A finales del siglo XIX, Antonina
Horta era una de las mujeres más hermosas de la comarca Juchipilense, sus ojos
azules resaltaban en aquella piel blanca denotando claramente su sangre
francesa. Nadie se explicaba cómo era posible que se hubiera fijado en Apolinar
López, el humilde trabajador del trapiche, hijo de Margarito López y de Anita
Gutiérrez Cárcamo. Pero así es el amor de caprichoso, tal vez mucho tuvo que
ver, el alma de poeta que poseía Apolinar, y el poema que le mandara en una
carta perfumada.
Eres como la flor del cacalasustle
Perfumada como una piedra de copal
Yo, un simple abrojo del camino
Una triste penca del nopal
Pero cada vez que yo te miro
Siento en el pecho una salta pared
Así se me mueve el corazón mío
Con tan solo devisarla a usted
Ha de perdonar mi atrevimiento
Pero si no quiere que la quiera
Voy a cruzar el rio crecido
Pues lo mejor es que yo me muera, me
muera…
El poema se lo dicto a Feliciano
Haro, que era de las pocas personas que sabían leer y escribir, luego, espero a que Antonina fuera a
la capilla y carraspeando para que ella volteara, la puso bajo una piedra,
arriba de la tumba de José María Luna. Fue por curiosidad que Antonina busco
aquel papel. No era la primera vez que le escribían cartas de amor, era una
mujer muy pretendida, pero ninguna había venido escrita en versos y aquello fue
como una nota mágica y curiosamente se enamoró del ranchero poeta, de tal
manera que le respondió con otra nota.
“No Apolinar, no te mueras, si tú te
mueres, también me muero yo”.
Fue así como se hicieron novios.
Nunca pudieron cruzar palabra de solteros, porque los Horta eran muy celosos
con sus mujeres y no dejaban que hablaran con los hombres. Su única forma de
comunicación, eran aquellos poemas que cada semana le mandaba Apolinar. El por
su parte le hubiera gustado mandarle uno diario, pero don Feliciano le cobraba
dos centavos por escribírselos y un centavo por leerle las respuestas, así que
estaba caro y se conformaba con mandar uno por semana.
Don Asunción Horta casi se infarta
cuando Margarito López y Ana Gutiérrez llegaron una Noche a pedirle la mano de
su hija Antonina para su hijo Apolinar. Un pobre López para una de las Horta,
jamás. Estaba a punto de correrlos de su casa, cuando entro Antonina a la
estancia donde estaban y con ese carácter que siempre la distinguió le dijo a
su progenitor.
__Padre, vale más que de la venia de
que yo me case con Apolinar. Si usted se niega, yo me voy a ir con él o me voy
a tirar desde lo alto del cerro al barranco. Usted sabe bien que se lo estoy
diciendo en serio.
A don Asunción no le quedó más
remedio que aceptar aquel matrimonio y una fresca mañana del mes de abril, recibieron
la bendición en la capillita del Remolino.
Fue hasta que vivieron juntos, que se
notara la diferencia de carácteres. Ella siempre activa, parlanchina, no había
idea que se le ocurriera, que no la llevara a cabo, en cambio Apolinar era
tranquilo, soñador, aunque muy trabajador no tenía visión para el futuro, era
solo un peón, y decía que como peón habría de morir, así era la ley de Dios.
Dionisio López era hermano de
Apolinar, eran muy diferentes. Dionisio era igual que Antonina, un muchacho alegre
y dicharachero, con sus apenas 20 años de edad, ya era maestro albañil y traía
trabajos por su cuenta. Se contaba que era muy enamorado, que no le importaba
que el rio estuviera muy crecido para ir a ver a sus novias que tenía en la
Boquilla del Rio, lo atravesaba nadando, cosa que muy pocos se atrevían a hacer
cuando venía muy cargado de agua. Por más que lo reganaba don Margarito,
diciéndole que cualquier rato se iba a meter en problemas, Dionisio no
entendía, tenía una frase muy de él.
__Usted no se apure padre, la vida
para mí es muy corta y hay que saber vivirla.
__ Pues vívela, pero respetando, las
mujeres casadas son sagradas
__Pues si padre, por eso yo les rindo
los honores__ Y luego aquella larga carcajada que lo distinguía particularmente.
Por eso fue de extrañarse cuando
cambio su estilo de vida. Dejo de ser parrandero, mujeriego, de su trabajo a su
casa. Eso fue cuando se casó su hermano Apolinar y se llevó a vivir a su esposa
a la casa paterna.
Vivian en un llanito muy cerca de la
plaza, en donde ahora es la casa de Cuca de Pancho. Ahí había un callejón que
salía hasta la plaza. El solar era muy grande, una pequeña yunta que sembraban
año con año. Después le dieron un pedazo a Juan y a Silvestre Villarreal, el
resto lo perdieron un año que no pagaron los impuestos y solo quedo un pequeño
lote. Un día se fincó don Mónico Rodríguez
diciendo que él quería que su casa diera a la plaza y tapó la calle, quedando solo un
pequeño callejón que terminaba en la propiedad de Juan Villarreal, así de fácil
era apropiarse de los terrenos en esa época.
Apolinar tenía su jacal aparte, sus
gallinas y su chiquero con un par de marranos, pero a solo unos pasos del jacal
paterno, por las tardes al regresar de trabajar era de rigor convivir con toda
la familia. Por eso fue que Dionisio y Antonina Horta hicieran tan buena
amistad. Tal vez por eso, Dionisio dejo de ser noviero, por las tardes
regresaba ansioso a su casa, solo para platicar con su cuñada, para ayudarle a
darle de comer a los puercos, a deshierbar la milpa, a platicar de planes de
urbanización a futuro en el Remolino, a darse cuenta que la extrañaba cuando
estaba trabajando.
El día que sepultaron al viejo Pablo
Estrada, el último hombre que contaba haber conocido a Miguel Hidalgo cuando le
puso el nombre al Remolino, fatigaron para encontrar un lugar en el panteón de
la capillita. Para ese entonces ya se había fincado a un lado el patriarca de
los Robles y no había más espacio.
Por la tarde Dionisio y Antonina
platicaban acaloradamente que era necesario un panteón nuevo. Apolinar solo los
escuchaba burlesco, hasta que por fin comentó.
__ ¿Apoco creen ustedes que nomás es
decir vamos a hacer otro panteón y ya está listo? No, si para eso se necesita
un terreno, y luego hay que bardarlo, y luego que la gente quiera enterrar
ahí a sus muertos.
__ Mmmm, tu siempre tan negativo
__Contestó molesta Antonina__ y luego tan buen terreno que tenemos aquí. Mira,
ahí donde está la milpa se puede hacer panteón.
__ Si como no, apoco crees que mi apá
va a dejar que siembren ahí los muertos. Si de por si dicen que en la capillita
se aparecen muchos muertos, no vamos a querer aquí el muertal.
__ Fíjate Antonina que mi hermano
tiene razón __Dijo Dionisio__ como que hay que buscar un lugar lejos del
rancho, donde no veamos cuando se aparezcan los muertos. Qué te parece el
cerrito de los zapateros.
__ Muy lejos, muy alto pa subir los
cajones ¿Y al pie del cerro de las Ventanas? Ahí se vería bonito un camposanto.
__ Ándale, ahí sí.
__ Apolinar, mañana que es domingo
nos vamos a levantar temprano para ir a misa a Juchipila, luego voy a ir con el
licenciado Delgadillo a pedirle que nos dé un pedazo de tierra para el panteón.
__ Bueno…
Y así fue. Mucho tuvo que ver que el
llamado licenciado Delgadillo siempre estuvo enamorado de Antonina. Los recibió
con mucho agrado, aunque luego su mirada se puso triste, al notar que aquella
mujer tan hermosa ya estaba perdiendo su figura por causa de su primer
embarazo, para ese entonces ya llevaba en el vientre a su primer hijo, quien
seria llamado Librado López, que a la postre sería el esposo de Casimira
Quintero, la hija de Florentina Ríos. Ambos descendientes directos de aquel
francés que un día llegara herido al Remolino.
El licenciado Delgadillo dio permiso
para que tomaran el terreno que quisieran al pie del cerro de las ventanas,
siempre y cuando lo bardearan para que se notara donde eran los limites.
Luego de haber conseguido el terreno,
Antonina se dio a la tarea de hablar con la gente de los ranchitos aledaños,
explicándoles el nuevo proyecto. En esa época casi todos los muertos de los
pueblos vecinos, a excepción de Juchipila eran sepultados en el Remolino.
Lo que Antonina pedía es que se
juntaran y entre todos hicieran adobes y bardearan el nuevo panteón, el
encargado de la obra seria su cuñado Dionisio.
Apolinar ante el entusiasmo de su
esposa y de su hermano, no le quedo de otra más que participar y todos los
días, antes de irse a su jornada de trabajo, se iba al rio y junto con una
veintena de voluntarios, batían lodo con pasojos de burro y hacían lo más que
podían de adobes para bardar el nuevo panteón. Muy pronto hicieron los
necesarios y entonces con cuatro ayudantes Dionisio empezó la pared que
delimitaría el predio que sería el panteón.
Todos los días iba Antonina a
llevarle de comer. Primero pasaba por el trapiche para dejarle su bastimento a
su esposo y luego agarraba camino al cerro para llevarle a su cuñado y
supervisar la obra.
Antonina le había prometido a toda la
gente que participó en el proyecto, que el día que terminaran, ella iba a hacer
un mole de guajolote para todos ellos. Desde entonces el mole de las Horta era
famoso en toda la región.
Fue una tarde, ya casi terminada la
obra, cuando Antonina llego con el alimento para Dionisio. Fueron a sentarse a
la sombra de un mezquite para saborear sus frijolitos recién cocidos con un
pedazo de queso. Fue por una coincidencia que los dos a un tiempo estiraron la
mano para agarrar una tortilla y sin querer quedaron agarrados de la mano. El
contacto duro unos segundos. Dionisio sintió que se estremeció todo su cuerpo y
se puso su piel chinita. Antonina también sintió algo extraño. Ambos se miraron
por un instante, luego los dos bajaron la mirada y rápidamente retiraron la
mano uno del otro.
__ Ya me voy Dionisio__ Dijo ella
__Si, ta bueno, ya vete, yo te llevo
los trastes.
Sin volver a verlo, Antonina se
levantó e inmediatamente tomo camino al Remolino. Su mente no paraba de
trabajar pensando en lo que acababa de ocurrir. ¿Qué era aquello? ¡No! Ella era
una mujer decente, no podía pensar en semejante salvajada. Dionisio era su
cuñado, hermano de su esposo, ella amaba a Apolinar. Pero, entonces porque
aquella inquietud. De repente saco de su pecho el rosario que siempre llevaba
al cuello e hincándose mientras apretaba el crucifijo dijo con mucha devoción.
__ Señor, que no sea lo que estoy
pensando. No quiero ser una mujer mala. No quiero que se atraviesen los
sentimientos. Tú eres sabio, tú eres poder, haz lo que tengas que hacer, pero
no quiero amar a dos hombres, menos aun si ellos son hermanos. Confió en tu
grandeza y tu bondad, amen.
Luego, sintiéndose más tranquila
siguió camino rumbo a su casa.
Otro día se hizo acompañar de su
suegra, doña Anita Gutiérrez, para llevarle de comer a sus hijos. Por las
tardes adujo que se sentía mal por el embarazo para ya no salir al patio a
darle de comer a las gallinas y no ver a su cuñado.
Dionisio por su parte también se
notaba triste. Ya no cantaba y se miraba cansado. Tampoco buscaba a Antonina,
sin embargo una noche mientras cenaban en familia le tuvo que anunciar.
__ Oye Antonina, yo creo que pasado
mañana acabamos de bardar, yo te lo digo porque la gente anda alborotada por el
mole que les prometiste.
__A pos que bueno que me avisas,
mañana mismo hago borlote para que vengan las mujeres a ayudarme, yo creo que
con unos tres guajolotes que matemos es suficiente.
__ Les quedó bien bonita la barda
mijo __Dijo don Margarito__ no cabe duda que eres buen albañil.
__ Si apá __ Luego mirando a Antonina
agregó__ Si hasta dan ganas de morirse para que lo entierren ahí a uno.
Antonina agacho la cabeza, pero aquella idea a Dionisio se le
volvió una obsesión
La barda del panteón la terminaron el
20 de marzo de 1897. Era un sábado. Al medio día Las mujeres lideradas
por Antonina ya habían preparado el mole y la sopa de arroz para el festejo.
Todos los hombres que habían participado en la construcción de la barda estaban
presentes. La mayoría de la gente se acercó cuando Dionisio iba a colocar el
ultimo adobe, por lo que todos escucharon claramente cuando dijo.
__ ¡Ahora sí! ¡Ya tenemos un nuevo
panteón, hermoso como ninguno y yo quiero ser el presidente. El primero que
sepulten aquí, porque a veces es mejor estar muerto que andar sufriendo!
La gente rio ante aquella ocurrencia.
Antonina lo miró con tristeza. Alguien hizo circular una botella de
aguardiente, cuando llego a las manos de Dionisio, iba casi a la mitad, este no
se la despego de la boca, hasta que no quedo una gota.
Empezaron a circular los platos con
mole, la gente se acomodaba en el suelo o se sentaban en piedras o pedazos de
adobe. Dionisio se acercó a las mujeres que servían y les hizo una petición.
__ Oigan, no habrá un pescuezo de
guajolote por ahí, a mí me dan eso.
Antonina misma fue quien se lo
sirvió. Dionisio tomo su plato, de inmediato metió la mano tomando la pieza que
había pedido, la mordió para arrancarle un hueso que
jugó en su boca, dio la media vuelta y se sintió mareado por el alcohol que
había bebido. Trastabillo y por evitar que se callera su plato con mole suspiro
hondo y en ese instante el hueso que tenía en la boca se le fue al gaznate.
Sintió que se atoro en su garganta. Tosió, le faltó aire. Intentó volver a
toser pero no pudo. Soltó el plato con mole para agarrarse el cuello. Quiso
gritar pero le era imposible. Abrió los brazos para pedir ayuda. De su garganta
solo salía un sonido como ronquido. Le faltó aire a los pulmones. Por fin
alguien se dio cuenta.
__ ¡Dionisio, algo tiene Dionisio!
__ ¿Qué tienes?
__ ¡Se está ahogando!
__ ¡Denle agua!
__ ¡Péguenle en la espalda!
__ ¡Hijo, hijo!
El rostro de Dionisio se puso morado.
Los ojos muy abiertos. Se miraba desesperado. Su agonía era terrible, duro
varios minutos. Alguien le metió la mano a la boca y alcanzo a tocar el hueso,
pero fue peor porque lo único que hizo fue empujarlo un poco más y tapó por
completo la garganta. De repente cerró la boca. Se quedó serio. Buscó el rostro
de Antonina y sonrió, con su mirada le dijo muchas, muchas cosas. Luego ladeó la cabeza y todo su cuerpo se
desmadejó.
La gente siguió intentado darle
ayuda, pero ya todo era inútil. Dionisio López, el hijo de Margarito López
y Ana Gutiérrez Cárcamo, hermano de
Apolinar y Venturita, había muerto el mismo día que el terminara la barda del
panteón.
Una muerte terrible, pero no tanto
como la que le toco padecer a su hermana Ventura. Algún día la contaremos.