Fue
una verdadera odisea llevar al Obispo hasta el Remolino. Para bajar y subir lo
que llamaban la Barranca, de Guadalajara a Ixtlahuacán, se hizo una especie de
parihuela y ahí acostaron al clérigo, luego entre cuatro hombres lo llevaron
hasta bajar al rio y luego volver a subir la montaña. En los llanos de
Ixtlahuacán fue más fácil, un rico hacendado les presto su elegante diligencia
y así llegaron hasta los dominios de la hacienda
de Santa Rosa, en donde de nuevo tuvieron que bajar al hombre acostado en su
parihuela. Ya en Moyahua lo llevaron en una carreta y así, un nublado mediodía
de los finales del mes de mayo,
el Obispo de Guadalajara, Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo, arribaba a la
naciente plaza del Remolino.
El
padre José de Jesús Fragoso, durante todo el trayecto estuvo mandando emisarios
anunciando y preparando los arribos del obispo
a los diferentes pueblecitos por
donde fueron pasando, por eso, en el Remolino ya lo estaban esperando. Eran cientos de personas las que
estaban en la plaza. Los Luna y los Haro habían preparado un banquete igual al
que hicieran el pasado tres de mayo. Un trio de violín, guitarra y tambora
amenizaban el ambiente, había tastoanes y danzantes, la gente había formado una
valla desde el camino real
hasta el montículo donde posaba la hermosa Cruz de mezquite. Al fondo estaban
los Luna y los Haro, además, todos los clérigos que Vivian en la región, todos,
incluyendo al maléfico Bernabé, que muy serio con una mirada rabiosa observaba
todo lo que acontecía.
El
obispo pidió que lo bajaran de la carreta y así, caminando entre las dos filas
de personas que lo ovacionaban, lentamente se dirigió a la hermosa cruz que lo
esperaba al fondo. El hombre sonreía, se sentía feliz, para sí mismo pensó
“Estoy en un lugar santo, aquí vivió una ángel enviado por el señor”
Anastasio
y Mercedes fueron quienes lo recibieron. Se inclinaron frente a él y besaron su
mano.
__
Ustedes han de ser los padres de esa niña santa, los encargados de cuidarla,
como lo fueron María y José con nuestro señor Jesucristo. Benditos sean por
siempre.
__
¡Gracias señor obispo por haber venido! __ Dijo Anastasio con voz alta para que
lo escucharan todos __ Gracias porque así, se ha de saber que mi hija fue una
santa y no una bruja como algunos dicen __ Y luego volteo a ver y señalo a Bernabé con coraje.
El
obispo estaba bien informado sobre el caso de aquel inquisidor. Volteo a verlo,
noto la mirada del monje, el obispo se estremeció, como si a quien estuviera
viendo era el mismísimo demonio. Entonces lo encaro.
__
¿Eres Bernabé?
El
monje solo movió la cabeza afirmativamente.
__
Hijo __ Dijo el obispo en un tono amoroso __ sé que fuiste inquisidor, sé que
eres un hombre de mucha fe, que eras un fiscal y verdadero defensor de nuestra
santa, católica y apostólica iglesia, pero sábete buen cristiano, la
inquisición ha sido abolida, ya no existe, era cruel y por eso a bien de todos,
ha desaparecido.
Bernabé
lo miro, con voz ronca
argumento.
__Aquí
vivió una bruja, dicen que hacia milagros, era solo el demonio engañando gente,
su excelencia no debe ni aceptar ni bendecir este lugar.
__
¡Padre Bernabé, sépase que la madre de Dios me ha ordenado venir a este lugar y
bendecirlo. Es mi orden que te redimas y aceptes mi mandato, no volverás a
hablar mal de esta causa, aquí nació y murió una niña santa, es mi veredicto!
¡Voy a bendecir este lugar, y nadie lo podrá impedir, ni tú, ni nadie!
El
monje cayó de rodillas y avanzando de esa manera, con la cabeza agachada se
dirigió a su superior. El obispo tendió su mano para que la besara el rebelde.
Al levantar este las manos, don José María alcanzo a ver algo extrañas en
ellas. El viejo grito presintiendo algo malo, pero fue demasiado tarde, cuando
Bernabé tomo la mano del obispo, este lanzo un grito espantoso, quiso
retirarla, pero Bernabé lo sostenía fuertemente y no pudo, solo siguió
gritando.
__
¡Trae alacranes en la mano! ¡Le están picando al obispo! ¡Quítenlo de ahí! __
El viejo José María gritaba desesperado.
Anastasio
por ser la persona más cercana a ellos, se arrojó sobre Bernabé para que
soltara la mano del prelado, rodaron por el suelo. Bernabé malévolamente puso
una de sus manos sobre el cuello de Anastasio, al momento este también lanzo un
alarido y se tomó del cuello, entonces el mal monje se incorporó y riendo
malévolamente le mostro las manos amenazantes a los presentes, que para
entonces ya los habían rodeado. La gente pudo ver que en ambas manos, el cura
se había puesto una gran plasta de miel y cera, luego sobre aquella mezcolanza
pegajosa se había pegado diez ponzoñosos alacranes dejándoles la cola suelta,
los cuales, no paraban de
tirar aguijonazos por la desesperación de sentirse atrapados. La miel y cera
impedían que los aguijones tocaran la piel del mal monje.
El
Obispo cayo presa de espasmos, eran múltiples los piquetes que había recibido,
era mucho el veneno que ya corría por su cuerpo. Las reacciones naturales del cuerpo a
aquel veneno tan toxico
entre otras muchas, es paralizar la quijada, por lo cual el obispo ya no podía
hablar. Anastasio había sido picado en el cuello, el veneno llego
inmediatamente al cerebro, también se convulsionaba igual que el obispo.
Bernabé
reía maléficamente mientras mostraba sus manos armadas con aquellas alimañas y
gritaba __ ¡Ahora si, nadie podrá bendecir esta tierra ni hacer ese sacrilegio.
Nadie
se atrevía a acercársele. El clérigo estaba rodeado de gente. No podía huir, ni
le interesaba, quería ver completa su obra. Se sentía protegido con sus
alacranes. Miro que alguien se abría paso entre la gente y se acercaba a él.
El
viejo José María se sintió rabioso. Sin medir las consecuencias se acercó al
moje. Bernabé le mostro sus manos. Don Chema estiro una de sus manos y sin
temor arranco de ahí un alacrán. Grande fue la sorpresa de los presentes y del
monje mismo cuando el viejo clavo el aguijón del insecto en su antebrazo. El
alacrán quedo muerto, pegado a la piel del viejo, colgando inerte.
__ Nada,
nada me pueden hacer tus cochinadas. En
cambio yo a ti, si te puedo y te voy a hacer pedazos. Y esto me lo va a
perdonar Dios, porque no voy a matar a un padre, voy a matar a un diablo, como
cuando matamos al Gavilán. ¡Alguien, que me dé un machete!
Bernabé
abrió los ojos desmesuradamente. Varios machetes aparecieron al momento. Don
José María tomo uno de ellos y lo levanto amenazadoramente. El monje retrocedió
asustado. El viejo avanzo. El círculo de personas se apretó para impedir que
Bernabé retrocediera más. Cuando estuvieron a distancia para que el machete
pudiera cumplir su objetivo, El viejo Luna apretó la cacha fuertemente y justo,
cuando iba a soltar el golpe escucho la voz más hermosa que su cerebro
recordara.
__
¡No abuelito! ¡No hagas eso!
Todos
los presentes escucharon también la voz y voltearon asombrados al lugar donde
esta se originaba. Grande fue su sorpresa pero nadie sintió miedo. Ahí, al pie
de la cruz de mezquite estaba ella, la niña zaurina del Remolino, la santa niña
Crucita, en cuerpo y alma, igual que un año antes. Todos se arrodillaron
inmediatamente menos don José María y el monje que estuvo a punto de morir. El
viejo soltó el machete y empezó a llorar emocionado. La gente miro como la niña
bajo del templete y lentamente se dirigió a donde estaba su padre abrazado por
Mercedes. Toco su cabeza y amorosamente le dijo.
__Levántate
papa. Nada te ha pasado__ Al instante Anastasio dejo de sentir dolor alguno.
Luego
aquella aparición se acercó al obispo que era sostenido por el padre José de
Jesús Fregoso. De igual manera como lo hiciera con su padre, toco también su
cabeza mientras decía.
__Nada
te ha pasado buen hombre y sábetelo, nuestro señor me ha mandado con un
mensaje. Todos tus pecados te han sido perdonados. Que tu corazón ya no sufra
por haber coronado a un demonio. No fue tu culpa. Eres un santo y por tanto
fuiste elegido para venir a bendecir esta tierra tan hermosa. Esta, la capital
del cielo. Levántate y haz lo que tienes que hacer.
El
buen hombre abrió los ojos, al instante se le llenaron los ojos de lágrimas
emocionadas. Sonrió amoroso porque sintió una paz enorme en su corazón. Luego
miraron que Crucita se dirigió a donde estaban su abuelo y el monje Bernabé.
Fue
entonces que don José María se arrodillo. La niña acaricio su rostro. No le
dijo nada, porque en ese momento la santa encaro al monje.
__
Eres muy bueno Bernabé, luchas por la fe de Cristo, pero te has desviado un
poco del camino. Esa no es tu misión Bernabé. Hoy abras de descubrirla. Tus
pecados te han sido perdonados.
En
ese instante todos vieron como en el cielo nublado del Remolino se abrieron las
nubes y un rayo de sol bajo hasta donde estaba Crucita. Era una luz muy blanca
y con mucha emoción todos vieron como ella se fue elevando al cielo mientras la
luz se iba desvaneciendo lentamente y se volvieron a cerrar las nubes. Luego
hubo un instante de silencio total, solamente se miraban unos a otros hasta que
los gritos del obispo los sacaron a todos de aquel letargo.
__
¡Milagro! ¡Milagro! ¡Esto es un milagro! ¡Estoy bien! ¡Estoy bien!
Entonces
fue que todos los presentes empezaron a gritar eufóricos. Testigos de un
milagro. Lloraban, reían, gritaban. El obispo se incorporó y con toda la
emoción del mundo pidió agua bendita y así, luego de aquel milagro y seguido
por todas aquellas personas, empezó a bendecir el lugar. Bendijo la plaza,
bendijo el montículo donde habían sepultado a Crucita y donde ahora estaba
aquella cruz de mezquite sombreada por dos huizachillos, luego fue a donde
estaban los cimientos de la capilla y los bendijo, diciendo que desde ese
momento nombraba al lugar por orden de la madre de Dios, Capilla del Remolino,
única capital del cielo.
Luego
fueron a comer, felices, tranquilos, sintiéndose protegidos por la bondad de un
santo obispo y el manto de Santa Crucita. Solo se sintió nuevamente la
inquietud cuando don José María hizo una observación.
__Oigan
gentes, y a todo esto, ¿onde quedo el mula de Bernabé?
Hasta
ese momento se acordaron de él. El obispo palideció. Recordó lo que la madre de
Dios le había dicho, que no regresaría con vida a Guadalajara. Alguien grito
que sobre una piedra había algo. Fueron a ver. Ahí estaba las plastas de miel y
cera junto con los cadáveres de los alacranes, pero Bernabé había desaparecido.
__ No
se preocupe señor obispo__ Dijo
consolador don Fermín Horta __ En lo que usted este con nosotros y en su viaje
de regreso, yo y la santa niña Crucita nos vamos a encargar de cuidarlo.
Pero
don Fermín no pudo cumplir su promesa. El Obispo estuvo dos semanas en la
región, durante este tiempo el buen hombre fue cuidado por el arriero, pero un
día tuvo que ir don Fermín a encontrar unos arrieros que venían de Cuquío con
una piara de cerdos y le habían avisado que una jauría de lobos los amenazaba,
así que tuvo que ir a su encuentro con su escolta de lanceros. Ese día,
el obispo decidió que era
momento de volver a Guadalajara, pero no quería irse sin visitar otras
parroquias de su homilía, así que ordeno que regresara subiendo por la sierra hasta llegar a Nochistlán,
luego iría a San Juan de los Lagos para volver a la capital. Solamente el señor
cura de Moyahua intento disuadirlo de su plan, era tiempo de lluvias y aquel
viaje sería muy peligroso para su salud.
__ Es
mi orden y es mi deseo padre José, y quiero que vaya conmigo.
Así
que aquella mañana lo subieron en una carreta y acompañados por una pequeña
comitiva, se despidió para siempre de la gente del Remolino, sin imaginar que
muy pronto se llevaría el susto de su vida.
Iban
muy tranquilos por el camino real, a un lado del camino había un surco muy
largo plantado de nopales. Comentaba el clérigo sobre las propiedades
alimenticias y medicinales de aquel cactus con el carretero, cuando este detuvo
el vehículo y gritaba muy asustado.
__
¡Señor obispo! ¡Mire, ahí! ¡Es Bernabé!
En
efecto, a mitad del camino estaba el, Bernabé, con el torso desnudo y un gran
madero sobre sus hombros. El obispo se sintió amenazado.