"Los chinacos", (El gavilán)
La tensión creció entre los dos hombres al igual que la tela que ambos sostenían… los machetes se fueron levantando lentamente. Anastasio de reojo miró a Mercedes, que con ambas manos se tapaba el rostro para no mirar el desenlace del pleito, cualquiera que fuera el vencedor, le provocaría a ella una pena. Aquel descuido por poco y le cuesta la vida. Gumaro lleno de rabia, lanzo el primer machetazo directo a la cabeza de su rival. Anastasio completamente sobrio lo pudo eludir y al mismo tiempo también lanzo una estocada que detuvo antes que llegara al pecho del primo de su mujer. En ese instante tomo una decisión, el no mataría a Gumaro, él no le iba a provocar un pesar a la mujer que tanto amaba.
Los presentes notaron el movimiento y no lo entendieron, el padre de Anastasio grito ordenando.
__Fíjese lo que hace mijo, este cristiano no va a tener consentimientos como los que anda haciendo usted.
Anastasio no respondió nada y se dedico a eludir las estocadas de Gumaro y a concentrarse en no soltarse del paliacate. La pelea se hizo sangrienta, pero de un solo lado, por más que Anastasio se defendía, de vez en cuando el filoso machete de Gumaro llegaba a tocar su piel y la rasgaba haciendo que salieran borbotones de sangre. Los gritos de Mercedes lo aturdían, los gritos de su padre y sus hermanos exigiéndole que acabara con Gumaro también, pero él no les hacía caso, simplemente seguía defendiéndose, hasta que un machetazo lanzado por el agresor, le llego de frente y le corto el hombro derecho haciendo que casi perdiera su machete. Sintió que perdió fuerzas y por poco suelta su arma. Comprendió que estaba perdido, la única manera de salvar su vida, seria soltar el paliacate y salir corriendo, aunque toda su vida fuera catalogado como un cobarde, o en su defecto, dejarse matar por aquel agresor. Mejor morir valiente que vivir como cobarde, pero defendiéndose hasta el último momento. Por ese pensamiento saco fuerzas de su espíritu valiente y por fin lanzo un machetazo con todas sus fuerzas, pero fue precisamente en el momento que Gumaro lanzaba otro y los machetes chocaron con tal violencia que se fueron hacia abajo. Fue tan mala la suerte para el primo de Mercedes, que su mismo machete fue directamente a la canilla de la mano que sostenía el paliacate y este, cortó piel, tendones, venas y todo tejido entre la mano y el brazo, haciendo que su mano saliera cortada completamente de su cuerpo. Gumaro ni siquiera se dio cuenta, solamente noto que el paliacate no estaba sostenido con él, y con el muñón que lanzaba sangre a borbotones tiraba agarrones, pero era inútil, ya no tenía mano con que agarrarlo.
Ahí termino la pelea. Gumaro soltó su machete para apretar su antebrazo. Anastasio también dejo caer el suyo para ayudarlo. Los que presenciaban la pelea corrieron a auxiliarlo también. El padre de Anastasio sin miramiento alguno ordenó.
__Anastasio, tráetelo pa acá, al comal caliente. Tenemos que quemar esa herida pa que deje de sangrar, o si no esté cristiano se nos muere.
Y así lo hicieron. El grito que lanzo Gumaro fue ensordecedor. Se escucho en Contitlán, Atemajac, Amoxochitl, Juchipila, y por supuesto también, en el Remolino de los Luna.
Luego de quemar la herida, Gumaro dejo de sangrar, pero se desmayo por el dolor. Mercedes tendió un petate y ahí lo acostaron. Lo cobijaron con el sarape de Anastasio, y ahí quedo, quejándose del dolor. Luego atendieron a Anastasio. Con una aguja arriera que quemaron en las llamas vivas, Anastasio fue cocido en sus heridas por su padre. El también gritaba de dolor, pero su padre sin consentimiento alguno con una aguja arriera cerró con ixtle las mayores aberturas en donde estaba sangrando. Estaba en esa labor cuando escucharon el galope de varios caballos que se acercaban.
Hasta aquel patiecillo llegaron los jinetes, al frente de ellos iba don José María Luna, que machete en mano detuvo su remuda y contemplo la escena. Mercedes agachó la cabeza, los hermanos de Anastasio también desenvainaron sus machetes. Eran seis de los Luna, la llevaban de perder. Don Gorgonio dejo de zurcir las heridas de su hijo y encaro a los recién llegados.
__Su muchacho vino buscando pelea. Mi hijo no lo quiso matar. Ahí ta tirado…nosotros somos gente de paz. Perdió una mano en el pleito. Ahí ta tirada también.
Don José María no dijo nada, observo todo, la mano de su sobrino aun con el paliacate amarrado. A una seña uno de sus acompañantes se bajó de su caballo y se acercó al recién manco. Con otra seña, este le indico al viejo Luna que Gumaro estaba con vida. Luego el mismo observador levantó al herido, se lo puso al hombro y luego lo acercó con uno de sus parientes para que lo subieran a un caballo. Antes de partir el viejo Luna dijo:
__Vamos a esperar a que despierte mi sobrino y nos diga que pasó. Si le hicieron bola, vayan rezando por el alma de todos ustedes, si fue legal, de cualquier modo, algo se va a hacer, esto no se queda así.
Mercedes se atrevió a hablar.
__No padre, fue Gumaro el que vino buscando y Atanasio solamente…
__Uste cállese sinvergüenza, y no me diga padre que uste ha muerto para mí, yo no soy su padre, yo no soy padre de mujeres pasiadas. ¡Vámonos!
Y así fue como nació aquella rivalidad entre los Luna y los Haro. Aunque en aquella ocasión solamente resultaron dos heridos, los pleitos entre ellos fueron constantes. En cualquier parte donde se encontraba un Luna, con un Haro, ya se sabía que el enfrentamiento era inevitable, por fortuna para ambas familias, nunca hubo un muerto que lamentar.
Las heridas de Anastasio sanaron y Gumaro se resigno a verse con una sola mano. Ninguno de los dos fue castigado por las autoridades por su enfrentamiento, simple y sencillamente porque en esa época no existía la autoridad. El gobierno español preocupado por no dejarse arrebatar el poderío del territorio de la nueva España, no les interesaba los pleitos particulares. El ejercito insurrecto tampoco se preocupaba por solucionar problemas casuales, solamente se enfocaban en atacar a los españoles para lograr lo más pronto posible la independencia.
Por esta razón en el territorio mexicano, aparecieron un grupo marginado de la sociedad, los mestizos, que a principios de la separación de castas, fueron los hijos de indio con negro y despóticamente se le llamaba CHINOS, por lo rizado de su pelo, pero luego de muchos años, para hacer más ofensiva la palabra a los españoles les dio por llamarlos, CHINACOS, y este apodo lo adoptaron todos aquellos seres que fueran mestizos, que importaba las razas que se hubieran cruzado para su existencia.
Los chinacos aprendieron a distinguirse de las demás ramas de la sociedad, para reconocerse entre ellos, y si bien no podían compararse con los españoles y los criollos, tampoco querían ser considerados indios o negros, así que adoptaron una manera muy particular de vestirse, de comunicarse, de sobresalir, pero una de sus mayores características, es que el chinaco era muy valiente y orgulloso. En las guerras de independencia se miraban sobre salir de las demás tropas. Desgraciadamente no había partido ni liderazgo y bien algunos grupos participaban con los liberales y otros con los conservadores.
Pero también por no existir la ley ni el orden, muchos de estos hombres se volvieron bandidos. No había quien se los impidiera. Unidos y aprovechando el caos nacional, muchos de ellos se enriquecieron robando, caminos reales, minas y haciendas. Los más famosos fueron el Zarco, los bandidos de Rio Frio, y El Gavilán del cañón de Juchipila.
Dicen que el Gavilán era nacido en Nochistlán, no hay pruebas de eso, solamente se sabe que formo una banda con más de doscientos hombres, que muy bien armados y montados, robaban desde Fresnillo, Valparaíso, Mezquital del oro, Nochistlán, y hasta las haciendas de Jalisco, robando una vez, la catedral de Guadalajara.
Había adoptado el nombre del Gavilán, porque una de sus características era que le gustaba robarse a las mujeres, o pollitas como él las llamaba, disfrutarlas y luego matarlas en donde enterrara algún tesoro, según esto para que se quedaran ellas cuidando lo robado.
Tenía muchos refugios a lo largo de su territorio, pero uno de sus favoritos, era el cerro de las Ventanas, porque ahí había encontrado muchas cuevas para esconder lo logrado en sus atracos.
En todas partes era muy temido El Gavilán por su crueldad, aquel hombre vestido siempre de negro, con su sombrero galoneado, su sarape de saltillo y sus pantalones adornados con oro y plata se distinguía principalmente por su machismo. Le gustaba enfrentar duelos de paliacate, con su daga no había rival que le ganara, era un verdadero as en ese tipo de enfrentamientos. Por esta razón principalmente, es que se había ganado el respeto de sus hombres, porque el Gavilán si era macho,
Un mal día definitivamente sembró sus reales en el cerro de las ventanas, ahí hizo su campamento y no permitió que nadie volviera a sembrar y ni ir a la temachaca siquiera. Salían a hacer sus correrías, robaban, y aunque a veces tardaba meses en volver, siempre regresaba a su cerro favorito.
Para desgracia de Anastasio Haro y su familia, un día tuvo la mala fortuna de que el Gavilán se fijara en la belleza de Mercedes Luna, y curiosamente por primera vez en su vida, aquel hombre malvado sintió el amor por una mujer. Con ella se portó diferente, la quería a la buena, nunca se imagino que eso causaría una tragedia, lo cual traería como consecuencia, EL ORIGEN DE LA FIESTA DE LA SANTA CRUZ.
FRANCISCO RODRÍGUEZ LÓPEZ.