El
capitán Esparza, era un hombre orgulloso, valiente y muy apegado a
su oficio de rural, tanto que muchas veces llego a la crueldad, aduciendo que
solo cumplía con su deber. En esa época, la policía rural del general Porfirio
Díaz fue un verdadero terror para la población, pero más que nada para la
delincuencia.
México,
antes que Porfirio Díaz llegara al poder, era una nación prácticamente
ingobernable. Por el hecho de haber vivido tantas guerras contra otras naciones
que querían apropiarse del territorio mexicano, y tantas luchas internas por el
poder, no había organización política ni social y cada estado se gobernaba como
mejor le parecía. Eso lo aprovechaban los maleantes y en muchas partes de la
Republica había gavillas de facinerosos que tenían asolada a la población civil,
principalmente en las áreas alejadas de las ciudades. Esa fue una de las causas
por las que fue creada la policía rural, para pacificar y darle tranquilidad al
campo mexicano.
Durante
toda la dictadura porfirista, esta famosa policía rural, se dio a la tarea de
hacer “Justicia” en el campo, pero lo hacían de tal manera que se convirtieron
en seres temidos y odiados, pues solo tenían dos castigos, la muerte o la
esclavitud en haciendas de amigos del presidente, las más famosas fueron Valle
Nacional y los henequenales de Yucatán. En cierta manera ese plan de Díaz tuvo
éxito, “Muerte a los delincuentes” prácticamente dejo de haber delincuencia,
aunque se llegó al abuso, porque muchas veces se llevaron a inocentes y eso
poco a poco cansó al pueblo y fue una de las causas que naciera la revolución.
El
capitán Esparza era originario del Municipio de Tabasco, Zacatecas. Muy
valiente y enamorado, tuvo hijos en muchas partes de la región. Se casó siete
veces sin estar divorciado de ninguna esposa y convivió con todas ellas, pues
su lema era “Yo nunca voy a dejar a una esposa abandonada por irme con otra
mujer”. Ni el mismo supo cuántos hijos tuvo. Con Enedina Medrano, de Tabasco,
tuvo cuatro hijos, uno de ellos llamado Eduardo, mejor conocido como Eduardo
Esparza, el talabartero.
Otro que
también tuvo muchos hijos, fue Reginaldo Horta. Se casó con Amalia López y de
ahí nacieron tres mujeres y un varón, enviudo y se casó con Emérita Martínez,
donde tuvo 14 hijas, una de ellas Antonina Horta y tres hijos, Asunción, Félix
y Roque. Asunción (Chon) se casó con Tomasita Haro y
tuvieron una familia muy numerosa, entre ellos Arcadio y Agapita. Arcadio tuvo
a un hijo de nombre Jesús Horta y Agapita tuvo un hijo de nombre Manuel
Rodarte, ambos, los carniceros más famosos del Remolino, pero no adelantemos
hechos, ellos nacieron, ya cuando estaban las higueras.
Petra
Lujano quedo completamente sola cuando se llevaron a Agripino y a María
prisioneros. Doña Narcisa Duran, la partera en aquel entonces, fue quien la
ayudo a parir. Nació una niña. Muy hermosa, de piel blanca, muy parecida a su
abuelo Antonie, solamente que con los ojos negros como los de su madre. Cuando
la llevaron a registrar, le pusieron como nombre Florentina Ríos Lujano.
Florentina
vivió en una situación difícil. Su madre no sabía hacer otra cosa más que
prostituirse. Metía a los hombres a su jacal. El Remolino crecía, y
junto con él la clientela. La gente señalaba a Petra,
como una mala mujer.
Florentina
creció y se convirtió en una de las mujeres más hermosas de la
comarca. Los hombres la asediaban con promesas de dinero, todos creían que era
como su madre, pero Petra siempre la cuidó y aconsejó para que fuera una mujer
decente, no una "puta" como ella.
De una
ranchería llamada Los Barrios, al otro lado del rio frente a Juchipila, llegó
Asunción Quintero con su familia y se instalaron cerca de la plaza.
Su mujer
era Peregrina Estrada. Llegaron de recién casados a trabajar en las
plantaciones de cañas. En Remolino nacieron sus cuatro hijos,
Antonio, Bacilio, Martin y Francisca. Ahí crecieron libres y salvajes, los
varones trabajando desde los cinco años en el cuamil de su padre o en los
cañaverales de la hacienda. Cuando crecieron se convirtieron en unos mocetones
de casi dos metros de altura, que vestidos de manta, eran el atractivo mayor
cuando le danzaban a la Santa Cruz el día tres de mayo.
Los tres
muchachos Quintero eran quien punteaba aquel folklor. Martin era el capitán de
la danza y sus otros dos hermanos los que le seguían. No se cansaban nunca,
danzaban son tras son con mucha devoción y amor a la Santa Cruz.
Fue
precisamente un tres de mayo, que Florentina Ríos se fijara en lo bonito que
bailaba Martin.
El señor
cura, Pedro Crisólogo de García, fue quien instauró la
costumbre de las procesiones para la santa Cruz y él fue quien dividió el
rancho en Barrios para poder señalar en donde deberían de ir quedando la cruz
como una santa peregrina. Dijo este santo varón, el padre Pedro Crisólogo, que
todos los jacales que se estaban al norte del arroyo de Amoxochitl, estarían en
el barrio arriba, los jacales entre ese arroyo y el arroyo que
bajaba del Ranchito, será el barrio de en medio, y los del sur del arroyo del
Ranchito, el barrio de abajo. Que se harían procesiones de sur a norte y luego
de norte a sur hasta terminar en la capilla. A la gente le encantaba aquel
recorrido. Fue este mismo padre quien empezó a ordenar como una penitencia, ir
de rodillas durante las peregrinaciones, para extirpar los pecados de la carne.
Decenas de personas avecinadas en Remolino y de otras rancherías, se les veía
en la madrugada y tarde del tres de mayo, caminar hincados rezando y llorando
pagando sus pecados, con las rodillas sangrando, dejando pedazos de piel en la
tierra endurecida del Remolino.
Aquella
madrugada que Florentina se fijara en Martin, ella iba de rodillas. La danza
llegó hasta el templete donde estaba la cruz, pero los penitentes
tenían que seguir con su sacrificio hasta las puertas de la capilla.
Los danzantes saltaban al son de un violín. De repente Martin quedo danzando
precisamente frente al rostro de Florentina. El lugar era alumbrado con teas de
ocote y con una gran fogata alimentado con leña de mezquite. El calzón de manta
se transparento por el hecho de quedar a contra luz. Florentina sintió
un extraño estremecimiento al contemplar nítidamente los genitales del
danzante. Se veían casi como si estuviera desnudo, moviéndose al ritmo de la
danza. Quedo como hipnotizada ante aquel espectáculo. De repente el danzante
dio un salto y salió de su vista. Otro hombre quedo frente a ella en la misma
posición y condición. Que diferentes. Antonio aunque era hermano de Martin,
demostraba algo muy mínimo en comparación al primero. Florentina no sintió el
estremecimiento, al contrario, sintió un poco de lastimas por aquel gigantón.
Cuando
termino la misa, ya el sol clareaba en el horizonte. Bajo un huizache estaban
los danzantes tomando agua y riendo alegremente. Florentina se despegó del
grupo de muchachas con las que iba, aduciendo que iba a comprar una charrasca.
Pasó junto al grupo de jóvenes, vestidos en calzón de manta, con huaraches
nuevos y aquellos bonetes de plumas que los hacían lucir tan coloridos. Los
tres hermanos Quintero se le quedaron viendo. Ella los saludó con una sonrisa,
pero solo Antonio le correspondió, los otros dos agacharon la cabeza. Cuando
pasó, fue Bacilio quien dijo:
__ Viste
Toño, te echo una sonrisa
__ Si
pues, si pues…es la más chula de todas
__ Yo
que tú __Agregó Martin__ en la noche le doy una flor perfumada. Pa que sepa que
estas bien enamorado de ella hermano.
__ Ey…
eso voy a hacer.
La
plática se interrumpió porque escucharon que la gente gritaba asustada.
Corrieron a ver qué pasaba, para darse cuenta que los viejitos, Anastasio Haro
y Gumaro Luna, eran los últimos peregrinos que llegaban a la capilla después de
haber hecho el recorrido de rodillas. Gumaro no alcanzó a llegar y se había
desmayado casi a las puertas de la iglesia. Por más que sus familiares les
habían rogado que no lo hicieran, ellos se habían encaprichado y con mucho
esfuerzo habían hecho el recorrido, todo en honor a la santa niña Crucita. Fue
la última vez que se escuchó hablar de ella, pues una semana después murió
Gumaro y a los diez días también Anastasio fue sepultado, ahí, junto al
templete donde reposaba su hija.
El tres
de mayo, los danzantes terminaban su jornada luego que se metía el sol,
entonces solo se quitaban el bonete y se iban a gozar de la feria. La gente
había aprendió a hacer negocio y sobre manteles de manta ponían pilas de guámara,
pilas de cacahuates tostados, los cuales sabían muy sabrosos con un pedazo de
charrasca, había tamalitos de cachaza, pan de huevo y para los que querían
embriagarse, jarritos con alcohol de caña. Una señora de Juchipila, ensenó a
las muchachas Villarreal a hacer flores de papel y cascarones de huevo rellenos
con confeti. Durante todo el año se dedicaban a hacer esta artesanía, pues no
solo vendían en Remolino, sino que seguían la serie de fiestas que se seguía
haciendo en la comarca. Valían a tres flores por un centavo o un centavo si la
querían perfumada. Las flores sin perfume se le podía regalar a cualquier
muchacha, era un coqueteo, pero las perfumadas indicaban algo más, eran casi
como una declaración de noviazgo.
Florentina
Ríos, caminaba alrededor de la polvorienta plaza, acompañada por Matías Legaspi
y Mariana Borruel. Reían felices porque Marcelino Munguía le había dado una
flor a Mariana y ella iba renegando porque no había sido perfumada. Los
muchachos Quintero estaban en una esquina de la plaza. Cada uno tenía una flor
en la mano. Florentina se emocionó al mirar a Martin. Si solo tenían una,
quería decir que eran de las perfumadas. Grande fue su sorpresa al mirar que
delante de ellas iban las nietas de Reginaldo Horta y que Martin y Bacilio se
despegaron del grupo para acercarse a ellas. Le dieron sendas flores a Leandra
y a Antonina. Ellas las recibieron y siguieron caminando riendo muy contentas.
Florentina sintió una especie de coraje al contemplar a las coquetas. En eso
estaba cuando miró de repente a Antonio parado frente a ella.
__
Florentina __ le dijo muy nervioso __Hágame el favor de recibir esta flor.
Hágame el favor también de llevársela a la Santa Cruz. Florentina
inconscientemente tomo el obsequio. Antonio se hizo a un lado para permitir que
las muchachas siguieran caminando.
__Mira,
esta perfumada __ Dijo Matías riendo emocionada, haciéndole notar la
característica de la flor __ ¿Se la vas a regresar?
Dentro
de la costumbre estaba, que luego de dar una vuelta a la plaza, si le
regresabas la flor a quien te la diera, era una señal de rechazo, en cambio, si
se quedaban con ella y luego se ponía en el templete de la cruz, era
prácticamente un si, como si hubiera sido una declaratoria de noviazgo.
__¡Pues
si! __ Respondió Florentina __ Yo para que quiero esta flor.
Al dar
la vuelta, con gusto miró cuando las muchachas Horta le regresaban sus flores a
Martin y a Bacilio. Los miró hacer una rabieta. Mas coraje les dió, cuando
vieron que Apolinar López se acercaba a Antonina Horta y ella
aceptaba una flor, la cual olía emocionada y luego la apretaba en su pecho. Entonces
Florentina pensó en un juego cruel, ella no iba a rechazar a Antonio, para ver
si lograba que Martin se fijara en ella. Cuando paso junto a ellos dijo
mientras miraba fijamente a Martin.
__ Gracias
por la flor Toño. Yo no soy como las otras que no saben cuándo algo está muy
bueno. Esta florecita se la voy a poner a la Santa Crucita.
Luego le
dijo directamente a Martin.__ Yo no le regreso a nadie la flor…menso.
Las
muchachas siguieron su camino, entonces Antonio lanzo un grito de emoción y abrazando
a sus hermanos los llevo a tomarse un jarrito de alcohol con café, para
celebrar que ellos seguían sin novia y él… él tenía a la más hermosas de todas.
Desde
ese día, los muchachos Quintero, se la pasaban todas las noches rondando el
jacal de Petra Lujano, buscando la manera de que Antonio pudiera platicar un
ratito con la novia. A pesar de ser lo que era, Petra era muy celosa. Sabía por
experiencia propia que los hombres traían muchas desgracias. A lo largo de su
vida se había enamorado muchas veces, pero ningún hombre la tomaba en serio.
Era una prostituta envejecida por esa labor precisamente y estaba amargada. Sin
embargo la muchacha se daba sus manías, y buscaba la manera de charlar con el
novio, aunque siempre las pláticas rondaban alrededor de la vida de Martin.
Ella preguntaba que como había aprendido a danzar, que si cuanta caña cortaba,
que cuanta podía, que había comido, en fin, todo lo que se refiriera a Martin.
Antonio lo tomaba como muy natural, platicaban de Martin porque él también lo
admiraba, era el más fuerte de todos. Florentina ponía todo su esfuerzo por
querer a Antonio, pero un día se dio cuenta que a quien amaba con todas sus
fuerzas, era a su hermano Martin. Lo comprobó el día que los rurales se lo
llevaron.
Un
domingo por la mañana hubo un pleito muy sangriento en el mercado de Juchipila.
Dos rivales se encontraron, uno era de Moyahua, el otro de Juchipila. Lo
curioso es que no se disputaban mujer alguna, los dos discutían sobre cual
Santo Santiago era más milagroso, si el de Moyahua, o el de Juchipila. Los dos
enumeraban milagros de cada pueblo, la cantidad de gente que iba a verlo, la
cantidad de pólvora que se quemaba. En una de esas dijo el Moyahuense.
__ ¡Que
tan bueno ha de ser su Santiago de ustedes, si ya hasta la Santa Cruz del
Remolino es más milagrosa, ya la gente la quiere más y su fiesta es más bonita
que la de Juchipila!
Aquello
enardeció al Juchipilense y desenfundó su machete.
__
¡Busque con que defenderse amigo! ¡Aquí se va a morir!
El de
Moyahua corrió a uno de los puestos donde vendían machetes y de ahí alcanzo a
agarrar uno y con el inició su defensa y luego atacó al contrincante. La lucha
duró muchos minutos, ambos eran bravos y de buen pelear. Tumbaron los puestos,
quebraron loza, hicieron correr a los comensales de los puestos de birria y
menudo, pisotearon las frutas y verduras que sobre una manta ofrecía la gente,
hasta que el juchipilence, llegara a donde estaba un tendido de frijol tirado y
al pisar la pila de ese grano resbaloso, perdió el equilibrio y eso no lo
desaprovecho el de Moyahua y con un golpe certero arrancó de cuajo la cabeza de
su rival. Luego de aquello agarró el primer caballo que tuvo a la mano y a todo
galope salió con rumbo al sur.
Los
rurales llegaron abriéndose paso entre el gentío que miraban el cuerpo sin
cabeza.
__ ¡Que
paso aquí! __ Preguntaban
Las
respuestas se escucharon de múltiples bocas.
__ ¡…Era
uno muy alto! …
__ ¡…Que
la del Remolino es la mejor…!
__
¡…Bueno pal machete…!
Los
rurales sacaron sus conclusiones, alguien alto del Remolino y bueno pal
machete. Seguramente uno que andaba en la zafra. En la zafra andaban los tres
hermanos Quintero.
Cinco
rurales llegaron a donde iba el corte de caña. La gente los miró con miedo,
ellos no llegaban a ningún lugar sin un objetivo. Ordenaran que todos dejaran
de trabajar y se pararan en fila. De los cuarenta cortadores de caña los
muchachos Quintero sobresalían, sobre todo Martin.
__ Ese
mi capitán, mírelo. Se ve que está asustado.
__Bueno,
pues lácenlo, si quiere correr denle un balazo.
Un rural
se puso tras la fila de trabajadores y otro al frente, los dos con las
chavindas en la mano. Nadie se imaginaba que su objetivo era Martin. De repente
este sintió como caía una cuerda apretando su cuerpo, luego el que estaba
frente a él, lanzaba su cuerda y también lo aprisionaba. Jalaron las chavindas,
quedo atado.
__ ¿Qué
pasa mi capitán? __Se atrevió a preguntar el que fungía como mayordomo de los
cortadores.
__ Este
hombre acaba de matar a un cristiano en Juchipila.
__
¿Cuándo? Si andamos aquí desde en la madrugada cortando caña.
__ ¿Lo
está encubriendo amigo? Dígame que no es cierto para llevármelo también a
usted. Nomás vuelva a repetir que aquí anda desde la madrugada para llevármelo
a usted como alcahuete. Mejor dígame que acaba de llegar y se puso a cortar
caña para disimular que venía de Juchipila. Dígame mejor eso amigo, yo sé lo
que le digo.
El
mayordomo palideció. Sabía que estaba en un problema muy grande.
__ No mi
capitán, pos yo no sé, es tanta la gente que traigo que a lo mejor se metió y
ni cuenta me di…si eso ha de haber sido. Ha de dispensar.
Luego de
aquello el capitán hizo una seña y los dos jinetes que tenían amarrado a Martin
se pusieron a la par y empezaron a jalarlo con rumbo a Juchipila. Antonio
corrió a preguntarle al capitán.
__ Oiga,
es mi hermano. ¿Pa Donde lo llevan?
__ Así
que tu hermano. Lo llevamos prisionero y lo más seguro es que no lo vuelvas a
ver.
__ ¿Pero
prisionero por qué?
__ No
tengo por qué darte explicaciones __ Y diciendo esto, saco el pie del estribo y
sin más le dio un punta pie en la frente que lo dejo desmayado.
Todos
los cortadores de caña se quedaron viendo sin hacer nada. Hasta que
desaparecieron de la vista fue que corrieron a auxiliar al desmayado. Atenójenes
Rubalcaba le comento a Apolinar López.
__
Martin ya no regresa nunca, ya ves como son estos hijos de la chingada. Voy que
un día de estos me consigo un máuser y me pongo a tumbar cabrones.
__ Ni le
buigas Atenójenes, ni le buigas, no te vayan a oír.
Efectivamente,
Martin nunca volvió, ni siquiera se supo que fue de él, si lo colgaron o se lo
llevaron prisionero, lo único que supieron fue que llego a Juchipila, ahí
“alguien” lo identifico como el asesino del mercado y otro día se lo llevaron
los rurales con rumbo desconocido.
Florentina
fue quien más lo lloró. Resignada luego de seis meses que se lo llevaran, una
noche accedió a lo que le pedía Antonio, que se casara con él. Florentina en
cierta manera veía a Martin en Antonio, igual de altos, igual de guapos, igual
de fuertes, aunque, diferentes en el tamaño de su hombría, pero qué más daba,
se casaría con Antonio, para imaginarse que se casaba con Martin.
Petra
Lujano aceptó aquel matrimonio porque sentía que así dejaba de
responsabilizarse de su hija, la entregaba de blanco a un hombre muy bueno y
trabajador. De esa manera, su hija Florentina si sería una mujer decente. Petra
no se imaginaba que equivocada estaba, pues pronto iba a llegar un hombre que
iba a terminar con su tranquilidad y la tranquilidad de su hija. Un hombre que
llego junto con las higueras del Remolino. Un hombre al que apodaban
el machete por el tamaño de su virilidad. Un hombre que jamás debió de haber
llegado al Remolino, ésta es su historia.
FRANCISCO RODRÍGUEZ LÓPEZ