El remolino historia fantastica

sábado, 28 de junio de 2014

CAPITULO XXXII, AMOR Y PASIÓN, INDISPENSABLES PARA EL NACIMIENTO DEL NUEVO PANTEÓN.

A finales del siglo XIX, Antonina Horta era una de las mujeres más hermosas de la comarca Juchipilense, sus ojos azules resaltaban en aquella piel blanca denotando claramente su sangre francesa. Nadie se explicaba cómo era posible que se hubiera fijado en Apolinar López, el humilde trabajador del trapiche, hijo de Margarito López y de Anita Gutiérrez Cárcamo. Pero así es el amor de caprichoso, tal vez mucho tuvo que ver, el alma de poeta que poseía Apolinar, y el poema que le mandara en una carta perfumada.

Eres como la flor del cacalasustle
Perfumada como una piedra de copal
Yo, un simple abrojo del camino
Una triste penca del nopal

Pero cada vez que yo te miro
Siento en el pecho una salta pared
Así se me mueve el corazón mío
Con tan solo devisarla a usted

Ha de perdonar mi atrevimiento
Pero si no quiere que la quiera
Voy a cruzar el rio crecido
Pues lo mejor es que yo me muera, me muera…

El poema se lo dicto a Feliciano Haro, que era de las pocas personas que sabían leer y escribir,  luego, espero a que Antonina fuera a la capilla y carraspeando para que ella volteara, la puso bajo una piedra, arriba de la tumba de José María Luna. Fue por curiosidad que Antonina busco aquel papel. No era la primera vez que le escribían cartas de amor, era una mujer muy pretendida, pero ninguna había venido escrita en versos y aquello fue como una nota mágica y curiosamente se enamoró del ranchero poeta, de tal manera que le respondió con otra nota.

“No Apolinar, no te mueras, si tú te mueres, también me muero yo”.

Fue así como se hicieron novios. Nunca pudieron cruzar palabra de solteros, porque los Horta eran muy celosos con sus mujeres y no dejaban que hablaran con los hombres. Su única forma de comunicación, eran aquellos poemas que cada semana le mandaba Apolinar. El por su parte le hubiera gustado mandarle uno diario, pero don Feliciano le cobraba dos centavos por escribírselos y un centavo por leerle las respuestas, así que estaba caro y se conformaba con mandar uno por semana.

Don Asunción Horta casi se infarta cuando Margarito López y Ana Gutiérrez llegaron una Noche a pedirle la mano de su hija Antonina para su hijo Apolinar. Un pobre López para una de las Horta, jamás. Estaba a punto de correrlos de su casa, cuando entro Antonina a la estancia donde estaban y con ese carácter que siempre la distinguió le dijo a su progenitor.

__Padre, vale más que de la venia de que yo me case con Apolinar. Si usted se niega, yo me voy a ir con él o me voy a tirar desde lo alto del cerro al barranco. Usted sabe bien que se lo estoy diciendo en serio.

A don Asunción no le quedó más remedio que aceptar aquel matrimonio y una fresca mañana del mes de abril, recibieron la bendición en la capillita del Remolino.

Fue hasta que vivieron juntos, que se notara la diferencia de carácteres. Ella siempre activa, parlanchina, no había idea que se le ocurriera, que no la llevara a cabo, en cambio Apolinar era tranquilo, soñador, aunque muy trabajador no tenía visión para el futuro, era solo un peón, y decía que como peón habría de morir, así era la ley de Dios.

Dionisio López era hermano de Apolinar, eran muy diferentes. Dionisio era igual que Antonina, un muchacho alegre y dicharachero, con sus apenas 20 años de edad, ya era maestro albañil y traía trabajos por su cuenta. Se contaba que era muy enamorado, que no le importaba que el rio estuviera muy crecido para ir a ver a sus novias que tenía en la Boquilla del Rio, lo atravesaba nadando, cosa que muy pocos se atrevían a hacer cuando venía muy cargado de agua. Por más que lo reganaba don Margarito, diciéndole que cualquier rato se iba a meter en problemas, Dionisio no entendía, tenía una frase muy de él.

__Usted no se apure padre, la vida para mí es muy corta y hay que saber vivirla.

__ Pues vívela, pero respetando, las mujeres casadas son sagradas

__Pues si padre, por eso yo les rindo los honores__ Y luego aquella larga carcajada que lo distinguía particularmente.

Por eso fue de extrañarse cuando cambio su estilo de vida. Dejo de ser parrandero, mujeriego, de su trabajo a su casa. Eso fue cuando se casó su hermano Apolinar y se llevó a vivir a su esposa a la casa paterna.

Vivian en un llanito muy cerca de la plaza, en donde ahora es la casa de Cuca de Pancho. Ahí había un callejón que salía hasta la plaza. El solar era muy grande, una pequeña yunta que sembraban año con año. Después le dieron un pedazo a Juan y a Silvestre Villarreal, el resto lo perdieron un año que no pagaron los impuestos y solo quedo un pequeño lote.  Un día se  fincó don Mónico Rodríguez diciendo que él quería que su casa diera a la plaza y  tapó la calle, quedando solo un pequeño callejón que terminaba en la propiedad de Juan Villarreal, así de fácil era apropiarse de los terrenos en esa época.

Apolinar tenía su jacal aparte, sus gallinas y su chiquero con un par de marranos, pero a solo unos pasos del jacal paterno, por las tardes al regresar de trabajar era de rigor convivir con toda la familia. Por eso fue que Dionisio y Antonina Horta hicieran tan buena amistad. Tal vez por eso, Dionisio dejo de ser noviero, por las tardes regresaba ansioso a su casa, solo para platicar con su cuñada, para ayudarle a darle de comer a los puercos, a deshierbar la milpa, a platicar de planes de urbanización a futuro en el Remolino, a darse cuenta que la extrañaba cuando estaba trabajando.

El día que sepultaron al viejo Pablo Estrada, el último hombre que contaba haber conocido a Miguel Hidalgo cuando le puso el nombre al Remolino, fatigaron para encontrar un lugar en el panteón de la capillita. Para ese entonces ya se había fincado a un lado el patriarca de los Robles y no había más espacio.

Por la tarde Dionisio y Antonina platicaban acaloradamente que era necesario un panteón nuevo. Apolinar solo los escuchaba burlesco, hasta que por fin comentó.

__ ¿Apoco creen ustedes que nomás es decir vamos a hacer otro panteón y ya está listo? No, si para eso se necesita un terreno, y luego hay que bardarlo, y luego que la gente quiera enterrar ahí a sus muertos.

__ Mmmm, tu siempre tan negativo __Contestó molesta Antonina__ y luego tan buen terreno que tenemos aquí. Mira, ahí donde está la milpa se puede hacer panteón.

__ Si como no, apoco crees que mi apá va a dejar que siembren ahí los muertos. Si de por si dicen que en la capillita se aparecen muchos muertos, no vamos a querer aquí el muertal.

__ Fíjate Antonina que mi hermano tiene razón __Dijo Dionisio__ como que hay que buscar un lugar lejos del rancho, donde no veamos cuando se aparezcan los muertos. Qué te parece el cerrito de los zapateros.

__ Muy lejos, muy alto pa subir los cajones ¿Y al pie del cerro de las Ventanas? Ahí se vería bonito un camposanto.

__ Ándale, ahí sí.

__ Apolinar, mañana que es domingo nos vamos a levantar temprano para ir a misa a Juchipila, luego voy a ir con el licenciado Delgadillo a pedirle que nos dé un pedazo de tierra para el panteón.

__ Bueno…

Y así fue. Mucho tuvo que ver que el llamado licenciado Delgadillo siempre estuvo enamorado de Antonina. Los recibió con mucho agrado, aunque luego su mirada se puso triste, al notar que aquella mujer tan hermosa ya estaba perdiendo su figura por causa de su primer embarazo, para ese entonces ya llevaba en el vientre a su primer hijo, quien seria llamado Librado López, que a la postre sería el esposo de Casimira Quintero, la hija de Florentina Ríos. Ambos descendientes directos de aquel francés que un día llegara herido al Remolino.

El licenciado Delgadillo dio permiso para que tomaran el terreno que quisieran al pie del cerro de las ventanas, siempre y cuando lo bardearan para que se notara donde eran los limites.

Luego de haber conseguido el terreno, Antonina se dio a la tarea de hablar con la gente de los ranchitos aledaños, explicándoles el nuevo proyecto. En esa época casi todos los muertos de los pueblos vecinos, a excepción de Juchipila eran sepultados en el Remolino.

Lo que Antonina pedía es que se juntaran y entre todos hicieran adobes y bardearan el nuevo panteón, el encargado de la obra seria su cuñado Dionisio.

Apolinar ante el entusiasmo de su esposa y de su hermano, no le quedo de otra más que participar y todos los días, antes de irse a su jornada de trabajo, se iba al rio y junto con una veintena de voluntarios, batían lodo con pasojos de burro y hacían lo más que podían de adobes para bardar el nuevo panteón. Muy pronto hicieron los necesarios y entonces con cuatro ayudantes Dionisio empezó la pared que delimitaría  el predio que sería el panteón.

Todos los días iba Antonina a llevarle de comer. Primero pasaba por el trapiche para dejarle su bastimento a su esposo y luego agarraba camino al cerro para llevarle a su cuñado y supervisar la obra.

Antonina le había prometido a toda la gente que participó en el proyecto, que el día que terminaran, ella iba a hacer un mole de guajolote para todos ellos. Desde entonces el mole de las Horta era famoso en toda la región.

Fue una tarde, ya casi terminada la obra, cuando Antonina llego con el alimento para Dionisio. Fueron a sentarse a la sombra de un mezquite para saborear sus frijolitos recién cocidos con un pedazo de queso. Fue por una coincidencia que los dos a un tiempo estiraron la mano para agarrar una tortilla y sin querer quedaron agarrados de la mano. El contacto duro unos segundos. Dionisio sintió que se estremeció todo su cuerpo y se puso su piel chinita. Antonina también sintió algo extraño. Ambos se miraron por un instante, luego los dos bajaron la mirada y rápidamente retiraron la mano uno del otro.

__ Ya me voy Dionisio__ Dijo ella

__Si, ta bueno, ya vete, yo te llevo los trastes.

Sin volver a verlo, Antonina se levantó e inmediatamente tomo camino al Remolino. Su mente no paraba de trabajar pensando en lo que acababa de ocurrir. ¿Qué era aquello? ¡No! Ella era una mujer decente, no podía pensar en semejante salvajada. Dionisio era su cuñado, hermano de su esposo, ella amaba a Apolinar. Pero, entonces porque aquella inquietud. De repente saco de su pecho el rosario que siempre llevaba al cuello e hincándose mientras apretaba el crucifijo dijo con mucha devoción.

__ Señor, que no sea lo que estoy pensando. No quiero ser una mujer mala. No quiero que se atraviesen los sentimientos. Tú eres sabio, tú eres poder, haz lo que tengas que hacer, pero no quiero amar a dos hombres, menos aun si ellos son hermanos. Confió en tu grandeza y tu bondad, amen.

Luego, sintiéndose más tranquila siguió  camino rumbo a su casa.

Otro día se hizo acompañar de su suegra, doña Anita Gutiérrez, para llevarle de comer a sus hijos. Por las tardes adujo que se sentía mal por el embarazo para ya no salir al patio a darle de comer a las gallinas y no ver a su cuñado.

Dionisio por su parte también se notaba triste. Ya no cantaba y se miraba cansado. Tampoco buscaba a Antonina, sin embargo una noche mientras cenaban en familia le tuvo que anunciar.

__ Oye Antonina, yo creo que pasado mañana acabamos de bardar, yo te lo digo porque la gente anda alborotada por el mole que les prometiste.

__A pos que bueno que me avisas, mañana mismo hago borlote para que vengan las mujeres a ayudarme, yo creo que con unos tres guajolotes que matemos es suficiente.

__ Les quedó bien bonita la barda mijo __Dijo don Margarito__ no cabe duda que eres buen albañil.

__ Si apá __ Luego mirando a Antonina agregó__ Si hasta dan ganas de morirse para que lo entierren ahí a uno.

Antonina agacho la cabeza,  pero aquella idea a Dionisio se le volvió una obsesión

La barda del panteón la terminaron el 20 de marzo de 1897. Era un sábado.  Al  medio día Las mujeres lideradas por Antonina ya habían preparado el mole y la sopa de arroz para el festejo. Todos los hombres que habían participado en la construcción de la barda estaban presentes. La mayoría de la gente se acercó cuando Dionisio iba a colocar el ultimo adobe, por lo que todos escucharon claramente cuando dijo.

__ ¡Ahora sí! ¡Ya tenemos un nuevo panteón, hermoso como ninguno y yo quiero ser el presidente. El primero que sepulten aquí, porque a veces es mejor estar muerto que andar sufriendo!

La gente rio ante aquella ocurrencia. Antonina lo miró con tristeza. Alguien hizo circular una botella de aguardiente, cuando llego a las manos de Dionisio, iba casi a la mitad, este no se la despego de la boca, hasta que no quedo una gota.

Empezaron a circular los platos con mole, la gente se acomodaba en el suelo o se sentaban en piedras o pedazos de adobe. Dionisio se acercó a las mujeres que servían y les hizo una petición.

__ Oigan, no habrá un pescuezo de guajolote por ahí, a mí me dan eso.

Antonina misma fue quien se lo sirvió. Dionisio tomo su plato, de inmediato metió la mano tomando la pieza que había pedido, la mordió  para arrancarle un hueso que jugó en su boca, dio la media vuelta y se sintió mareado por el alcohol que había bebido. Trastabillo y por evitar que se callera su plato con mole suspiro hondo y en ese instante el hueso que tenía en la boca se le fue al gaznate. Sintió que se atoro en su garganta. Tosió, le faltó aire. Intentó volver a toser pero no pudo. Soltó el plato con mole para agarrarse el cuello. Quiso gritar pero le era imposible. Abrió los brazos para pedir ayuda. De su garganta solo salía un sonido como ronquido. Le faltó aire a los pulmones. Por fin alguien se dio cuenta.

__ ¡Dionisio, algo tiene Dionisio!

__ ¿Qué tienes?

__ ¡Se está ahogando!

__  ¡Denle agua!

__ ¡Péguenle en la espalda!

__ ¡Hijo, hijo!

El rostro de Dionisio se puso morado. Los ojos muy abiertos. Se miraba desesperado. Su agonía era terrible, duro varios minutos. Alguien le metió la mano a la boca y alcanzo a tocar el hueso, pero fue peor porque lo único que hizo fue empujarlo un poco más y tapó por completo la garganta. De repente cerró la boca. Se quedó serio. Buscó el rostro de Antonina y sonrió, con su mirada le dijo muchas, muchas cosas.  Luego ladeó la cabeza   y todo su cuerpo se desmadejó.

La gente siguió intentado darle ayuda, pero ya todo era inútil. Dionisio López, el hijo de Margarito López y  Ana Gutiérrez Cárcamo, hermano de Apolinar y Venturita, había muerto el mismo día que el terminara la barda del panteón.

Una muerte terrible, pero no tanto como la que le toco padecer a su hermana Ventura. Algún día la contaremos.


lunes, 17 de marzo de 2014

CAPITULO XXXI, EL NACIMIENTO DE LAS HIGUERAS.

Don José Torres y Alberto Haro, se hacían sendos cigarros de hoja bajo un mezquitillo que había en la plaza de los Villarreal. Alberto sacó su eslabón, el pedernal y la yesca y con una maestría tremenda hizo la brasa para encender los cigarros. Se sentaron en unas piedras que había ahí y luego don José destapó una botellita de ron.
__ Sabes que estoy pensando Alberto __ Dijo Torres al momento que le ofrecía la botella a su interlocutor __ Que esto que llamamos plaza, de plaza no tiene nada. Mira nomas en donde nos estamos sombreando, un triste huizache.
__ Vas a creer que yo también tengo tiempo con el mismo pensamiento. Aquí necesitamos unos buenos arbolotes, unas pochotas o unas cebolletas.
__ No, de esas no se ven bien en las plazas. No ves la de Juchipila con sus laureles de la india.
__ Fíjate que no me gustan. Son re basurientos y tantos pájaros que se paran ahí, cuando uno anda dando la vuelta te dejan toda la cabeza cagada.
__ En Ixtlahuacán vieras que bonitas higueras tienen. Algo así estaría bueno aquí con nosotros.
__ ¿En dónde se podrán conseguir unas higueras?
__ Pos sabe, mira, ahí va Roque Horta, vamos le  preguntándole a él. ¡Oye Roque, ven pa acá!
__ A ver, pa que soy bueno.
__ Oye, tu que eres arriero y sabes de muchos lugares ¿En dónde crees tú que podríamos encontrar unas buenas higueras pa traer y plantar aquí en la plaza?
__ Pos ta fácil, las veo cada que voy a Guadalajara, y no van a creer que cada vez que las veo, se me antojan para traérmelas para acá. Pos ahí al bajar la barranca, en la orilla del rio. Chulada de higueras zalateras.
__ ¿Cómo la ven si vamos a traernos unas tres para plantar aquí en la plaza?
__ Pos ahí verán, ahí están mis mulas, porque solo a lomo de mula se pueden traer unas de buen tamaño.
__ Yo estoy puesto.
__ Mañana mismo.
__ Mañana muy tempranito pa llegar pasado mañana y en cuanto las saquemos darnos la vuelta pa que no se vayan a secar.
__ No se hable más. Échate un trago Roque.
__ Pos bueno.
Otro día, antes de que el sol saliera, montando sendas mulas aquellos tres hombres iban por el camino real, rumbo a Ixtalhuacán, a lo que llamaban la barranca, a buscar y traer tres higueras para la plaza del Remolino.
Encontrarlas no fue difícil, escogieron tres que no sobrepasaran los tres metros, pero que no fueran menores de dos. Las sacaron dejándoles una buena bola de tierra para proteger sus raíces,  luego las envolvieron en costales de ixtle y las amarraron con mecates, finalmente surgió el verdadero problema, como subirlas a las mulas, eran muy pesadas, se necesitaban cuatro hombres para levantarlas, dos de cada lado, ellos solo eran tres. Como si el cielo los hubiera escuchado, de entre el monte escucharon un ruido, luego jadeos, finalmente aquel hombre que apareció sudoroso de entre la selva. Los miro. Se detuvo en seco y quiso regresarse asustado, pero don José Torres le dijo.
__ Oiga amigo ¿No quiere ganarse unos centavos? Ayúdenos a subir estas higueras a las mulas.
El hombre sudoroso dejó de verlos con desconfianza. Sonrió, volteo hacia atrás y dijo.
__Favor por favor. Miren, la verdad me vienen persiguiendo los hermanos y el marido de una mujer. Si ustedes me esconden y les dicen que pase el rio y seguí corriendo, con gusto les ayudo y ni les cobro.
Así lo hicieron. El tipo se sentó de cuclillas recargado a un pequeño paredón y ahí le echaron un par de cobijas. Unos minutos después se escuchó nuevamente que alguien venia por la selva, muchos jadeos. Aparecieron cinco hombres, todos con machete en mano. Se detuvieron en seco al mirar a los remolinenses. Uno de ellos preguntó:
__ ¿Oigan, no han visto de casualidad a un cabrón que venía corriendo?
__ ¿Uno prieto, así grandote? __ Contestó José Torres
__ Ese mero.
__ Si, como no, llegó así como ustedes, de repente, llegó al rio, tomo poquita agua, y luego lo paso a corre y corre, siguió ladera arriba, yo hasta les dije a estos, como que a ese lo viene siguiendo el diablo.
__ No seremos el diablo, pero haga de cuenta, haga de cuenta __Luego dirigiéndose a sus compañeros el hombre exclamó__ no ha de ir muy lejos, ahorita lo alcanzamos, va a llegar a la peña y de ahí no va a tener pa donde seguirle. Vámonos, vamos a capar a ese pinche marrano.
Así lo hicieron, llegaron a la orilla del rio, medio tomaron agua y luego siguieron su carrera. Apenas desaparecieron en la selva a otro lado del rio, don José Torres fue y destapó al tipo que reía divertido.
__ Ándele, ya se fueron los que lo venían persiguiendo, ahora si ayúdenos a subir estas higueras.
__ Ey…pos si, como no.
Entre los cuatro hombres les fue más fácil levantar aquellos árboles y luego los amarraron fuertemente a las cabrillas de las mulas. Cuando estuvieron listas, el hombre aquel fue a tomar agua nuevamente al rio, por lo que Alberto Haro le dijo a sus compañeros en voz baja.
__ Oigan, este amiguito no me cae nada bien. Sabrá Dios cual sea la verdad por lo que lo vienen siguiendo. Pero estoy pensando que las mulas no van a aguantar mucho con el peso de las higueras y vamos a tener que descansarlas muchas veces. Vamos a seguir necesitando de ayuda para volverlas a cargar. Como la ven que nos lo llevemos pa que nos siga ayudando.
José Torres y Roque Horta voltearon a verlo. Alberto tenía razón, tenían que llevárselo.
__ ¡Amigo!__ Le gritó Don José Torres __ ¡Venga pa acá, le queremos proponer algo!
El tipo se emocionó cuando le hicieron la invitación de acompañarlos, más aun cuando le ofrecieron una paga.
__ ¡Vámonos pal Remolino pues, aquí ya el ganado anda muy alborotado!
Fue una verdadera odisea llevar aquellos árboles hasta el Remolino. Muchas veces tuvieron que descansar los animales, la carga era mucha y muy delicada. Se hizo el doble de tiempo del que se haría regularmente, sobre todo para subir la barranca.
Llegaron al Remolino un día por la tarde. La gente salía de sus jacales curiosa al mirar lo que llevaban aquellos remolinenses. Don José Torres era quien les explicaba a los que se iban incorporando a la comitiva, pues les decía que iba a necesitar mucha ayuda para plantar las higueras ese mismo día, luego regarlas y ponerles abono. Nadie se negó. Llegaron a la plaza y la noticia se corrió al barrio arriba y pronto llegaron los habitantes de aquella área a ayudar también, entre ellos Petra Lujano.
Adalberto Haro y Don José Torres decidieron en donde iría cada Higuera. A zancadas midieron la plaza, luego ubicaron cada higuera. Calcularon más o menos el diámetro de la sombra que daba una higuera adulta y descubrieron que con dos hubieran sido suficiente, pero habían traído tres, así que esas plantarían.
__ No se preocupen __ Dijo Roque Horta__ Una higuera se va a secar. La que me corresponde a mí. Es que pronto yo me voy a ir muy lejos, yo no voy a morir en el Remolino, por eso la higuera que me corresponde se va a secar, van a ver, solo van a quedar la higuera de José Torres y la de Alberto Haro.
Siguiendo las instrucciones de Don José Torres, la gente del rancho empezó a cavar, hicieron tres hoyos profundos, luego le revolvieron pasojos a aquella la tierra suelta que sacaron, después plantaron las higueras, entre todos, emocionados, imaginando la sombra tan bonita que cobijaría a todos los remolinenses cuando crecieran aquellos árboles. Aquella, la plaza de los Villarreal,  ya era  una verdadera plaza.
Ya estaba muy oscuro cuando terminaron la labor. Lo más difícil fue regarlas. De muchos pozos fue que se trajo el agua y eso fue por muchos meses, regarlas, regarlas y regarlas. Pronto dos de ellas empezaron a echar hojas nuevas y a crecer, solo la de en medio empezó a secarse.
El hombre que los había ayudado a llevar las higueras no participo en la plantación. Su ayuda fue recompensada con 25 centavos. Don José Torres le pago. Luego que recibió su dinero se acercó a Roque Horta y le pregunto:
__ Oiga don Roque, ¿no sabrá de alguna mujer que le guste el “Tilingo lingo”? aquí traigo con que quererla.
Roque no le respondió, simplemente con un movimiento de cabeza le señaló a Petra Lujano. El hombre sonrió. Se dirigió a donde estaba Petra.
__ Buenas mi alma. Me contaron por ahí que usted no es nada mala gente con un hombre necesitado.
__ SI trae centavitos como de que no.
__Traigo centavitos y mucho amor para darle.
Ella no dijo nada, simplemente le dio la espalda y empezó a caminar rumbo a su jacal, el hombre tras de ella.
Petra otro día se levantó muy feliz. Solo había atendido a un hombre la noche anterior. Los otros que fueron a buscarla tuvieron que regresarse tristes porque ella no les abrió la puerta. En su petate estaba  un hombre prieto, desnudo, un hombre del que nadie en Remolino supo su nombre, porque se presentaba a todos como “El machete” o “El machetón”. Se quedó a vivir con ella, como si fuera su marido. Dejo de ser la prostituta del lugar para convertirse en la mujer del Machete. Pronto el hombre, mucho más joven que ella, consiguió trabajo en el trapiche y se quedó en El Remolino, viviendo en el jacal de Petra Lujano.
En el trapiche era muy poco apreciado porque todas sus pláticas eran de conquistas de mujeres. A la hora de la comida Petra le llevaba su bastimento. Siempre era acompañada por su hija Florentina que también le llevaba de comer a Antonio. Comían los cuatro juntos. Antonio se sentía incómodo porque aquel hombre acariciaba descaradamente a su suegra y luego través del calzón de, manta, sin ningún cuidado se tocaba su parte íntima y se la mostraba a Petra, pero sin tener el cuidado que también él y Florentina lo estaban viendo.
__Mire nomas mi alma como me trae, pa la noche que llegue me espera bien bañadita, que la voy a hacer sentir mujer.
Florentina inconscientemente sentía un estremecimiento y su piel se ponía chinita. Aquella frase le llegaba muy hondo, hacerla sentir mujer. No la entendía muy bien, por eso fue que un día de regreso del trapiche se lo pregunto a su madre.
__Oiga mama, que es eso que le dice el machete, de que la va  a hacer sentir mujer.
Jamás en la vida las dos mujeres habían hablado de temas íntimos, esas eran platicas taboo entre madres e hijas, sin embargo Petra estaba viviendo una época muy feliz y por eso le respondió a su hija.
__ Ay mija, pos que va a hacer, eso que te hace Antonio a ti, cosas de marido y mujer.
__ ¿De que la acuestan a una en el petate?
__Bueno, no, no es solo eso y yo no  puedo saber si Antonio te hace sentir mujer. Porque eso no es algo que todos los hombres sepan hacer. Es algo que sí, es cuando se acuesta una con ellos en el petate, pero para eso te tienen que saber acariciar, y luego que te monten te hacen como que se te entume la cabeza, como si una estuviera volando en el aire, y aunque es un ratito que se siente, parece como que dura toda una vida. Se te va la respiración y no quieres respirar pa que no se vaya ese sentir, y aunque no quiera pujas pero bien largo y sabroso. Yo muy pocas veces lo había sentido, este canijo prieto me lo hace sentir cada vez que me monta. Ha de ser porque parece burro.
Florentina la escuchaba con mucha atención. Era la primera vez que una mujer adulto le hablaba de aquello.
__ ¿Será madre como cuando uno siente cosquillitas en la cosa de una, y siente ganas de hombre?
__ No mija, no te confundas, esa es la armonía, la calentura y esa casi todas las mujeres la sentimos. Esto que te digo es algo muy diferente y es ya cuando se acaba todo el asunto de la acostada.
__ ¿Cuándo los hombres se mean?
__ Pos debe ser tantito antes o a la misma vez, porque si tu hombre se mea antes, ya no te da chance de que tú sientas eso. ¿Antonio cuánto dura cuando se acuestan?
__ Pos un ratitillo. Yo quiero más, pero se duerme.
__ ¿La tiene grandota?
__ Pos como asina __Con las manos le hizo una seña.
__ Mmmmm mija, vieras al prieto. Ese si es todo un hombre.
Florentina se estremeció y recordó a Martin.
__ ¿Oiga madre, y cuando una se casa, ya deja de venirle la sangre cada mes. Desde que me case con Antonio ya no me ha venido?
Petra soltó un grito emocionada.
__ ¡Anda mija, que aunque esta  despitadito Antonio, pero ya te pegó una cría! ¡Estas esperando mija, estas esperando!
Menuda sorpresa se llevó Florentina. Cuando llego por la tarde Antonio le dio la noticia y este se puso feliz. Un hijo, un hijo al que llamarían Martin.
El tiempo pasó rápidamente. El buen humor de Petra empezó a cambiar, porque el machete le dio por salir a dar la vuelta. Dejo de trabajar en el trapiche y puso a Petra  a trabajar en lo que ella  sabía hacer para que lo mantuviera. Ella lo hacía con gusto para que no fuera a dejarla. Se supo que el hombre le gustaba irse a bañar al rio, cerca de donde las mujeres lavaban. Lo hacía completamente desnudo, más de alguna empezó  a sentir inquietud por el prieto.
Como él sabía que por las mañanas las mujeres estaban solas porque los hombres andaban trabajando, le dio por ir a visitarlas, a pedirles un taquito. En algunas casas se tardaba más tiempo del requerido para comerse un taquito.
Florentina ya tenía siete meses de embarazo cuando fue una mañana a buscar a su madre. El machete estaba solo en el jacal, acostado en el petate, semi desnudo.
__ Oiga, ando buscando a mi madre__ Pregunto la mujer.
__ Fue a Juchipila a un mandadito, no ha de tardar, pásese mi alma, pásese.
__ No, mejor regreso al rato, ya que venga ella.
De un salto se incorporó el prieto y se puso a su lado, y abrazándola tiernamente la condujo a una destartalada silla que tenían.
__ Pero cuál es la prisa, usted ha de venir cansadita, vengase, siéntese un ratito __ Y mientras decía eso, junto su cuerpo al de ella. Florentina sintió aquella extensión dura, enorme. A su mente vino el recuerdo de Martin. A pesar de estar embarazada aquel hombre no la respeto y ella no se resistió a todo lo que él le propuso. Salió del jacal antes que regresara Petra, sintiéndose muy feliz, descubriendo por fin lo que significaba aquello de sentirse mujer.
El momento del parto llego y con él la sorpresa, no fue niño, fue una hermosa criatura a quien pusieron como nombre Casimira; Casimira Quintero Ríos. Antonio estaba feliz, no entendía porque el mal humor y eterno coraje de su esposa. Tenían una hija preciosa.
 Por ese mismo tiempo nacieron muchos niños en Remolino. El hermano de Antonio, Basilio, tuvo a su hija Juanita, nació Camilo Pérez, Elpidio Torres, Toña Horta, Clemente Rodríguez, Librado López  y muchos más que ya iremos mencionando, pero por ese tiempo también nació un personaje, que aunque nació en el rancho de Atemajac, tuvo mucho que ver con la historia de El Remolino. Cuentan que a ese niño le predijo su nacimiento la muerte y dijo que le llamaran Tránsito, que significa precisamente, muerte, pero que el padre que lo bautizó no aceptó ponerle ese nombre y se lo cambio por Trinidad, esta es la historia del nacimiento de él tan famoso Don Trinidad Bañuelos, el azote del cañón de Juchipila.



sábado, 15 de marzo de 2014

CAPITULO XXX, AMORES Y DESAMORES DE FLORENTINA.


Principio del formulario
El capitán Esparza, era  un hombre orgulloso, valiente y muy apegado a su oficio de rural, tanto que muchas veces llego a la crueldad, aduciendo que solo cumplía con su deber. En esa época, la policía rural del general Porfirio Díaz fue un verdadero terror para la población, pero más que nada para la delincuencia.
México, antes que Porfirio Díaz llegara al poder, era una nación prácticamente ingobernable. Por el hecho de haber vivido tantas guerras contra otras naciones que querían apropiarse del territorio mexicano, y tantas luchas internas por el poder, no había organización política ni social y cada estado se gobernaba como mejor le parecía. Eso lo aprovechaban los maleantes y en muchas partes de la Republica había gavillas de facinerosos que tenían asolada a la población civil, principalmente en las áreas alejadas de las ciudades. Esa fue una de las causas por las que fue creada la policía rural, para pacificar y darle tranquilidad al campo mexicano.
Durante toda la dictadura porfirista, esta famosa policía rural, se dio a la tarea de hacer “Justicia” en el campo, pero lo hacían de tal manera que se convirtieron en seres temidos y odiados, pues solo tenían dos castigos, la muerte o la esclavitud en haciendas de amigos del presidente, las más famosas fueron Valle Nacional y los henequenales de Yucatán. En cierta manera ese plan de Díaz tuvo éxito, “Muerte a los delincuentes” prácticamente dejo de haber delincuencia, aunque se llegó al abuso, porque muchas veces se llevaron a inocentes y eso poco a poco cansó al pueblo y fue una de las causas que naciera la revolución.
El capitán Esparza era originario del Municipio de Tabasco, Zacatecas. Muy valiente y enamorado, tuvo hijos en muchas partes de la región. Se casó siete veces sin estar divorciado de ninguna esposa y convivió con todas ellas, pues su lema era “Yo nunca voy a dejar a una esposa abandonada por irme con otra mujer”. Ni el mismo supo cuántos hijos tuvo. Con Enedina Medrano, de Tabasco, tuvo cuatro hijos, uno de ellos llamado Eduardo, mejor conocido como Eduardo Esparza, el talabartero.

Otro que también tuvo muchos hijos, fue Reginaldo Horta. Se casó con Amalia López y de ahí nacieron tres mujeres y un varón, enviudo y se casó con Emérita Martínez, donde tuvo 14 hijas, una de ellas Antonina Horta y tres hijos, Asunción, Félix y Roque.  Asunción (Chon)  se casó con Tomasita Haro y tuvieron una familia muy numerosa, entre ellos Arcadio y Agapita. Arcadio  tuvo a un hijo de nombre Jesús Horta y Agapita tuvo un hijo de nombre Manuel Rodarte, ambos, los carniceros más famosos del Remolino, pero no adelantemos hechos, ellos nacieron, ya cuando estaban las higueras.

Petra Lujano quedo completamente sola cuando se llevaron a Agripino y a María prisioneros. Doña Narcisa Duran, la partera en aquel entonces, fue quien la ayudo a parir. Nació una niña. Muy hermosa, de piel blanca, muy parecida a su abuelo Antonie, solamente que con los ojos negros como los de su madre. Cuando la llevaron a registrar, le pusieron como nombre Florentina Ríos Lujano.
Florentina vivió en una situación difícil. Su madre no sabía hacer otra cosa más que prostituirse. Metía a los hombres a su jacal. El Remolino crecía,  y junto con él la clientela. La gente  señalaba  a Petra, como  una mala mujer.
Florentina creció y  se convirtió en una de las mujeres más hermosas de la comarca. Los hombres la asediaban con promesas de dinero, todos creían que era como su madre, pero Petra siempre la cuidó y aconsejó para que fuera una mujer decente, no una "puta" como ella.
De una ranchería llamada Los Barrios, al otro lado del rio frente a Juchipila, llegó Asunción Quintero con su familia y se instalaron  cerca de la plaza.
Su mujer era Peregrina Estrada. Llegaron de recién casados a trabajar en las plantaciones de cañas. En Remolino nacieron sus cuatro  hijos, Antonio, Bacilio, Martin y Francisca. Ahí crecieron libres y salvajes, los varones trabajando desde los cinco años en el cuamil de su padre o en los cañaverales de la hacienda. Cuando crecieron se convirtieron en unos mocetones de casi dos metros de altura, que vestidos de manta, eran el atractivo mayor cuando le danzaban a la Santa Cruz el día tres de mayo.
Los tres muchachos Quintero eran quien punteaba aquel folklor. Martin era el capitán de la danza y sus otros dos hermanos los que le seguían. No se cansaban nunca, danzaban son tras son con mucha devoción y amor a la Santa Cruz.
Fue precisamente un tres de mayo, que Florentina Ríos se fijara en lo bonito que bailaba Martin. 
El señor cura, Pedro Crisólogo de García, fue quien instauró   la costumbre de las procesiones para la santa Cruz y él fue quien dividió el rancho en Barrios para poder señalar en donde deberían de ir quedando la cruz como una santa peregrina. Dijo este santo varón, el padre Pedro Crisólogo, que todos los jacales que se estaban al norte del arroyo de Amoxochitl, estarían en el barrio arriba, los jacales entre ese  arroyo y el arroyo que bajaba del Ranchito, será el barrio de en medio, y los del sur del arroyo del Ranchito, el barrio de abajo. Que se harían procesiones de sur a norte y luego de norte a sur hasta terminar en la capilla. A la gente le encantaba aquel recorrido. Fue este mismo padre quien empezó a ordenar como una penitencia, ir de rodillas durante las peregrinaciones, para extirpar los pecados de la carne. Decenas de personas avecinadas en Remolino y de otras rancherías, se les veía en la madrugada y tarde del tres de mayo, caminar hincados rezando y llorando pagando sus pecados, con las rodillas sangrando, dejando pedazos de piel en la tierra endurecida del Remolino.

Aquella madrugada que Florentina se fijara en Martin, ella iba de rodillas. La danza llegó  hasta el templete donde estaba la cruz, pero los penitentes tenían que seguir con su sacrificio  hasta las puertas de la capilla. Los danzantes saltaban al son de un violín. De repente Martin quedo danzando precisamente frente al rostro de Florentina. El lugar era alumbrado con teas de ocote y con una gran fogata alimentado con leña de mezquite. El calzón de manta se transparento por el hecho de  quedar a contra luz. Florentina sintió un extraño estremecimiento al contemplar nítidamente los genitales del danzante. Se veían casi como si estuviera desnudo, moviéndose al ritmo de la danza. Quedo como hipnotizada ante aquel espectáculo. De repente el danzante dio un salto y salió de su vista. Otro hombre quedo frente a ella en la misma posición y condición. Que diferentes. Antonio aunque era hermano de Martin, demostraba algo muy mínimo en comparación al primero. Florentina no sintió el estremecimiento, al contrario, sintió un poco de lastimas por aquel gigantón.
Cuando termino la misa, ya el sol clareaba en el horizonte. Bajo un huizache estaban los danzantes tomando agua y riendo alegremente. Florentina se despegó del grupo de muchachas con las que iba, aduciendo que iba a comprar una charrasca. Pasó junto al grupo de jóvenes, vestidos en calzón de manta, con huaraches nuevos y aquellos bonetes de plumas que los hacían lucir tan coloridos. Los tres hermanos Quintero se le quedaron viendo. Ella los saludó con una sonrisa, pero solo Antonio le correspondió, los otros dos agacharon la cabeza. Cuando pasó,  fue Bacilio  quien dijo:
__ Viste Toño, te echo una sonrisa
__ Si pues, si pues…es la más chula de todas
__ Yo que tú __Agregó Martin__ en la noche le doy una flor perfumada. Pa que sepa que estas bien enamorado de ella hermano.
__ Ey… eso voy a hacer.
La plática se interrumpió porque escucharon que la gente gritaba asustada. Corrieron a ver qué pasaba, para darse cuenta que los viejitos, Anastasio Haro y Gumaro Luna, eran los últimos peregrinos que llegaban a la capilla después de haber hecho el recorrido de rodillas. Gumaro no alcanzó a llegar y se había desmayado casi a las puertas de la iglesia. Por más que sus familiares les habían rogado que no lo hicieran, ellos se habían encaprichado y con mucho esfuerzo habían hecho el recorrido, todo en honor a la santa niña Crucita. Fue la última vez que se escuchó hablar de ella, pues una semana después murió Gumaro y a los diez días también Anastasio fue sepultado, ahí, junto al templete donde reposaba su hija.
El tres de mayo, los danzantes terminaban su jornada luego que se metía el sol, entonces solo se quitaban el bonete y se iban a gozar de la feria. La gente había aprendió a hacer negocio y sobre manteles de manta ponían pilas de guámara, pilas de cacahuates tostados, los cuales sabían muy sabrosos con un pedazo de charrasca, había tamalitos de cachaza, pan de huevo y para los que querían embriagarse, jarritos con alcohol de caña. Una señora de Juchipila, ensenó a las muchachas Villarreal a hacer flores de papel y cascarones de huevo rellenos con confeti. Durante todo el año se dedicaban a hacer esta artesanía, pues no solo vendían en Remolino, sino que seguían la serie de fiestas que se seguía haciendo en la comarca. Valían a tres flores por un centavo o un centavo si la querían perfumada. Las flores sin perfume se le podía regalar a cualquier muchacha, era un coqueteo, pero las perfumadas indicaban algo más, eran casi como una declaración de noviazgo.
Florentina Ríos, caminaba alrededor de la polvorienta plaza, acompañada por Matías Legaspi y Mariana Borruel. Reían felices porque Marcelino Munguía le había dado una flor a Mariana y ella iba renegando porque no había sido perfumada. Los muchachos Quintero estaban en una esquina de la plaza. Cada uno tenía una flor en la mano. Florentina se emocionó al mirar a Martin. Si solo tenían una, quería decir que eran de las perfumadas. Grande fue su sorpresa al mirar que delante de ellas iban las nietas de Reginaldo Horta y que Martin y Bacilio  se despegaron del grupo para acercarse a ellas. Le dieron sendas flores a Leandra y a Antonina. Ellas las recibieron y siguieron caminando riendo muy contentas. Florentina sintió una especie de coraje al contemplar a las coquetas. En eso estaba cuando miró de repente a Antonio parado frente a ella.
__ Florentina __ le dijo muy nervioso __Hágame el favor de recibir esta flor. Hágame el favor también de llevársela a la Santa Cruz. Florentina inconscientemente tomo el obsequio. Antonio se hizo a un lado para permitir que las muchachas siguieran caminando.
__Mira, esta perfumada __ Dijo Matías riendo emocionada, haciéndole notar la característica de la flor __ ¿Se la vas a regresar?
Dentro de la costumbre estaba, que luego de dar una vuelta a la plaza, si le regresabas la flor a quien te la diera, era una señal de rechazo, en cambio,  si se quedaban con ella y luego se ponía en el templete de la cruz, era prácticamente un si, como si hubiera sido una declaratoria de noviazgo.
__¡Pues si! __ Respondió Florentina __ Yo para que quiero esta flor.
Al dar la vuelta, con gusto miró cuando las muchachas Horta le regresaban sus flores a Martin y a Bacilio. Los miró hacer una rabieta. Mas coraje les dió, cuando vieron que Apolinar López se acercaba a Antonina Horta y  ella aceptaba una flor, la cual olía emocionada y luego la apretaba en su pecho.  Entonces Florentina pensó en un juego cruel, ella no iba a rechazar a Antonio, para ver si lograba que Martin se fijara en ella. Cuando paso junto a ellos dijo mientras miraba fijamente a Martin.
__  Gracias por la flor Toño. Yo no soy como las otras que no saben cuándo algo está muy bueno. Esta florecita se la voy a poner a la Santa Crucita.
Luego le dijo directamente a Martin.__ Yo no le regreso a nadie la flor…menso.
Las muchachas siguieron su camino, entonces Antonio lanzo un grito de emoción y abrazando a sus hermanos los llevo a tomarse un jarrito de alcohol con café, para celebrar que ellos seguían sin novia y él… él tenía a la más hermosas de todas.
Desde ese día, los muchachos Quintero, se la pasaban todas las noches rondando el jacal de Petra Lujano, buscando la manera de que Antonio pudiera platicar un ratito con la novia. A pesar de ser lo que era, Petra era muy celosa. Sabía por experiencia propia que los hombres traían muchas desgracias. A lo largo de su vida se había enamorado muchas veces, pero ningún hombre la tomaba en serio. Era una prostituta envejecida por esa labor precisamente y estaba amargada. Sin embargo la muchacha se daba sus manías, y buscaba la manera de charlar con el novio, aunque siempre las pláticas rondaban alrededor de la vida de Martin. Ella preguntaba que como había aprendido a danzar, que si cuanta caña cortaba, que cuanta podía, que había comido, en fin, todo lo que se refiriera a Martin. Antonio lo tomaba como muy natural, platicaban de Martin porque él también lo admiraba, era el más fuerte de todos. Florentina ponía todo su esfuerzo por querer a Antonio, pero un día se dio cuenta que a quien amaba con todas sus fuerzas, era a su hermano Martin. Lo comprobó el día que los rurales se lo llevaron.
Un domingo por la mañana hubo un pleito muy sangriento en el mercado de Juchipila. Dos rivales se encontraron, uno era de Moyahua, el otro de Juchipila. Lo curioso es que no se disputaban mujer alguna, los dos discutían sobre cual Santo Santiago era más milagroso, si el de Moyahua, o el de Juchipila. Los dos enumeraban milagros de cada pueblo, la cantidad de gente que iba a verlo, la cantidad de pólvora que se quemaba. En una de esas dijo el Moyahuense.
__ ¡Que tan bueno ha de ser su Santiago de ustedes, si ya hasta la Santa Cruz del Remolino es más milagrosa, ya la gente la quiere más y su fiesta es más bonita que la de Juchipila!
Aquello enardeció al Juchipilense y desenfundó su machete.
__ ¡Busque con que defenderse amigo! ¡Aquí se va a morir!
El de Moyahua corrió a uno de los puestos donde vendían machetes y de ahí alcanzo a agarrar uno y con el inició su defensa y luego atacó al contrincante. La lucha duró muchos minutos, ambos eran bravos y de buen pelear. Tumbaron los puestos, quebraron loza, hicieron correr a los comensales de los puestos de birria y menudo, pisotearon las frutas y verduras que sobre una manta ofrecía la gente, hasta que el juchipilence, llegara a donde estaba un tendido de frijol tirado y al pisar la pila de ese grano resbaloso, perdió el equilibrio y eso no lo desaprovecho el de Moyahua y con un golpe certero arrancó de cuajo la cabeza de su rival. Luego de aquello agarró el primer caballo que tuvo a la mano y a todo galope salió con rumbo al sur.
Los rurales llegaron abriéndose paso entre el gentío que miraban el cuerpo sin cabeza.
__ ¡Que paso aquí! __ Preguntaban
Las respuestas se escucharon de múltiples bocas.
__ ¡…Era uno muy alto! …
__ ¡…Que la del Remolino es la mejor…!
__ ¡…Bueno pal machete…!
Los rurales sacaron sus conclusiones, alguien alto del Remolino y bueno pal machete. Seguramente uno que andaba en la zafra. En la zafra andaban los tres hermanos Quintero.
Cinco rurales llegaron a donde iba el corte de caña. La gente los miró con miedo, ellos no llegaban a ningún lugar sin un objetivo. Ordenaran que todos dejaran de trabajar y se pararan en fila. De los cuarenta cortadores de caña los muchachos Quintero sobresalían, sobre todo Martin.
__ Ese mi capitán, mírelo. Se ve que está asustado.
__Bueno, pues lácenlo, si quiere correr denle un balazo.
Un rural se puso tras la fila de trabajadores y otro al frente, los dos con las chavindas en la mano. Nadie se imaginaba que su objetivo era Martin. De repente este sintió como caía una cuerda apretando su cuerpo, luego el que estaba frente a él, lanzaba su cuerda y también lo aprisionaba. Jalaron las chavindas, quedo atado.
__ ¿Qué pasa mi capitán? __Se atrevió a preguntar el que fungía como mayordomo de los cortadores.
__ Este hombre acaba de matar a un cristiano en Juchipila.
__ ¿Cuándo? Si andamos aquí desde en la madrugada cortando caña.
__ ¿Lo está encubriendo amigo? Dígame que no es cierto para llevármelo también a usted. Nomás vuelva a repetir que aquí anda desde la madrugada para llevármelo a usted como alcahuete. Mejor dígame que acaba de llegar y se puso a cortar caña para disimular que venía de Juchipila. Dígame mejor eso amigo, yo sé lo que le digo.
El mayordomo palideció. Sabía que estaba en un problema muy grande.
__ No mi capitán, pos yo no sé, es tanta la gente que traigo que a lo mejor se metió y ni cuenta me di…si eso ha de haber sido. Ha de dispensar.
Luego de aquello el capitán hizo una seña y los dos jinetes que tenían amarrado a Martin se pusieron a la par y empezaron a jalarlo con rumbo a Juchipila. Antonio corrió a preguntarle al capitán.
__ Oiga, es mi hermano. ¿Pa Donde lo llevan?
__ Así que tu hermano. Lo llevamos prisionero y lo más seguro es que no lo vuelvas a ver.
__ ¿Pero prisionero por qué?
__ No tengo por qué darte explicaciones __ Y diciendo esto, saco el pie del estribo y sin más le dio un punta pie en la frente que lo dejo desmayado.
Todos los cortadores de caña se quedaron viendo sin hacer nada. Hasta que desaparecieron de la vista fue que corrieron a auxiliar al desmayado. Atenójenes Rubalcaba le comento a Apolinar López.
__ Martin ya no regresa nunca, ya ves como son estos hijos de la chingada. Voy que un día de estos me consigo un máuser y me pongo a tumbar cabrones.
__ Ni le buigas Atenójenes, ni le buigas, no te vayan a oír.
Efectivamente, Martin nunca volvió, ni siquiera se supo que fue de él, si lo colgaron o se lo llevaron prisionero, lo único que supieron fue que llego a Juchipila, ahí “alguien” lo identifico como el asesino del mercado y otro día se lo llevaron los rurales con rumbo desconocido.
Florentina fue quien más lo lloró. Resignada luego de seis meses que se lo llevaran, una noche accedió a lo que le pedía Antonio, que se casara con él. Florentina en cierta manera veía a Martin en Antonio, igual de altos, igual de guapos, igual de fuertes, aunque, diferentes en el tamaño de su hombría, pero qué más daba, se casaría con Antonio, para imaginarse que se casaba con Martin.
Petra Lujano aceptó aquel matrimonio porque sentía que así dejaba de responsabilizarse de su hija, la entregaba de blanco a un hombre muy bueno y trabajador. De esa manera, su hija Florentina si sería una mujer decente. Petra no se imaginaba que equivocada estaba, pues pronto iba a llegar un hombre que iba a terminar con su tranquilidad y la tranquilidad de su hija. Un hombre que llego junto con  las higueras del Remolino. Un hombre al que apodaban el machete por el tamaño de su virilidad. Un hombre que jamás debió de haber llegado al Remolino, ésta es su historia.
FRANCISCO RODRÍGUEZ LÓPEZ
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