber traído nuestro oro para dárselo a este rey.
__¿Oro?
__ ¡Si, el oro, el oro!__ gritaba emocionado Mendoza mientras descendía de su caballo para ir a destapar aquellos bultos. Cuando hubo estado cerca de ellos, Tencuitlatl dio la orden mientras se incorporaba inmediatamente. Destaparon los bultos y aparecieron sus clásicos huarichos, si ya le había funcionado con Alvarado, por qué no con Mendoza. Con furia fueron pateados los panales y miles de abejillas enojadas salieron para defender su miel. Las mujeres siguieron golpeando con las ramas de cebolleta los huarichos, sin importarles ser picadas por los insectos.
__Joder! ¡Auxilio! ¡A mí, soldados que esto me mata!
Aquello fue una confusión general. Tencuitlatl no desaprovecho la oportunidad y corrió a salvar a Tenamaxtle. Ningún soldado le puso atención por escudarse de las abejillas. En un santiamén todos los indios tomaron carrera hacia la ladera. La confusión pronto fue controlada y los empezaron a perseguir, pero aquellos indios conocedores del terreno, pronto llegaron a la cueva que varios siglos despues seria llamada como la cueva del Chivo y ahí entraron. Era muy oscura, pero ya tenían preparados algunos ocotes, y alumbrándose con ellos, empezaron a descender por aquella inclinada escalinata. Miles de escalones bajaron en la semipenumbra, hasta llegar a un pasillo plano. Había mucha humedad, estaban pasando por abajo del rio. Luego empezaron de nuevo los escalones, ahora en acenso, y asi, hasta salir en una cueva, al otro lado del rio. Ahí descansaron un poco, nadie los perseguía.
Tenamaxtle estaba muy débil, tantos días con muy poco alimento. Pero estaba feliz, estaba libre.
__Perdóname Tencuitlatl por haber dudado de ti. Eres un hombre valiente e inteligente. Ahora sé que fue un error confiar en los hombres blancos, no lo volveré a hacer.
__Nada agradezcas,. Solo cumplí con mi deber. Soy libre como el viento y así deben ser todos los caxcanes. Y vámonos al Mixtón, para que mi mujer me cure con saliva y tierra que me picaron como mil abejas.
Y asi, riendo como chiquillos, las veinte doncellas, los diez guerreros, Tenamaxtle y Tencuitlatl, tomaron rumbo al Mixtón. Habían ganado aquella batalla. En ese momento no se imagianban, que venía lo peor.
FRANCISCO RODRÍGUEZ LÓPEZ