El remolino historia fantastica

jueves, 6 de marzo de 2014

CAPITULO XXIX, LA VENGANZA DE AGRIPINO Y SU CONDENA.

Agripino asustó  a todos los presentes. Su reto era muy común por aquellos lugares, esa salvaje costumbre que hicieran popular los chinacos seguía vigente.
__ ¡Anda viejo alcahuete! ¡Así como eres bueno para ofrecer a tus hijas, a ver si eres bueno para responder como un hombre! ¡Ya cuando montas a tus hijas vas y se las regalas a cualquier pendejo! ¡Porque seguro quieres a tus hijas para ti!
Se escucharon los murmullos de la gente. La esposa de Melquiades lo agarraba con mucha fuerza. Sus hijas lloraban suplicando que se fueran de ahí.
__ ¡Eres un cobarde Melquiades!
El retado analizó  la situación, la llevaba de perder, nunca se había peleado de aquella manera, ni siquiera iba  armado. Si accedía a aquel pleito sabía que iba a morir. Mejor era huir, ya buscaría la manera de desquitarse, por lo pronto era mejor la vergüenza que la muerte.
__ ¡Yo no peleo con borrachos! __ Al decir esto dio media vuelta y a grandes pasos se alejó con rumbo a la plaza donde había dejado su carreta. Su familia tras él.
La gente quedó seria, era raro ver que se eludiera un pleito después de tantas ofensas. Sin embargo de repente lanzaron un grito general, al mirar que Agripino  corría tras Melquiades y cuando lo alcanzó, hundió su daga una y otra y otra vez en la espalda de aquel hombre. Cayó dando de gritos y pidiendo ayuda. Nadie se atrevió a defenderlo porque Agripino riendo como un loco amenazaba a los presentes. Las únicas que se atrevieron a acercarse fueron su mujer y sus hijas, que  gritando horrorizadas imploraban por ayuda también. Agripino tomó del pelo a la mujer que fuera su novia, con rabia la levantó.
__ ¡Tú te vienes conmigo!
__ ¡No Agripino, no, por favor!
__Dije que te vienes conmigo.
El alboroto era grande. La gente seguía sin intervenir. De repente se escucharon las pisadas de muchos caballos en el empedrado. La gente abrió el círculo que habían hecho alrededor del herido y su familia. Un grupo de charros muy elegantes aparecieron. Montaban caballos de fina estampa
__ ¿Qué pasa aquí? __ Pregunto el hombre que capitaneaba a aquellos charros.
Nadie le contesto nada, el cuadro lo decía todo. Un hombre ensangrentado muriendo en el empedrado, otro jalando a una muchacha que no paraba de gritar por ayuda, otras mujeres llorando abrazadas del hombre que estaba tirado, el que jalaba a la muchacha con una daga ensangrentada en la mano.
__ ¡Apláquese amigo, apláquese o lo aplaco!
Agripino sin soltar a la muchacha amenazó al charro con su daga mientras le decía.
__  ¡A Agripino Ríos no lo manda ningún currito! ¡Si se siente muy hombre bájese del caballo!
__ ¡Muchachito pendejo! ¡No sabes ni a quien le has dicho eso! ¡A los rurales de mi general Porfirio Díaz, nadie le falta al respeto! ¡Muchachos, vamos aplacando a este gallito!
Los charros se aprestaron a cumplir la orden. Todos desenfundaron un brillante sable, menos un prieto fornido que desanudo de los tientos de la silla de su caballo un largo látigo. 
__ ¡Déjemelo a mi capitán! ¡Ya hace rato que esta chirrionera no despelleja a un perro!
Los rurales rieron. Conocían la habilidad de aquel prieto con aquella arma. El llamado capitán dijo.
__ ¡Todo suyo Mireles! ¡Pero no me lo vaya a matar, mi general Díaz lo necesita vivo!
Agripino, al igual que la demás gente estaba sorprendido. No sabían quiénes eran aquellos charros. El rijoso soltó a la muchacha y aun con la daga en la mano enfrentó al llamado capitán, fue por eso que, le llegó por sorpresa el primer golpe. Se escuchó un chasquido, luego aquel zumbido en el aire y después  el golpe que como si  fuera una navaja, rasgó su camisa y luego la piel de su espalda.
Gritó sorprendido y volteó a ver de dónde había venido el golpe. Miró al prieto que lo contemplaba burlesco con el látigo en la mano. Luego vio como de nuevo lo levantaba y con una maestría increíble lo dejó caer de nuevo rasgando el aire y luego su pecho. El dolor fue intenso. Cayó al suelo pero se incorporó de inmediato. La daga no supo ni a donde fue a caer. Quiso huir, pero lo rodeaba aquel grupo de jinetes que solo le iban dejando espacio para que avanzara lentamente. Cuando quedaba junto a un caballo, además del látigo, también sentía los sablazos, que de canto le llovían en la espalda, en la cabeza, en el cuello. Así se lo fueron llevando por toda la calle rumbo a la presidencia. Llegaron a la plaza. Los latigazos no paraban. Sangraba de la espalda, del pecho, nalgas, piernas. Aullaba de dolor. La gente los seguía, no había nadie que sintiera lástima por aquel asesino. Frente a la presidencia cayó de rodillas llorando a más no poder. Ahí estaban los policías, pero ninguno hacia nada, aquellos charros imponían respeto.
__ ¡Ya está bueno Mireles! __ Ordenó el capitán. El prieto, sin dejar de sonreír fue recogiendo su látigo enredándolo en pequeños círculos, luego le dio un beso y lo volvió a amarrar en los tientos de su silla.
Agripino pensó que su castigo había terminado y se incorporó para irse, pero el capitán le gritó.
__ ¡Quieto amigo, que no hemos terminado! ¡Usted está arrestado y se va con nosotros! ¡Si hay celdas en esta presidencia, háganme el favor de encerrarlo!
__ ¿Quiénes son ustedes? __ Por fin pregunto un hombre  parado en el quicio de la puerta de la presidencia __ Yo soy la autoridad de Juchipila.
El capitán desmontó. Se acercó al hombre y le tendió la mano.
__ Capitán Esparza. De la policía rural de mi general Porfirio Díaz. Tenemos la orden y la facultad de llevar la justicia a todos los rincones de la Republica. Todas las autoridades están a nuestras órdenes porque nuestra palabra es ley. ¿Alguna duda?
__ No señor, todo muy bien entendido.
__ Entonces enciérreme a este cabresto. Nos lo vamos a llevar junto con todos los presos que tenga y los que vamos a apresar.  El señor presidente los necesita en el ejército o en Valle Nacional. Desde este momento está presidencia es nuestro cuartel, lo mismo la fonda donde nos vamos a hospedar. ¿Alguna duda?
__No señor, todo entendido.
Frente a la iglesia murió Melquiades. Desangrado, sin que nadie le ayudara. Agripino preso por aquellos elegantes charros que decían ser, la policía rural del general Porfirio Díaz.
No había pasado media hora de aquel zafarrancho, cuando llegó María Arelis hecha una fiera hasta la presidencia.
__ ¡Vengo para que suelten a mi hijo inmediatamente! ¡Si es verdad que me lo golpearon no saben en el pedo que se metieron!
Con palabras altisonantes insultando a todos los presentes, exigía ver inmediatamente a su hijo, que lo soltaran, que los iba a matar a todos.
Dos charros custodiaban la puerta. María quiso entrar a la fuerza, pero los charros sacaron inmediatamente sus sables y puestos en cruz, impidieron que ella avanzara.
__ ¡Ni crean que con sus chingadas alcayatas van a impedir que entre a rescatar a mi hijo! ¡No saben de lo que es capaz una madre!
Sin medir consecuencias quiso brincar aquel improvisado cerco, entonces uno de aquellos hombres la tomó del pelo y sin ninguna consideración la jaló y de un empujón la aventó hasta media calle. En eso apareció el capitán Esparza. Desde el suelo lo miro María. Su figura imponía respeto.
__ ¿Qué pasa?
__ Parece que es la madre del prisionero. Se quiere meter a la fuerza.
El capitán Esparza la miró. Sonrió, luego le dijo cruelmente.
__ Lárguese  para su casa señora. A su hijo no lo vuelve a ver nunca jamás. O si lo vuelve a ver, será colgado de la rama de algún mezquite. Así que despídase para siempre de su muchachito.
María lo miró con odio. Volteó para todos lados buscando alguna piedra suelta para tirarle a aquel desgraciado. No había ninguna, todas estaba muy bien amarradas en el empedrado. Lo único que tuvo a la mano fue una pila de pasojos frescos de los mismos caballos de aquellos charros. Eso fue lo que utilizó de arma. Con rabia agarró un puño de bazofia y la tiró al rostro del rural. Tanta fue su mala suerte que aquellos despojos pegaron en la cara del capitán, luego se resbalaron y ensuciaron su chaquetilla de adornos plateados. El coraje pinto su rostro de rojo. Sin consideración alguna se acercó a la mujer que aún estaba tirada y como si pateara a un perro de dio tremendo puntapié en el abdomen, luego otro y otro para rematar de cuclillas descargando sus  puños sobre el rostro de la pobre mujer, que ni siquiera tuvo oportunidad de quejarse. La desmayó y luego dio una orden.
__ Enciérrenla también. Esta se va a Valle Nacional a divertir garañones.
Cuatro días después. Se miró a los rurales salir de Juchipila. Llevaban cuarenta presos, entre ellos, María Arelis y su hijo Agripino, ambos aun mostrando las secuelas de la golpiza que les habían propinado. Pasaron por el Surco de Nopales. Los jacales estaban solos, las prostitutas habían huido temiendo que los rurales fueran por ellas. Luego pasaron por el Remolino, Petra Lujano estaba en el patio de su jacal, los miró cuando pasaron y solo dijo tocando su abultada barriga __Mira mijo, ahí va tu padre y tu abuela, a ver cuándo los volvemos a ver__ Luego pasaron por la plaza del Remolino, los hombres sintieron lástima por María, tantas veces que los había divertido. Al pasar por el Arroyito Blanco, el padre de María rajaba leña. María gritó__ ¡Padre, padre, perdóneme!__ El hombre miró la comitiva, ni siquiera levantó la mano,  luego siguió con su trabajo como si nada. En Contitlán, a la orilla del camino estaba la familia de Melquiades que no pararon de gritarle maldiciones al preso, solamente aquella que fuera su novia no decía nada. Lo miró con mucha tristeza y luego se puso a llorar con mucho dolor. Todos pensaron que era por la reciente muerte de su padre. Solo ella sabía que no era así.
Petra le había dicho al feto que llevaba en su vientre, que a ver cuando los volvían a ver. Eso nunca sucedió. Agripino fue mandado a Valle Nacional,  y ahí fue esclavizado en una hacienda. María fue mandada a Yucatán, a los henequenales y allá murió de hambre, pues aunque siguió sirviéndole a los hombres, allá no había quien pudiera pagarle.
Nunca volvieron y Petra tuvo que sobrevivir sola, cuidando de la niña que tuviera una noche lluviosa y fría, le puso por nombre Florentina, la tal Florentina Ríos…Esta es su historia.

 FRANCISCO RODRÍGUEZ LÓPEZ

martes, 4 de marzo de 2014

CAPITULO XXVIII, EL BORRACHO DE AGRIPINO.

El Remolino crecía lentamente. De repente alguna familia llegaba y hacia su jacal sin pedirle permiso a nadie, generalmente a la orilla del camino real o de los arroyos. La gente empezó a cercar lo que consideraba su propiedad con bellas cercas de piedra, y con ese mismo material hacían los corrales para sus animales.
Reginaldo que era quien tenía un poco de conocimiento de urbanidad por sus constantes viajes a las ciudades, fue quien sugirió que  no se siguieran haciendo remolinos de casas y se marcaran algunas calles, para que la circulación fuera más fácil. Así fue como desde la plaza, salieron algunas calles, todas chuecas, pues nadie siguió el reglamento y seguían cercando como les venía en gana. Estaba el camino real, que era una calle natural a la orilla de la plaza, luego, se hicieron dos calles que llegaban directo a la capilla, en dirección norte-sur, luego una calle hacia el oriente que daba al llano que había entre arroyo y arroyo, en donde la gente solía soltar sus animales en tiempos de secas, y por eso le llamaban el potrero. Poco a poco se pobló  toda la orilla del camino real, de tal manera que las únicas salidas del Remolino para ir al cerro, eran los cauces de los arroyos.
En tiempo de lluvia, cuando los arroyos bajaban con torrentes incontenibles, varias veces arrasaron con jacales que estaban muy a la orilla, fue por esa razón que con mezcal de cal y piedra (cal y canto) hicieron muros de protección para evitar que aquel aguadijal los inundara o incluso llegara hasta la plaza.
Anselmo Arelis se había fincado junto a las casas de Anastasio Haro, a la orilla del arroyo que había más al sur, el llamado Arroyito Blanco. Este hombre ya había vivido en el Rio Adentro, luego, al otro lado del rio, pero en ningún lugar estaba a gusto porque tenía cuatro hijas y era muy celoso, tanto con ellas como con su mujer. No quería que la gente anduviera hablando de ellas y pensó que el Remolino era la mejor solución para mitigar sus celos, acá vivía pura gente decente. Nunca se imaginó el hombre, que la amistad que su hija tenía con Elvira Luna, era más que nada de complicidad, pues las dos muchachas se protegían una a la otra,  para poder tener sus amoríos con el soldado francés. Por ser Elvira una muchacha seria y de familia, era que Anselmo dejaba que María se fuera a dormir a la casa de Elvira, supuestamente para que le ayudara a cuidar a su abuelita ya muy anciana y viejecita.
El día que se descubrió que ellas se metían con el francés, María y Elvira fueron a esconderse al cerro de las Ventanas. Ya muy tarde tuvieron que regresar a sus casas. A María ya la estaba esperando Anselmo con la coyunda de los bueyes remojando en una batea.
Ella llegó  con la cabeza baja. Anselmo la recibió con una cachetada que la derribó, luego fue por la coyunda y con aquella correa húmeda la golpeo hasta dejarla desmayada. Ahí quedo tirada, por orden del mismo hombre nadie de la casa debería de ayudarle. Cuando despertó, se incorporó y solo escucho el grito de su padre desde adentro del jacal.
__ ¡Lárgate mucho a la rechingada si no quieres que te ponga otra monda!
El sol se estaba metiendo cuando salió de su casa. Camino rumbo al norte por el camino real. Paso a un lado de la plaza. Llego al remolino de los Luna y pregunto por Elvira. Gumaro salió y con gritos la corrió pidiéndole que nunca regresara. Siguió de largo por el camino real. Paso en medio de la nopalera y llego hasta la ermita de Bernabé, en donde le habían quemado sus cruces los soldados de Santa Anna. Ahí se le acabaron las fuerzas y nuevamente se desmayó. Antes de amanecer despertó por el frio y busco refugio en la ermita. Cuando el sol salió la atosigo el hambre. Recordó que el día anterior no había probado bocado. Un hombre venia por el camino. Sin pena alguna lo abordo.
__ Oye ¿no tienes algo de comer?
El hombre la miro. Muy hermosa. Los ojos hinchados como que había llorado mucho. En el morral de ixtle que llevaba al hombro, sabía que iban los tacos de frijoles que le había preparado su mujer como bastimento para todo el día. Si se los daba a aquella mujer ¿Entonces qué comería él? En el trapiche a donde iba, solo había cañas y más cañas, harto estaba de ellas.
__ No, nomás trigo mi itacate, pero no te lo puedo dar, es pa mí.
__ Ándale, no seas malo. Tengo mucha hambre, o dame tres centavos para ir a comer a Juchipila. Mira, si me das algo__ En ese momento por la desesperación del hambre, María le mostro sus pechos__ Te dejo que toques mis pechos.
El hombre sintió un escalofrió. El espectáculo era hermoso. Los pechos firmes de una jovencita no como los cuajos de su mujer. Saco el bonche de tacos que enredados en una hermosa servilleta bordada emanaban un rico olor a tortilla recién hecha.
__ Te los doy todos, pero si me dejas que te monte.
María lo analizó por un momento. Virgen ya no era, hacia dos meses que ese privilegio se lo había otorgado al francés. No le había venido el sangrado mensual como solía ocurrirle y ya lo había comentado con Elvira, que le pasaba lo mismo, a lo mejor estaban embarazadas. Ya sospechaba lo que era una realidad, llevaba el producto de sus amoríos con el francés y por experiencias ajenas, sabía que tenía que cuidarse, pero que caray, el hambre era mucha y si no le había pasado nada con la golpiza que le había dado su padre, que podía pasar si le permitía a aquel hombre que la montara, lo importante era comer. Ella coqueta camino tras la nopalera, el hombre tras ella. Solo se agacho y el hombre hizo el trabajo mientras ella fatigaba para desanudar la servilleta y empezar a comer con desesperación aquellos tacos. Un minuto después el hombre termino la acción. Se despidió de ella y siguió su camino rumbo al trapiche mientras María terminaba con toda la ración, luego se quedó dormida plácidamente.
Al medio día llegó  un hombre montado a caballo. Se detuvo frente a ella. La miró y sonriendo le preguntó.
__ Oye muchacha ¿Es cierto que tú haces travesuras por unos tacos?
María sintió mucha pena por aquella pregunta, quiso responder agresivamente, pero se contuvo y sintiendo que el hambre le volvía a hacer otro llamado, contestó  sonriente.
__ Pues por unos tacos o por unos cinco centavos.
__ Ja, cinco centavos, ¿No querrás mejor un ocho reales?
__ Pos usted dirá.
Muy sonriente el hombre desmontó. Amarró su caballo a un huizache. Desamarró un sarape que llevaba en la parte trasera de la silla del caballo y luego, tomando a la muchacha del brazo la llevó atrás de la nopalera.
__ Vente chiquita, ya verás que bien nos vamos a arreglar tú y yo.
Aquel hombre estuvo mejor que el de la mañana, cuando todo terminó, el hombre se vistió y le arrojo unas monedas de cobre a la muchacha.
__ Toma, con esto puedes ir a Juchipila y comer en la fonda. ¿Dónde vives?
__ Pues aquí, donde más.
__ ¿En dónde?  Nomás está la ermita
__ Pos ahí.
__ Va a hacer frio. Quédate con el zarape, mañana voy a mandar unos hombres para que te hagan un jacal. Voy a venirte a ver casi todos los días. A ver si se te quitan pronto esos moretones que tienes en las piernas. Se te ven muy feos.
__ Pues sí. Me los hizo mi padre ayer.  Se me van a quitar.
El hombre volvió a su casa en el Ahualulco y ella corrió a Juchipila para comer en el mesón. Ahí contó  en donde vivía y que por unos centavos haría feliz al hombre que quisiera, es misma noche la visitaron cinco hombres de Juchipila.
Otro día, tal y como le había prometido el hombre del Ahualulco, llegaron tres hombres y en un dos por tres le hicieron un jacal. Les pagó con caricias.
Ese se volvió su negocio, de eso vivía. Los clientes le sobraban, de tal manera que muchas veces los hombres se tenían que sentar a la sombra de un mezquite mientras la desocupaban. A veces era tanta la espera de sus ocasionales amantes,  que se le ocurrieron dos cosas; una, vender alcohol para que la espera no fuera tan desesperante y otra, buscar otras mujeres que le ayudaran en los menesteres sexuales. Pronto se notaría su embarazo y a lo mejor los hombres ya no la iban a querer.
A los siete meses dejó  de atender hombres. Ya tenía tres muchachas trabajando con ella. El jacal inicial era insuficiente y mandó  hacer otro, uno que era la cantina, y otro,  el cuarto de cortejo. Cuando nació Agripino, ella se sentía ser una mujer muy rica.
El niño se crió en ese ambiente. Mirando pleitos de borrachos y escuchando a las prostitutas en sus diarios quehaceres. Su madre era la matrona y eso le daba muchos privilegios. Antes de cumplir los catorce años tuvo su primera eyaculación, rodeado de muchachas que se  le celebraban emocionadas. Desde ese momento las mujeres no le faltaron, sin embargo se sentía vacío, muy vacío.
A los 18 años, Agripino   conoció a una muchacha de su edad en el rancho de Contitlán. Amalia Toledo. Se enamoró perdidamente de ella y ella de él. Tenía la personalidad del francés, no el color de sus ojos, pero si esa piel blanca y sobre todo el carisma.
Todos los días. De madrugada ensillaba su caballo y se dirigía a aquella comunidad. Por un hoyo que había en el jacal que servía como cocina en la casa de los Toledo, platicaban mientras Amalia molía el nixtamal en el metate. Cuando se despedían porque ya iba a amanecer y ella tenía que hacer las tortillas, se iba Agripino con una gran nostalgia.
Cuando el padre de ella, Melquiades Toledo, lo descubrió una madrugada pegado a la pared del jacal platicando con la muchacha, su rabia fue tanta que no pudo evitar darle unos golpes, luego que se dio cuenta quien era el novio, con mayor razón evitó  que su hija anduviera con ese sinvergüenza, descarado, inmoral, libertino. Cuando él iba al jacal del Surco de Nopales, siempre lo miraba muy abrazado de alguna de las muchachas. Para evitar que su hija siguiera de volada con el hijo de la María, fue a la hacienda de Guadalajarita y ahí se la ofreció al administrador de la hacienda, un hombre viudo y rico que no desaprovechó  la oportunidad de casarse con una jovencita y tres días después de eso, se fueron a Moyahua y allá se casaron.
Agripino sufrió mucho, por sugerencia de su madre y de las mismas mujeres, se dio a la bebida y se volvió un pleitista. Su madre para consolarlo le apartó a una de las muchachas que trabajaba con ella, Petra Lujano y les hizo un jacal a la orilla del arroyo, en el Remolino. Su madre se encargó de mantenerlos porque Agripino no trabajaba, siempre andaba borracho. Petra Lujano, se enamoró del muchacho y a pesar de lo que fue, se volvió una mujer fiel, aunque sufría por las borracheras de su hombre y las golpizas que le propinaba sin motivo. No se imaginaba lo que pronto sucedería con aquel hombre, que no la amaba, pero que por ocasionalmente la ocupaba y por esa razón había quedado en estado.
Un domingo por la mañana, Melquiades Toledo salía de misa en la iglesia de Juchipila. Lo acompañaba su familia. Su hija Amalia entre ellos, cargando el niño, producto de su matrimonio con el hombre de Guadalajarita. Toda la gente se sorprendió cuando escucharon aquel grito lleno de rabia.
__ ¡Melquiades Toledo! ¡Prepárate a morir! ¡Vengo a matarte! __ Y miraron a Agripino Ríos, con una daga en la mano y un pañuelo en la otra, ofreciéndosela al padre de Amalia.


domingo, 23 de febrero de 2014

CAPITULO XXVII, LAS "SORPRESITAS" DEL FRANCÉS.

La madre y las hermanas de Silveria se le quedaron viendo sorprendidas. Había mucha seriedad en sus palabras. Por unos segundos se quedaron estáticas. Por fin doña Delfina reaccionó y gritó iracunda.
__ ¿Qué estás diciendo pendeja? ¿Qué metiste un hombre en tu cama?
Silveria respondió solo con una mirada de susto.
__ ¿En dónde está? ¿Quién es? ¡Eres una ramera! ¡No tienes vergüenza!   ¿Qué, en dónde está? Te pregunto.
__ En el cuarto __ Respondió  Silveria tímidamente __Abajo de mi cama.
__ ¡Ahora va a ver ese bandido desgraciado quien es Delfina Plasencia y de nuestra familia nadie se burla! Se va a quedar sin hombría.
 Estiro la mano y agarro el primer cuchillo que encontró, con él en lo alto se dirigió al cuarto de sus hijas, todas ellas muy asustadas la siguieron.
__ ¡No madre! ¡Espere! __ Silveria quiso detenerla, pero Doña Delfina no iba a permitir que semejante burla siguiera en su casa.
Llegaron al cuarto. Una de las muchachas abrió la ventana de madera para que entrara la luz. Doña Delfina gritaba a todo pulmón exigiendo que saliera el que estaba bajo la cama, mientras amenazaba con el cuchillo. Se escuchó un ruido y tras el colchón fue apareciendo el destrozador de honores. Salió lentamente, apareció su negra cabellera, luego sus ojos azules, su rostro blanco lechoso, luego el resto de su cuerpo. En su semblante no había miedo. Se quedó viendo a las mujeres. Saludó a Silveria con la mano y su rostro fue adornado por una sonrisa. Dona Delfina dejo de gritar. El cuchillo cayó de su mano y se quedó con la boca abierta. Sus otras hijas estaban igual. Martina, la menor fue la que dijo.
__ Ay Dios mío, es un ángel.
__ Si, es un ángel __Repitió doña Delfina __ Y pobrecito, parece que está herido.
La matriarca ordenó que Silveria lo condujera a el patio, ahí llevaron un equipal para que estuviera cómodo. Le sirvieron desayuno entre todas y luego se pusieron de acuerdo para curar su herida.
Mientras hacían este menester la madre le pregunto a Silveria.
__ ¿Dices que durmió contigo?
__ Si madre __ Respondió agachando la cabeza.
__ ¿Te hizo su mujer?
Su rostro enrojeció y respondió __ Si madre
__ Te tienes que casar con el
__ Si madre, si usted lo ordena.
__ No lo ordeno, así tiene que ser.
__ Es un francés madre. Un soldado. A lo mejor a mi padre no le parece.
__ Le va a tener que parecer. No vamos a ser la burla de nadie. Pero tienes razón, tu padre y tu hermano no quieren a los franceses. Tenemos que pensar en algo. Para empezar, no debe parecer francés, porque  la guardia civil de Juchipila puede venir por él y fusilarlo. Eso está difícil, porque trae el uniforme de soldado y porque se va a delatar cuando hable.
__ Pues a vestirlo como mexicano madre __Sugirió una de las hijas.
__ No es mala idea, pero su idioma.
__ Pues que no hable madre __ Sugirió Silveria__  podemos  decir que es sordomudo, él y yo nos entendemos muy bien a señas.
__ Vamos a ver si podemos hacérselo entender.
Nuevamente el lenguaje mímico. Las mujeres le hicieron entender al francés que era bienvenido al Remolino, pero que no podía hablar porque estaría en peligro. Le insinuaron como apuntando con un rifle, que sería fusilado si era descubierto. Le hicieron entender que debería hacerse pasar por sordo mudo y de inmediato el hombre lo hizo, y lo hizo muy bien. Lo que no le gusto, fue cuando dona Delfina le pidió a sus hijas, menos a Silveria, que fueran a buscar algo de ropa de Reginaldo para él, y que se tardaran, porque tenía que hablar con el francés y su hermana de la situación del matrimonio. Una vez que se alejaron las muchachas, dona Delfina miro fijamente al soldado y le pidió que la observara,  luego con el índice y el pulgar de su mano izquierda, unidos formo  un circulo, después, con el índice de la derecha lo metió y saco varias veces  en el círculo mientras hacía sonidos como de gemidos eróticos. Luego señalo a su hija y a él, como preguntándole si habían hecho aquello. El francés moviendo su cabeza y sonriendo pícaramente afirmo que sí. Lo que a continuación le hizo entender la mujer no le gusto, pues unió las dos manos y luego hizo como que se ponía un anillo, signo inequívoco que le estaba exigiendo que se casara con su hija. El muchacho miro a Silveria. Por primera vez se fijó en detalles y no le gustó mucho. Era mínimo quince años mayor que él, tenía algunas canas, sus trenzas muy largas, algo llenita, en la noche le había sentido mucha grasa abdominal. Definitivamente no le gustaba la dama. Las otras hijas se iban acercando llevando la ropa que les había pedido la madre. Antonie miro a Martina y sonrió, ella estaba de su edad. Mucho más hermosa que Silveria. Mejor se casaba con ella y así quiso hacerlo entender, pero doña  Delfina por supuesto que no aceptó, mucho menos Silveria. Bueno, el hombre se resignó, lo importante era salvar la vida.
Le dieron la ropa de Reginaldo y lo metieron a un cuarto para que se vistiera con aquello. Cuando salió no había cambiado mucho, su apariencia seguía siendo la de un extranjero. Le pusieron un sombrero viejo y lo calzaron con huaraches. Se veía ridículo, pero así lo dejaron. Las mujeres seguían embelesadas con él.
__ Bueno mis hijas, ya estuvo bueno de francés. Hay que esconder muy bien ese uniforme y lo vamos quemando poco a poco.  Vamos a hacer la comida que ya no tarda tu padre y a ver que se nos ocurre decirle. A lo mejor que es un limosnero que paso y nos dio lastima o a ver qué.  Luego a ver como lo convencemos para dejar que se case contigo Silveria.
__ Si madre, como usted diga.
La madre se fue a la cocina, sus hijas tras ellas y el francés al final, sin saber que hacer también las siguió. La ultima era Martina. De repente sintió que el hombre se le acercaba mucho y ella se detuvo. Se quedaron juntos sus cuerpos. La mano de él, sobre el vestido agarró una sentadera y la apretó. Ella no dijo nada. Cerró los ojos. Suspiro. Luego volteó a verlo coqueta, con calmas quitó la mano de él y sonriendo corrió para alcanzar a las otras mujeres. El francés también sonrió.
La mejor sorpresa de la mañana aún estaba por venir. El francés entró a la cocina y la contempló. Miró en el patio como iban dos mujeres  al gallinero y de ahí tomaban un gallo y dándole vueltas en el aire lo descabezaban, luego lo pelaron y ya limpio entraron con él. Lo iban a poner a cocer en una olla, cuando el francés les dijo algo que no entendieron, pero parecía una orden. Les arrebato el gallo y tomando un cuchillo lo corto en piezas magistralmente. Doña Delfina le dijo a sus hijas que lo dejaran hacer, parecía tener mucha experiencia. Y así, con mímicas les ordeno que frieran los pedazos que cortó, mientras busco entre todos los ingredientes y cortó, picó, molió, hizo y deshizo. Una hora después estaba preparado un platillo que olía delicioso y sabia aún mucho mejor.
Cuando regreso don Fermín, las mujeres le tenían la novedad. Había llegado un mudito pidiendo algo de comer, que ellas lo habían pasado a la cocina y que el muchacho se puso a cocinar y había preparado aquello. Que estaría bien que se quedara ahí, trabajando como sirviente. Que aunque no le pagaran más que con la comida. Que no fuera malo. Que el pobre muchacho no tenía a donde ir. Que ellas querían aprender a cocinar como él.
A don Fermín no le gustó la idea, ¿Cómo iba a meter un sordo mudo a su casa? Pero cuando lo vio cambió de opinión. Un muchachito bonito, finito, que no hablaba y le gustaba cocinar. De seguro era como el muchachito de Aguascalientes que los hombres apedreaban porque se creía mujer. Un afeminado, pero él no iba a comer de lo que aquel muchachito preparaba, como que le daba repugnancia, así que exigió su buen plato de frijoles con queso, y que se quedara el jovencito pues, pero no en su casa, que se quedara en el jacalito que había a un lado de la iglesia donde los albañiles guardaban sus herramientas y que le pidieran que a él no se le fuera a acercar, no le gustaban los muchachitos como ese. Sin embargo no dejo de sospechar, había algo extraño en aquel mudo. Definitivamente no parecía de la región.
Para terminar con aquella plática don Fermín preguntó.
__Bueno pues, y siquiera saben cómo se llama el muchachito.
__Este,,,ah, mmm…Agripino, si, así, Agripino Ríos __ Contestó doña Delfina intentando que no se notara que acababa de inventarse aquel nombre
__ ¿Y cómo supieron si no oye ni habla?
__ Ah…..es que….sabe escribir su nombre. Nada más eso.
Así  que con permiso del hombre de la casa, se quedó Antonie Dubois en el Remolino.  Las mujeres planearon el siguiente paso para que Silveria se casara con Antonie, que desde ese momento fue llamado como Agripino. Dejarían pasar unos  meses, luego Silveria le diría a su padre que estaba enamorada de él y buscarían la manera de que el padre no se opusiera, ellas sabían cómo, así como conseguían tantas cosas del viejo, a dé y de lata con lo que pedían hasta que lo enfadaba y lo lograban. Eso sí, Doña Delfina le hizo prometer a su hija, que por nada del mundo iba a permitir que ese hombre la volviera a tocar, hasta que no estuvieran casados. Silveria se lo prometió y con dolor de su corazón lo cumplió, aun a sabiendas que el muchacho dormía solo en el jacalito a un lado de la capilla. Silveria lo prometió, pero no así Martina.

El joven se volvió el alma de la casa. Era un sacrificio enorme para el muchacho aparentar su mudez, sin embargo sabiéndose protegido no hablaba cuando había extraños presentes, pero cuando estaban las mujeres solas no paraba de hablar y preguntar, de tal modo que pronto fue aprendiendo español.
En Francia era un chef, un cuisinier especializado en alta cocina cuando fue reclutado por las tropas de Napoleón III. No era un patriota, fue reclutado a la fuerza, el mismo se sorprendería si supiera que había matado a un mexicano, ni siquiera tenía habilidad para cargar su fusil. La herida que tenía en su pierna, se la había hecho su mismo comandante para evitar que huyera al mirar que las tropas mexicanas los estaban diezmando. Para su fortuna, al estar caído una bala destrozo el rostro de su superior y así pudo huir. Corrió, corrió y corrió sin rumbo fijo, por días y días, hasta que ya no  pudo más y se recargo en aquel mezquite donde lo encontró Silveria. Ahora se sentía feliz, estaba en su medio. Contrario a lo que pensaba don Fermín, no tenía nada de afeminado, en Francia había tenido muchas amantes, mujeres aristocráticas, que por su extrema belleza lo buscaban y eso lo hacía tener mucha experiencia en las artes amatorias. Amante al estilo francés.
Las mujeres obligaron a don Fermín a que hiciera un horno en el patio para que “Agripino” les enseñara a hacer pan. El hombre tuvo que sucumbir a una vez más a los ruegos y letanías de su esposa e hijas. Aquello fue una agradable sorpresa. El muchachito, como él lo llamaba hacia un pan delicioso, mejor que el de Aguascalientes, todo un manjar, el mejor pan francés que jamás se hubiera conocido en la comarca, así fue como por primera vez en el Cañón  de Juchipila se hiciera lo que después se conoció como el pan virote. Don Fermín,  que al principio dijo que jamás comería de lo que hacia aquel muchachito, después llegaba a su casa  preguntando que, ¿Qué había hecho de comer “Pino”? EL viejo Horta de inmediato visualizo el negocio y asociado con Agripino, puso la primer panadería en el Remolino, que a la  postre, empezó a surtir las rancherías y el mismo Juchipila.
La fama del panadero se hizo popular muy pronto, sobre todo entre el género femenino. Cuando salía el pan, el patio ya estaba lleno de mujeres que iban por el manjar o como entre ellas mismas se decían, a mirar el pastelito.
Silveria vivía en una completa incomodidad, los celos la mantenían de mal humor y peor porque Agripino le hacía muy poco caso, el prefería la cercanía de Martina. Constantemente la hija mayor le exigía a su madre que era momento de informarle a su padre que se debería de casar con el francés, pero ella le pedía paciencia, máxime cuando le vino el mes y quedo comprobado que no había quedado en cinta después de su aventura.
Por las noches sentía la necesidad de ir a buscarlo, pero  le había prometido a su madre que no lo haría. Pero Martina no había prometido nada y una noche, cuando escuchó que sus hermanas dormían, la menor de las Horta salió sigilosamente del cuarto. Atravesó el llanito terregoso que era la plaza,  paso junto a la cruz de Bernabé y llego hasta el jacal junto a la capilla. Escucho ruidos extraños, pero aun así abrió la puerta de tablón y entro a la estancia. Estaba iluminada por una vela y por esa luz en la semipenumbra miroó aquel cuadro que la dejo helada. Acostadas en el  petate, abrazadas del francés estaban Juanita Arelis y Elvira Luna. Los tres como Dios los había echado al mundo. Una serie de sentimientos contradictorios la acosaron; celos, rabia, vergüenza, desesperación. Los tres amantes voltearon a ver cuando escucharon que se abría la puerta. Las mujeres se asustaron y quisieron protegerse con algo, el francés sonrió. Martina quiso salir corriendo rumbo a su casa, pero su faldón se atoro en una astilla  del tablón y no pudo huir. Se agacho para zafar la tela, cuando sintió que la abrazaban. Se incorporó y quiso defenderse, pero empezó a sentir aquellos besos tan deseados que dejo de poner resistencia. Escucho como las otras mujeres empezaron a reír,  luego sintió que ellas la tomaban de las manos y sin que se resistiera la condujeron al petate. Al amanecer estaba convertida en toda una mujer.
Antes de que clareara el día regreso a su cuarto. Sus hermanas ya estaban levantadas para empezar a moler el nixtamal en los metates. Silveria miró con recelo a su hermana menor.
__ ¿De dónde vienes? __ Preguntó con rabia.
__ Pos de donde ha de ser, del corral. Estaba haciendo del cuerpo. Me hizo daño la cena.
__ Mientes. Vienes del jacal de la iglesia.
__ ¿Y…?
Eso fue suficiente para que Silveria sacara su rabia acumulada. Se abalanzó sobre su hermana y la jaló del pelo para intentar tumbarla y golpearla, pero la otra mujer no estaba dispuesta a ser sometida y se defendió de igual manera. La algarabía se hizo grande. Martina se soltó y corrió fuera del cuarto, luego fuera de la casa y llego hasta la mitad del terreno baldío que llamaban la plaza, frente a la cruz y ahí fue alcanzada por su hermana. Nuevamente la jalo del pelo y ahora si cayó. La trifulca se hizo grande. Juanita Arelis y Elvira Luna que acababan de salir del jacal reían a carcajadas. Las otras hermanas Horta intentaban de separar a las rijosas. Anastasio Haro y su familia que iban rumbo a Juchipila, se arrimaron a ver el mitote. Los tempraneros que iban a sus labores e iban por el camino real también se acercaron. Hasta El Remolino de los Luna se escuchó el griterío y corrieron los que ya estaban levantados  a ver qué pasaba. Cuando don Fermín Horta y su esposa salieron de su casa, también extrañados por el trajín y llegaron separando a sus hijas, ya había un par de decenas de personas mirando el espectáculo.
__ ¡Pos que Jijos de la jijurria está pasando aquí!  ¡Se me aplacan o las aplaco!
Las hermanas se separaron ante la imperiosa orden paternal y se quedaron viendo con odio.
__! Dije que quiero saber que pasa!
__ ¡Esta! __ Respondió Silveria __ Que me quiere robar mi novio
__ ¡Jajá! ¡Él no es tu novio!
__ ¡Si es mi novio, y le pido permiso padre para casarme con él!
 __ ¡Pues no puedes casarte con él porque yo estoy embarazada! ¡Usted ha de perdonar padre, pero estoy embarazada! ¡El papá es Agripino!
El viejo Horta sintió que un temblor lo agarro en todo el cuerpo. Sintió que la cara se le caía de vergüenza. De reojo miro alrededor y se vio muy acompañado. Escucho los murmullos desaprobatorios de la muchedumbre. De repente la vergüenza se le convirtió en rabia. De haberse puesto pálido, su rostro adquirió un rojo  intenso.
__ ¡Anastasio Haro! __ Ordeno fúrico __ ¡Hazme el favor de prestarme tu machete! ¡Voy a capar a un hijo de la chingada malagradecido!
__ Como no don Fermín, aquí está mi machete y haga lo que tiene que hacer.
__ ¡No papá!
__ ¡No Fermín!
__ ¡Chinguelo don Fermín!
__ ¡No se crea padre, no es cierto, nomás estuve anoche con él, pero no estoy embarazada! ¡Pregúntele a María Arelis y a Elvira Luna, las tres estuvimos con el haciendo el amor, pero no estoy embarazada!
Las mencionadas, que miraban el espectáculo divertidas, al ser descubiertas palidecieron, ahí estaban los Lunas, y un tío de María, así que estas sin decir más corrieron despavoridas a sus respectivas casas.
__ ¡Mendiga puerca! ¡Y no te da vergüenza confesarlo! ¡Este maldito mudo se muere ahorita mismo!
__ ¡No está mudo, es francés, por eso no habla….Fermín, Fermín!
Era tanta la rabia del hombre que no midió consecuencias. Se fue sobre el jacal junto a la iglesia y pateó la puerta de tablones. Entro a la estancia, levanto el machete, grito un par de maldiciones y luego guardo silencio. El jacal estaba vacío.
El francés, desde que vio que las hermanas se trenzaron a golpes en la plaza, comprendió que su estadía ahí ya no sería segura. Sabía que los mexicanos eran barbaros y cuidadosos del honor. En Juchipila le había tocado ver una vez, cuando fue a entregar un pedido de pan, como dos borrachos agarrados de una tela se dieron de puñaladas y nadie hacia nada por detenerlos. Eso solo lo hace un pueblo salvaje, así que se imaginó de inmediato que el viejo Horta le iba a reclamar de mala manera. Tal vez a él pudiera convencerlo de su inocencia, pero eso nunca lo lograría con Reginaldo, mucho más joven y más bárbaro. Así que sin que nadie se diera cuenta, salió del jacal, se metió entre la huizachera y una vez que entendió que nadie escucharía su carrera salió disparado con rumbo a la sierra, a cualquier lugar, lejos de aquellas personas incivilizadas. Después se supo que llegó a un jacalerío que llamaban el Jaral y ahí lo escondieron unas mujeres por mucho tiempo. Ahí también hizo de las suyas, lo mismo en El Paso y el Ranchito. Finalmente también tuvo que huir de esos lugares cuando algunas mujeres salieron con su domingo siete y nunca más se supo de él.
Don Fermín vino a desquitar su rabia con sus hijas, las golpeó hasta que se le cansaron los brazos, a las cuatro, porque cuando supo que Silveria también había sucumbido a los encantos del maldito aquel, supuso que sus otras hijas también y por si o por no, a las cuatro les dio el mismo castigo. El pobre hombre no volvió a salir de su casa por la vergüenza. Se le vino la edad encima y antes de un año murió víctima de la depresión y vergüenza. Fue sepultado precisamente en donde estaba el jacal donde su hija fue ultrajada y el quemo aquel mismo día. Ahí quedo el primero de los Horta, a un lado de la capilla del Remolino.

Martina, que le había dicho a su padre al tanteo que estaba embarazada, resulta que su pronóstico le resulto verdadero. Lo mismo les sucedió a Elvira Luna y a María Arelis. Casi al mismo tiempo parieron las tres mujeres. Elvira tuvo un varón, ella era hija Gumaro, aquel hombre que le faltaba una mano porque se la había cortado Anastasio Haro. El pobre hombre con mucha vergüenza fue a registrar aquel chamaquito tan hermoso de pelo rubio y de ojos azules. Le puso José María Luna, como su tío. El primero de los Luna con ojos azules.
 Martina tuvo una niña, fue doña Delfina quien fuera a registrarla, ella la bautizaron con el nombre de Elisabeth Dubois Horta. Solo ella y sus hijas sabían el verdadero nombre del francés.  Esta niña, cuando creció se casó un un José Rodríguez, de Jalpa, descendiente de Diego Rodríguez, pero solo de apellido, pues él era sangre directa de Macaco y Mapila, aunque eso ni lo imaginaba. Vivieron en el Remolino y a la postre son los antepasado de ese hombre tan famoso y querido  que fue conocido como Lupe, Lupe el Pichilingue (ya pronto contaremos su historia)
 Por último, María Arelis tuvo un hijo. Ella misma fue a registrarlo porque sus padres la corrieron a la casa. Ella lo registró con el nombre de quien fue su progenitor, o al menos como ella lo conocía, Agripino Ríos Arelis. Este niño creció viviendo al lado de borrachos y prostitutas, pues su madre no tuvo más remedio que vender su cuerpo al mejor postor para poder mantenerlo, sus padres nunca la perdonaron. Nadie podía imaginar cual era el destino de Agripino, y mucho menos que un día tuviera una hija, que fue una desnaturalizada.
Esta es la historia del borracho Agripino y la perra de su hija, Florentina Ríos.