El remolino historia fantastica

sábado, 15 de marzo de 2014

CAPITULO XXX, AMORES Y DESAMORES DE FLORENTINA.


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El capitán Esparza, era  un hombre orgulloso, valiente y muy apegado a su oficio de rural, tanto que muchas veces llego a la crueldad, aduciendo que solo cumplía con su deber. En esa época, la policía rural del general Porfirio Díaz fue un verdadero terror para la población, pero más que nada para la delincuencia.
México, antes que Porfirio Díaz llegara al poder, era una nación prácticamente ingobernable. Por el hecho de haber vivido tantas guerras contra otras naciones que querían apropiarse del territorio mexicano, y tantas luchas internas por el poder, no había organización política ni social y cada estado se gobernaba como mejor le parecía. Eso lo aprovechaban los maleantes y en muchas partes de la Republica había gavillas de facinerosos que tenían asolada a la población civil, principalmente en las áreas alejadas de las ciudades. Esa fue una de las causas por las que fue creada la policía rural, para pacificar y darle tranquilidad al campo mexicano.
Durante toda la dictadura porfirista, esta famosa policía rural, se dio a la tarea de hacer “Justicia” en el campo, pero lo hacían de tal manera que se convirtieron en seres temidos y odiados, pues solo tenían dos castigos, la muerte o la esclavitud en haciendas de amigos del presidente, las más famosas fueron Valle Nacional y los henequenales de Yucatán. En cierta manera ese plan de Díaz tuvo éxito, “Muerte a los delincuentes” prácticamente dejo de haber delincuencia, aunque se llegó al abuso, porque muchas veces se llevaron a inocentes y eso poco a poco cansó al pueblo y fue una de las causas que naciera la revolución.
El capitán Esparza era originario del Municipio de Tabasco, Zacatecas. Muy valiente y enamorado, tuvo hijos en muchas partes de la región. Se casó siete veces sin estar divorciado de ninguna esposa y convivió con todas ellas, pues su lema era “Yo nunca voy a dejar a una esposa abandonada por irme con otra mujer”. Ni el mismo supo cuántos hijos tuvo. Con Enedina Medrano, de Tabasco, tuvo cuatro hijos, uno de ellos llamado Eduardo, mejor conocido como Eduardo Esparza, el talabartero.

Otro que también tuvo muchos hijos, fue Reginaldo Horta. Se casó con Amalia López y de ahí nacieron tres mujeres y un varón, enviudo y se casó con Emérita Martínez, donde tuvo 14 hijas, una de ellas Antonina Horta y tres hijos, Asunción, Félix y Roque.  Asunción (Chon)  se casó con Tomasita Haro y tuvieron una familia muy numerosa, entre ellos Arcadio y Agapita. Arcadio  tuvo a un hijo de nombre Jesús Horta y Agapita tuvo un hijo de nombre Manuel Rodarte, ambos, los carniceros más famosos del Remolino, pero no adelantemos hechos, ellos nacieron, ya cuando estaban las higueras.

Petra Lujano quedo completamente sola cuando se llevaron a Agripino y a María prisioneros. Doña Narcisa Duran, la partera en aquel entonces, fue quien la ayudo a parir. Nació una niña. Muy hermosa, de piel blanca, muy parecida a su abuelo Antonie, solamente que con los ojos negros como los de su madre. Cuando la llevaron a registrar, le pusieron como nombre Florentina Ríos Lujano.
Florentina vivió en una situación difícil. Su madre no sabía hacer otra cosa más que prostituirse. Metía a los hombres a su jacal. El Remolino crecía,  y junto con él la clientela. La gente  señalaba  a Petra, como  una mala mujer.
Florentina creció y  se convirtió en una de las mujeres más hermosas de la comarca. Los hombres la asediaban con promesas de dinero, todos creían que era como su madre, pero Petra siempre la cuidó y aconsejó para que fuera una mujer decente, no una "puta" como ella.
De una ranchería llamada Los Barrios, al otro lado del rio frente a Juchipila, llegó Asunción Quintero con su familia y se instalaron  cerca de la plaza.
Su mujer era Peregrina Estrada. Llegaron de recién casados a trabajar en las plantaciones de cañas. En Remolino nacieron sus cuatro  hijos, Antonio, Bacilio, Martin y Francisca. Ahí crecieron libres y salvajes, los varones trabajando desde los cinco años en el cuamil de su padre o en los cañaverales de la hacienda. Cuando crecieron se convirtieron en unos mocetones de casi dos metros de altura, que vestidos de manta, eran el atractivo mayor cuando le danzaban a la Santa Cruz el día tres de mayo.
Los tres muchachos Quintero eran quien punteaba aquel folklor. Martin era el capitán de la danza y sus otros dos hermanos los que le seguían. No se cansaban nunca, danzaban son tras son con mucha devoción y amor a la Santa Cruz.
Fue precisamente un tres de mayo, que Florentina Ríos se fijara en lo bonito que bailaba Martin. 
El señor cura, Pedro Crisólogo de García, fue quien instauró   la costumbre de las procesiones para la santa Cruz y él fue quien dividió el rancho en Barrios para poder señalar en donde deberían de ir quedando la cruz como una santa peregrina. Dijo este santo varón, el padre Pedro Crisólogo, que todos los jacales que se estaban al norte del arroyo de Amoxochitl, estarían en el barrio arriba, los jacales entre ese  arroyo y el arroyo que bajaba del Ranchito, será el barrio de en medio, y los del sur del arroyo del Ranchito, el barrio de abajo. Que se harían procesiones de sur a norte y luego de norte a sur hasta terminar en la capilla. A la gente le encantaba aquel recorrido. Fue este mismo padre quien empezó a ordenar como una penitencia, ir de rodillas durante las peregrinaciones, para extirpar los pecados de la carne. Decenas de personas avecinadas en Remolino y de otras rancherías, se les veía en la madrugada y tarde del tres de mayo, caminar hincados rezando y llorando pagando sus pecados, con las rodillas sangrando, dejando pedazos de piel en la tierra endurecida del Remolino.

Aquella madrugada que Florentina se fijara en Martin, ella iba de rodillas. La danza llegó  hasta el templete donde estaba la cruz, pero los penitentes tenían que seguir con su sacrificio  hasta las puertas de la capilla. Los danzantes saltaban al son de un violín. De repente Martin quedo danzando precisamente frente al rostro de Florentina. El lugar era alumbrado con teas de ocote y con una gran fogata alimentado con leña de mezquite. El calzón de manta se transparento por el hecho de  quedar a contra luz. Florentina sintió un extraño estremecimiento al contemplar nítidamente los genitales del danzante. Se veían casi como si estuviera desnudo, moviéndose al ritmo de la danza. Quedo como hipnotizada ante aquel espectáculo. De repente el danzante dio un salto y salió de su vista. Otro hombre quedo frente a ella en la misma posición y condición. Que diferentes. Antonio aunque era hermano de Martin, demostraba algo muy mínimo en comparación al primero. Florentina no sintió el estremecimiento, al contrario, sintió un poco de lastimas por aquel gigantón.
Cuando termino la misa, ya el sol clareaba en el horizonte. Bajo un huizache estaban los danzantes tomando agua y riendo alegremente. Florentina se despegó del grupo de muchachas con las que iba, aduciendo que iba a comprar una charrasca. Pasó junto al grupo de jóvenes, vestidos en calzón de manta, con huaraches nuevos y aquellos bonetes de plumas que los hacían lucir tan coloridos. Los tres hermanos Quintero se le quedaron viendo. Ella los saludó con una sonrisa, pero solo Antonio le correspondió, los otros dos agacharon la cabeza. Cuando pasó,  fue Bacilio  quien dijo:
__ Viste Toño, te echo una sonrisa
__ Si pues, si pues…es la más chula de todas
__ Yo que tú __Agregó Martin__ en la noche le doy una flor perfumada. Pa que sepa que estas bien enamorado de ella hermano.
__ Ey… eso voy a hacer.
La plática se interrumpió porque escucharon que la gente gritaba asustada. Corrieron a ver qué pasaba, para darse cuenta que los viejitos, Anastasio Haro y Gumaro Luna, eran los últimos peregrinos que llegaban a la capilla después de haber hecho el recorrido de rodillas. Gumaro no alcanzó a llegar y se había desmayado casi a las puertas de la iglesia. Por más que sus familiares les habían rogado que no lo hicieran, ellos se habían encaprichado y con mucho esfuerzo habían hecho el recorrido, todo en honor a la santa niña Crucita. Fue la última vez que se escuchó hablar de ella, pues una semana después murió Gumaro y a los diez días también Anastasio fue sepultado, ahí, junto al templete donde reposaba su hija.
El tres de mayo, los danzantes terminaban su jornada luego que se metía el sol, entonces solo se quitaban el bonete y se iban a gozar de la feria. La gente había aprendió a hacer negocio y sobre manteles de manta ponían pilas de guámara, pilas de cacahuates tostados, los cuales sabían muy sabrosos con un pedazo de charrasca, había tamalitos de cachaza, pan de huevo y para los que querían embriagarse, jarritos con alcohol de caña. Una señora de Juchipila, ensenó a las muchachas Villarreal a hacer flores de papel y cascarones de huevo rellenos con confeti. Durante todo el año se dedicaban a hacer esta artesanía, pues no solo vendían en Remolino, sino que seguían la serie de fiestas que se seguía haciendo en la comarca. Valían a tres flores por un centavo o un centavo si la querían perfumada. Las flores sin perfume se le podía regalar a cualquier muchacha, era un coqueteo, pero las perfumadas indicaban algo más, eran casi como una declaración de noviazgo.
Florentina Ríos, caminaba alrededor de la polvorienta plaza, acompañada por Matías Legaspi y Mariana Borruel. Reían felices porque Marcelino Munguía le había dado una flor a Mariana y ella iba renegando porque no había sido perfumada. Los muchachos Quintero estaban en una esquina de la plaza. Cada uno tenía una flor en la mano. Florentina se emocionó al mirar a Martin. Si solo tenían una, quería decir que eran de las perfumadas. Grande fue su sorpresa al mirar que delante de ellas iban las nietas de Reginaldo Horta y que Martin y Bacilio  se despegaron del grupo para acercarse a ellas. Le dieron sendas flores a Leandra y a Antonina. Ellas las recibieron y siguieron caminando riendo muy contentas. Florentina sintió una especie de coraje al contemplar a las coquetas. En eso estaba cuando miró de repente a Antonio parado frente a ella.
__ Florentina __ le dijo muy nervioso __Hágame el favor de recibir esta flor. Hágame el favor también de llevársela a la Santa Cruz. Florentina inconscientemente tomo el obsequio. Antonio se hizo a un lado para permitir que las muchachas siguieran caminando.
__Mira, esta perfumada __ Dijo Matías riendo emocionada, haciéndole notar la característica de la flor __ ¿Se la vas a regresar?
Dentro de la costumbre estaba, que luego de dar una vuelta a la plaza, si le regresabas la flor a quien te la diera, era una señal de rechazo, en cambio,  si se quedaban con ella y luego se ponía en el templete de la cruz, era prácticamente un si, como si hubiera sido una declaratoria de noviazgo.
__¡Pues si! __ Respondió Florentina __ Yo para que quiero esta flor.
Al dar la vuelta, con gusto miró cuando las muchachas Horta le regresaban sus flores a Martin y a Bacilio. Los miró hacer una rabieta. Mas coraje les dió, cuando vieron que Apolinar López se acercaba a Antonina Horta y  ella aceptaba una flor, la cual olía emocionada y luego la apretaba en su pecho.  Entonces Florentina pensó en un juego cruel, ella no iba a rechazar a Antonio, para ver si lograba que Martin se fijara en ella. Cuando paso junto a ellos dijo mientras miraba fijamente a Martin.
__  Gracias por la flor Toño. Yo no soy como las otras que no saben cuándo algo está muy bueno. Esta florecita se la voy a poner a la Santa Crucita.
Luego le dijo directamente a Martin.__ Yo no le regreso a nadie la flor…menso.
Las muchachas siguieron su camino, entonces Antonio lanzo un grito de emoción y abrazando a sus hermanos los llevo a tomarse un jarrito de alcohol con café, para celebrar que ellos seguían sin novia y él… él tenía a la más hermosas de todas.
Desde ese día, los muchachos Quintero, se la pasaban todas las noches rondando el jacal de Petra Lujano, buscando la manera de que Antonio pudiera platicar un ratito con la novia. A pesar de ser lo que era, Petra era muy celosa. Sabía por experiencia propia que los hombres traían muchas desgracias. A lo largo de su vida se había enamorado muchas veces, pero ningún hombre la tomaba en serio. Era una prostituta envejecida por esa labor precisamente y estaba amargada. Sin embargo la muchacha se daba sus manías, y buscaba la manera de charlar con el novio, aunque siempre las pláticas rondaban alrededor de la vida de Martin. Ella preguntaba que como había aprendido a danzar, que si cuanta caña cortaba, que cuanta podía, que había comido, en fin, todo lo que se refiriera a Martin. Antonio lo tomaba como muy natural, platicaban de Martin porque él también lo admiraba, era el más fuerte de todos. Florentina ponía todo su esfuerzo por querer a Antonio, pero un día se dio cuenta que a quien amaba con todas sus fuerzas, era a su hermano Martin. Lo comprobó el día que los rurales se lo llevaron.
Un domingo por la mañana hubo un pleito muy sangriento en el mercado de Juchipila. Dos rivales se encontraron, uno era de Moyahua, el otro de Juchipila. Lo curioso es que no se disputaban mujer alguna, los dos discutían sobre cual Santo Santiago era más milagroso, si el de Moyahua, o el de Juchipila. Los dos enumeraban milagros de cada pueblo, la cantidad de gente que iba a verlo, la cantidad de pólvora que se quemaba. En una de esas dijo el Moyahuense.
__ ¡Que tan bueno ha de ser su Santiago de ustedes, si ya hasta la Santa Cruz del Remolino es más milagrosa, ya la gente la quiere más y su fiesta es más bonita que la de Juchipila!
Aquello enardeció al Juchipilense y desenfundó su machete.
__ ¡Busque con que defenderse amigo! ¡Aquí se va a morir!
El de Moyahua corrió a uno de los puestos donde vendían machetes y de ahí alcanzo a agarrar uno y con el inició su defensa y luego atacó al contrincante. La lucha duró muchos minutos, ambos eran bravos y de buen pelear. Tumbaron los puestos, quebraron loza, hicieron correr a los comensales de los puestos de birria y menudo, pisotearon las frutas y verduras que sobre una manta ofrecía la gente, hasta que el juchipilence, llegara a donde estaba un tendido de frijol tirado y al pisar la pila de ese grano resbaloso, perdió el equilibrio y eso no lo desaprovecho el de Moyahua y con un golpe certero arrancó de cuajo la cabeza de su rival. Luego de aquello agarró el primer caballo que tuvo a la mano y a todo galope salió con rumbo al sur.
Los rurales llegaron abriéndose paso entre el gentío que miraban el cuerpo sin cabeza.
__ ¡Que paso aquí! __ Preguntaban
Las respuestas se escucharon de múltiples bocas.
__ ¡…Era uno muy alto! …
__ ¡…Que la del Remolino es la mejor…!
__ ¡…Bueno pal machete…!
Los rurales sacaron sus conclusiones, alguien alto del Remolino y bueno pal machete. Seguramente uno que andaba en la zafra. En la zafra andaban los tres hermanos Quintero.
Cinco rurales llegaron a donde iba el corte de caña. La gente los miró con miedo, ellos no llegaban a ningún lugar sin un objetivo. Ordenaran que todos dejaran de trabajar y se pararan en fila. De los cuarenta cortadores de caña los muchachos Quintero sobresalían, sobre todo Martin.
__ Ese mi capitán, mírelo. Se ve que está asustado.
__Bueno, pues lácenlo, si quiere correr denle un balazo.
Un rural se puso tras la fila de trabajadores y otro al frente, los dos con las chavindas en la mano. Nadie se imaginaba que su objetivo era Martin. De repente este sintió como caía una cuerda apretando su cuerpo, luego el que estaba frente a él, lanzaba su cuerda y también lo aprisionaba. Jalaron las chavindas, quedo atado.
__ ¿Qué pasa mi capitán? __Se atrevió a preguntar el que fungía como mayordomo de los cortadores.
__ Este hombre acaba de matar a un cristiano en Juchipila.
__ ¿Cuándo? Si andamos aquí desde en la madrugada cortando caña.
__ ¿Lo está encubriendo amigo? Dígame que no es cierto para llevármelo también a usted. Nomás vuelva a repetir que aquí anda desde la madrugada para llevármelo a usted como alcahuete. Mejor dígame que acaba de llegar y se puso a cortar caña para disimular que venía de Juchipila. Dígame mejor eso amigo, yo sé lo que le digo.
El mayordomo palideció. Sabía que estaba en un problema muy grande.
__ No mi capitán, pos yo no sé, es tanta la gente que traigo que a lo mejor se metió y ni cuenta me di…si eso ha de haber sido. Ha de dispensar.
Luego de aquello el capitán hizo una seña y los dos jinetes que tenían amarrado a Martin se pusieron a la par y empezaron a jalarlo con rumbo a Juchipila. Antonio corrió a preguntarle al capitán.
__ Oiga, es mi hermano. ¿Pa Donde lo llevan?
__ Así que tu hermano. Lo llevamos prisionero y lo más seguro es que no lo vuelvas a ver.
__ ¿Pero prisionero por qué?
__ No tengo por qué darte explicaciones __ Y diciendo esto, saco el pie del estribo y sin más le dio un punta pie en la frente que lo dejo desmayado.
Todos los cortadores de caña se quedaron viendo sin hacer nada. Hasta que desaparecieron de la vista fue que corrieron a auxiliar al desmayado. Atenójenes Rubalcaba le comento a Apolinar López.
__ Martin ya no regresa nunca, ya ves como son estos hijos de la chingada. Voy que un día de estos me consigo un máuser y me pongo a tumbar cabrones.
__ Ni le buigas Atenójenes, ni le buigas, no te vayan a oír.
Efectivamente, Martin nunca volvió, ni siquiera se supo que fue de él, si lo colgaron o se lo llevaron prisionero, lo único que supieron fue que llego a Juchipila, ahí “alguien” lo identifico como el asesino del mercado y otro día se lo llevaron los rurales con rumbo desconocido.
Florentina fue quien más lo lloró. Resignada luego de seis meses que se lo llevaran, una noche accedió a lo que le pedía Antonio, que se casara con él. Florentina en cierta manera veía a Martin en Antonio, igual de altos, igual de guapos, igual de fuertes, aunque, diferentes en el tamaño de su hombría, pero qué más daba, se casaría con Antonio, para imaginarse que se casaba con Martin.
Petra Lujano aceptó aquel matrimonio porque sentía que así dejaba de responsabilizarse de su hija, la entregaba de blanco a un hombre muy bueno y trabajador. De esa manera, su hija Florentina si sería una mujer decente. Petra no se imaginaba que equivocada estaba, pues pronto iba a llegar un hombre que iba a terminar con su tranquilidad y la tranquilidad de su hija. Un hombre que llego junto con  las higueras del Remolino. Un hombre al que apodaban el machete por el tamaño de su virilidad. Un hombre que jamás debió de haber llegado al Remolino, ésta es su historia.
FRANCISCO RODRÍGUEZ LÓPEZ
Final del formulario

     

jueves, 6 de marzo de 2014

CAPITULO XXIX, LA VENGANZA DE AGRIPINO Y SU CONDENA.

Agripino asustó  a todos los presentes. Su reto era muy común por aquellos lugares, esa salvaje costumbre que hicieran popular los chinacos seguía vigente.
__ ¡Anda viejo alcahuete! ¡Así como eres bueno para ofrecer a tus hijas, a ver si eres bueno para responder como un hombre! ¡Ya cuando montas a tus hijas vas y se las regalas a cualquier pendejo! ¡Porque seguro quieres a tus hijas para ti!
Se escucharon los murmullos de la gente. La esposa de Melquiades lo agarraba con mucha fuerza. Sus hijas lloraban suplicando que se fueran de ahí.
__ ¡Eres un cobarde Melquiades!
El retado analizó  la situación, la llevaba de perder, nunca se había peleado de aquella manera, ni siquiera iba  armado. Si accedía a aquel pleito sabía que iba a morir. Mejor era huir, ya buscaría la manera de desquitarse, por lo pronto era mejor la vergüenza que la muerte.
__ ¡Yo no peleo con borrachos! __ Al decir esto dio media vuelta y a grandes pasos se alejó con rumbo a la plaza donde había dejado su carreta. Su familia tras él.
La gente quedó seria, era raro ver que se eludiera un pleito después de tantas ofensas. Sin embargo de repente lanzaron un grito general, al mirar que Agripino  corría tras Melquiades y cuando lo alcanzó, hundió su daga una y otra y otra vez en la espalda de aquel hombre. Cayó dando de gritos y pidiendo ayuda. Nadie se atrevió a defenderlo porque Agripino riendo como un loco amenazaba a los presentes. Las únicas que se atrevieron a acercarse fueron su mujer y sus hijas, que  gritando horrorizadas imploraban por ayuda también. Agripino tomó del pelo a la mujer que fuera su novia, con rabia la levantó.
__ ¡Tú te vienes conmigo!
__ ¡No Agripino, no, por favor!
__Dije que te vienes conmigo.
El alboroto era grande. La gente seguía sin intervenir. De repente se escucharon las pisadas de muchos caballos en el empedrado. La gente abrió el círculo que habían hecho alrededor del herido y su familia. Un grupo de charros muy elegantes aparecieron. Montaban caballos de fina estampa
__ ¿Qué pasa aquí? __ Pregunto el hombre que capitaneaba a aquellos charros.
Nadie le contesto nada, el cuadro lo decía todo. Un hombre ensangrentado muriendo en el empedrado, otro jalando a una muchacha que no paraba de gritar por ayuda, otras mujeres llorando abrazadas del hombre que estaba tirado, el que jalaba a la muchacha con una daga ensangrentada en la mano.
__ ¡Apláquese amigo, apláquese o lo aplaco!
Agripino sin soltar a la muchacha amenazó al charro con su daga mientras le decía.
__  ¡A Agripino Ríos no lo manda ningún currito! ¡Si se siente muy hombre bájese del caballo!
__ ¡Muchachito pendejo! ¡No sabes ni a quien le has dicho eso! ¡A los rurales de mi general Porfirio Díaz, nadie le falta al respeto! ¡Muchachos, vamos aplacando a este gallito!
Los charros se aprestaron a cumplir la orden. Todos desenfundaron un brillante sable, menos un prieto fornido que desanudo de los tientos de la silla de su caballo un largo látigo. 
__ ¡Déjemelo a mi capitán! ¡Ya hace rato que esta chirrionera no despelleja a un perro!
Los rurales rieron. Conocían la habilidad de aquel prieto con aquella arma. El llamado capitán dijo.
__ ¡Todo suyo Mireles! ¡Pero no me lo vaya a matar, mi general Díaz lo necesita vivo!
Agripino, al igual que la demás gente estaba sorprendido. No sabían quiénes eran aquellos charros. El rijoso soltó a la muchacha y aun con la daga en la mano enfrentó al llamado capitán, fue por eso que, le llegó por sorpresa el primer golpe. Se escuchó un chasquido, luego aquel zumbido en el aire y después  el golpe que como si  fuera una navaja, rasgó su camisa y luego la piel de su espalda.
Gritó sorprendido y volteó a ver de dónde había venido el golpe. Miró al prieto que lo contemplaba burlesco con el látigo en la mano. Luego vio como de nuevo lo levantaba y con una maestría increíble lo dejó caer de nuevo rasgando el aire y luego su pecho. El dolor fue intenso. Cayó al suelo pero se incorporó de inmediato. La daga no supo ni a donde fue a caer. Quiso huir, pero lo rodeaba aquel grupo de jinetes que solo le iban dejando espacio para que avanzara lentamente. Cuando quedaba junto a un caballo, además del látigo, también sentía los sablazos, que de canto le llovían en la espalda, en la cabeza, en el cuello. Así se lo fueron llevando por toda la calle rumbo a la presidencia. Llegaron a la plaza. Los latigazos no paraban. Sangraba de la espalda, del pecho, nalgas, piernas. Aullaba de dolor. La gente los seguía, no había nadie que sintiera lástima por aquel asesino. Frente a la presidencia cayó de rodillas llorando a más no poder. Ahí estaban los policías, pero ninguno hacia nada, aquellos charros imponían respeto.
__ ¡Ya está bueno Mireles! __ Ordenó el capitán. El prieto, sin dejar de sonreír fue recogiendo su látigo enredándolo en pequeños círculos, luego le dio un beso y lo volvió a amarrar en los tientos de su silla.
Agripino pensó que su castigo había terminado y se incorporó para irse, pero el capitán le gritó.
__ ¡Quieto amigo, que no hemos terminado! ¡Usted está arrestado y se va con nosotros! ¡Si hay celdas en esta presidencia, háganme el favor de encerrarlo!
__ ¿Quiénes son ustedes? __ Por fin pregunto un hombre  parado en el quicio de la puerta de la presidencia __ Yo soy la autoridad de Juchipila.
El capitán desmontó. Se acercó al hombre y le tendió la mano.
__ Capitán Esparza. De la policía rural de mi general Porfirio Díaz. Tenemos la orden y la facultad de llevar la justicia a todos los rincones de la Republica. Todas las autoridades están a nuestras órdenes porque nuestra palabra es ley. ¿Alguna duda?
__ No señor, todo muy bien entendido.
__ Entonces enciérreme a este cabresto. Nos lo vamos a llevar junto con todos los presos que tenga y los que vamos a apresar.  El señor presidente los necesita en el ejército o en Valle Nacional. Desde este momento está presidencia es nuestro cuartel, lo mismo la fonda donde nos vamos a hospedar. ¿Alguna duda?
__No señor, todo entendido.
Frente a la iglesia murió Melquiades. Desangrado, sin que nadie le ayudara. Agripino preso por aquellos elegantes charros que decían ser, la policía rural del general Porfirio Díaz.
No había pasado media hora de aquel zafarrancho, cuando llegó María Arelis hecha una fiera hasta la presidencia.
__ ¡Vengo para que suelten a mi hijo inmediatamente! ¡Si es verdad que me lo golpearon no saben en el pedo que se metieron!
Con palabras altisonantes insultando a todos los presentes, exigía ver inmediatamente a su hijo, que lo soltaran, que los iba a matar a todos.
Dos charros custodiaban la puerta. María quiso entrar a la fuerza, pero los charros sacaron inmediatamente sus sables y puestos en cruz, impidieron que ella avanzara.
__ ¡Ni crean que con sus chingadas alcayatas van a impedir que entre a rescatar a mi hijo! ¡No saben de lo que es capaz una madre!
Sin medir consecuencias quiso brincar aquel improvisado cerco, entonces uno de aquellos hombres la tomó del pelo y sin ninguna consideración la jaló y de un empujón la aventó hasta media calle. En eso apareció el capitán Esparza. Desde el suelo lo miro María. Su figura imponía respeto.
__ ¿Qué pasa?
__ Parece que es la madre del prisionero. Se quiere meter a la fuerza.
El capitán Esparza la miró. Sonrió, luego le dijo cruelmente.
__ Lárguese  para su casa señora. A su hijo no lo vuelve a ver nunca jamás. O si lo vuelve a ver, será colgado de la rama de algún mezquite. Así que despídase para siempre de su muchachito.
María lo miró con odio. Volteó para todos lados buscando alguna piedra suelta para tirarle a aquel desgraciado. No había ninguna, todas estaba muy bien amarradas en el empedrado. Lo único que tuvo a la mano fue una pila de pasojos frescos de los mismos caballos de aquellos charros. Eso fue lo que utilizó de arma. Con rabia agarró un puño de bazofia y la tiró al rostro del rural. Tanta fue su mala suerte que aquellos despojos pegaron en la cara del capitán, luego se resbalaron y ensuciaron su chaquetilla de adornos plateados. El coraje pinto su rostro de rojo. Sin consideración alguna se acercó a la mujer que aún estaba tirada y como si pateara a un perro de dio tremendo puntapié en el abdomen, luego otro y otro para rematar de cuclillas descargando sus  puños sobre el rostro de la pobre mujer, que ni siquiera tuvo oportunidad de quejarse. La desmayó y luego dio una orden.
__ Enciérrenla también. Esta se va a Valle Nacional a divertir garañones.
Cuatro días después. Se miró a los rurales salir de Juchipila. Llevaban cuarenta presos, entre ellos, María Arelis y su hijo Agripino, ambos aun mostrando las secuelas de la golpiza que les habían propinado. Pasaron por el Surco de Nopales. Los jacales estaban solos, las prostitutas habían huido temiendo que los rurales fueran por ellas. Luego pasaron por el Remolino, Petra Lujano estaba en el patio de su jacal, los miró cuando pasaron y solo dijo tocando su abultada barriga __Mira mijo, ahí va tu padre y tu abuela, a ver cuándo los volvemos a ver__ Luego pasaron por la plaza del Remolino, los hombres sintieron lástima por María, tantas veces que los había divertido. Al pasar por el Arroyito Blanco, el padre de María rajaba leña. María gritó__ ¡Padre, padre, perdóneme!__ El hombre miró la comitiva, ni siquiera levantó la mano,  luego siguió con su trabajo como si nada. En Contitlán, a la orilla del camino estaba la familia de Melquiades que no pararon de gritarle maldiciones al preso, solamente aquella que fuera su novia no decía nada. Lo miró con mucha tristeza y luego se puso a llorar con mucho dolor. Todos pensaron que era por la reciente muerte de su padre. Solo ella sabía que no era así.
Petra le había dicho al feto que llevaba en su vientre, que a ver cuando los volvían a ver. Eso nunca sucedió. Agripino fue mandado a Valle Nacional,  y ahí fue esclavizado en una hacienda. María fue mandada a Yucatán, a los henequenales y allá murió de hambre, pues aunque siguió sirviéndole a los hombres, allá no había quien pudiera pagarle.
Nunca volvieron y Petra tuvo que sobrevivir sola, cuidando de la niña que tuviera una noche lluviosa y fría, le puso por nombre Florentina, la tal Florentina Ríos…Esta es su historia.

 FRANCISCO RODRÍGUEZ LÓPEZ

martes, 4 de marzo de 2014

CAPITULO XXVIII, EL BORRACHO DE AGRIPINO.

El Remolino crecía lentamente. De repente alguna familia llegaba y hacia su jacal sin pedirle permiso a nadie, generalmente a la orilla del camino real o de los arroyos. La gente empezó a cercar lo que consideraba su propiedad con bellas cercas de piedra, y con ese mismo material hacían los corrales para sus animales.
Reginaldo que era quien tenía un poco de conocimiento de urbanidad por sus constantes viajes a las ciudades, fue quien sugirió que  no se siguieran haciendo remolinos de casas y se marcaran algunas calles, para que la circulación fuera más fácil. Así fue como desde la plaza, salieron algunas calles, todas chuecas, pues nadie siguió el reglamento y seguían cercando como les venía en gana. Estaba el camino real, que era una calle natural a la orilla de la plaza, luego, se hicieron dos calles que llegaban directo a la capilla, en dirección norte-sur, luego una calle hacia el oriente que daba al llano que había entre arroyo y arroyo, en donde la gente solía soltar sus animales en tiempos de secas, y por eso le llamaban el potrero. Poco a poco se pobló  toda la orilla del camino real, de tal manera que las únicas salidas del Remolino para ir al cerro, eran los cauces de los arroyos.
En tiempo de lluvia, cuando los arroyos bajaban con torrentes incontenibles, varias veces arrasaron con jacales que estaban muy a la orilla, fue por esa razón que con mezcal de cal y piedra (cal y canto) hicieron muros de protección para evitar que aquel aguadijal los inundara o incluso llegara hasta la plaza.
Anselmo Arelis se había fincado junto a las casas de Anastasio Haro, a la orilla del arroyo que había más al sur, el llamado Arroyito Blanco. Este hombre ya había vivido en el Rio Adentro, luego, al otro lado del rio, pero en ningún lugar estaba a gusto porque tenía cuatro hijas y era muy celoso, tanto con ellas como con su mujer. No quería que la gente anduviera hablando de ellas y pensó que el Remolino era la mejor solución para mitigar sus celos, acá vivía pura gente decente. Nunca se imaginó el hombre, que la amistad que su hija tenía con Elvira Luna, era más que nada de complicidad, pues las dos muchachas se protegían una a la otra,  para poder tener sus amoríos con el soldado francés. Por ser Elvira una muchacha seria y de familia, era que Anselmo dejaba que María se fuera a dormir a la casa de Elvira, supuestamente para que le ayudara a cuidar a su abuelita ya muy anciana y viejecita.
El día que se descubrió que ellas se metían con el francés, María y Elvira fueron a esconderse al cerro de las Ventanas. Ya muy tarde tuvieron que regresar a sus casas. A María ya la estaba esperando Anselmo con la coyunda de los bueyes remojando en una batea.
Ella llegó  con la cabeza baja. Anselmo la recibió con una cachetada que la derribó, luego fue por la coyunda y con aquella correa húmeda la golpeo hasta dejarla desmayada. Ahí quedo tirada, por orden del mismo hombre nadie de la casa debería de ayudarle. Cuando despertó, se incorporó y solo escucho el grito de su padre desde adentro del jacal.
__ ¡Lárgate mucho a la rechingada si no quieres que te ponga otra monda!
El sol se estaba metiendo cuando salió de su casa. Camino rumbo al norte por el camino real. Paso a un lado de la plaza. Llego al remolino de los Luna y pregunto por Elvira. Gumaro salió y con gritos la corrió pidiéndole que nunca regresara. Siguió de largo por el camino real. Paso en medio de la nopalera y llego hasta la ermita de Bernabé, en donde le habían quemado sus cruces los soldados de Santa Anna. Ahí se le acabaron las fuerzas y nuevamente se desmayó. Antes de amanecer despertó por el frio y busco refugio en la ermita. Cuando el sol salió la atosigo el hambre. Recordó que el día anterior no había probado bocado. Un hombre venia por el camino. Sin pena alguna lo abordo.
__ Oye ¿no tienes algo de comer?
El hombre la miro. Muy hermosa. Los ojos hinchados como que había llorado mucho. En el morral de ixtle que llevaba al hombro, sabía que iban los tacos de frijoles que le había preparado su mujer como bastimento para todo el día. Si se los daba a aquella mujer ¿Entonces qué comería él? En el trapiche a donde iba, solo había cañas y más cañas, harto estaba de ellas.
__ No, nomás trigo mi itacate, pero no te lo puedo dar, es pa mí.
__ Ándale, no seas malo. Tengo mucha hambre, o dame tres centavos para ir a comer a Juchipila. Mira, si me das algo__ En ese momento por la desesperación del hambre, María le mostro sus pechos__ Te dejo que toques mis pechos.
El hombre sintió un escalofrió. El espectáculo era hermoso. Los pechos firmes de una jovencita no como los cuajos de su mujer. Saco el bonche de tacos que enredados en una hermosa servilleta bordada emanaban un rico olor a tortilla recién hecha.
__ Te los doy todos, pero si me dejas que te monte.
María lo analizó por un momento. Virgen ya no era, hacia dos meses que ese privilegio se lo había otorgado al francés. No le había venido el sangrado mensual como solía ocurrirle y ya lo había comentado con Elvira, que le pasaba lo mismo, a lo mejor estaban embarazadas. Ya sospechaba lo que era una realidad, llevaba el producto de sus amoríos con el francés y por experiencias ajenas, sabía que tenía que cuidarse, pero que caray, el hambre era mucha y si no le había pasado nada con la golpiza que le había dado su padre, que podía pasar si le permitía a aquel hombre que la montara, lo importante era comer. Ella coqueta camino tras la nopalera, el hombre tras ella. Solo se agacho y el hombre hizo el trabajo mientras ella fatigaba para desanudar la servilleta y empezar a comer con desesperación aquellos tacos. Un minuto después el hombre termino la acción. Se despidió de ella y siguió su camino rumbo al trapiche mientras María terminaba con toda la ración, luego se quedó dormida plácidamente.
Al medio día llegó  un hombre montado a caballo. Se detuvo frente a ella. La miró y sonriendo le preguntó.
__ Oye muchacha ¿Es cierto que tú haces travesuras por unos tacos?
María sintió mucha pena por aquella pregunta, quiso responder agresivamente, pero se contuvo y sintiendo que el hambre le volvía a hacer otro llamado, contestó  sonriente.
__ Pues por unos tacos o por unos cinco centavos.
__ Ja, cinco centavos, ¿No querrás mejor un ocho reales?
__ Pos usted dirá.
Muy sonriente el hombre desmontó. Amarró su caballo a un huizache. Desamarró un sarape que llevaba en la parte trasera de la silla del caballo y luego, tomando a la muchacha del brazo la llevó atrás de la nopalera.
__ Vente chiquita, ya verás que bien nos vamos a arreglar tú y yo.
Aquel hombre estuvo mejor que el de la mañana, cuando todo terminó, el hombre se vistió y le arrojo unas monedas de cobre a la muchacha.
__ Toma, con esto puedes ir a Juchipila y comer en la fonda. ¿Dónde vives?
__ Pues aquí, donde más.
__ ¿En dónde?  Nomás está la ermita
__ Pos ahí.
__ Va a hacer frio. Quédate con el zarape, mañana voy a mandar unos hombres para que te hagan un jacal. Voy a venirte a ver casi todos los días. A ver si se te quitan pronto esos moretones que tienes en las piernas. Se te ven muy feos.
__ Pues sí. Me los hizo mi padre ayer.  Se me van a quitar.
El hombre volvió a su casa en el Ahualulco y ella corrió a Juchipila para comer en el mesón. Ahí contó  en donde vivía y que por unos centavos haría feliz al hombre que quisiera, es misma noche la visitaron cinco hombres de Juchipila.
Otro día, tal y como le había prometido el hombre del Ahualulco, llegaron tres hombres y en un dos por tres le hicieron un jacal. Les pagó con caricias.
Ese se volvió su negocio, de eso vivía. Los clientes le sobraban, de tal manera que muchas veces los hombres se tenían que sentar a la sombra de un mezquite mientras la desocupaban. A veces era tanta la espera de sus ocasionales amantes,  que se le ocurrieron dos cosas; una, vender alcohol para que la espera no fuera tan desesperante y otra, buscar otras mujeres que le ayudaran en los menesteres sexuales. Pronto se notaría su embarazo y a lo mejor los hombres ya no la iban a querer.
A los siete meses dejó  de atender hombres. Ya tenía tres muchachas trabajando con ella. El jacal inicial era insuficiente y mandó  hacer otro, uno que era la cantina, y otro,  el cuarto de cortejo. Cuando nació Agripino, ella se sentía ser una mujer muy rica.
El niño se crió en ese ambiente. Mirando pleitos de borrachos y escuchando a las prostitutas en sus diarios quehaceres. Su madre era la matrona y eso le daba muchos privilegios. Antes de cumplir los catorce años tuvo su primera eyaculación, rodeado de muchachas que se  le celebraban emocionadas. Desde ese momento las mujeres no le faltaron, sin embargo se sentía vacío, muy vacío.
A los 18 años, Agripino   conoció a una muchacha de su edad en el rancho de Contitlán. Amalia Toledo. Se enamoró perdidamente de ella y ella de él. Tenía la personalidad del francés, no el color de sus ojos, pero si esa piel blanca y sobre todo el carisma.
Todos los días. De madrugada ensillaba su caballo y se dirigía a aquella comunidad. Por un hoyo que había en el jacal que servía como cocina en la casa de los Toledo, platicaban mientras Amalia molía el nixtamal en el metate. Cuando se despedían porque ya iba a amanecer y ella tenía que hacer las tortillas, se iba Agripino con una gran nostalgia.
Cuando el padre de ella, Melquiades Toledo, lo descubrió una madrugada pegado a la pared del jacal platicando con la muchacha, su rabia fue tanta que no pudo evitar darle unos golpes, luego que se dio cuenta quien era el novio, con mayor razón evitó  que su hija anduviera con ese sinvergüenza, descarado, inmoral, libertino. Cuando él iba al jacal del Surco de Nopales, siempre lo miraba muy abrazado de alguna de las muchachas. Para evitar que su hija siguiera de volada con el hijo de la María, fue a la hacienda de Guadalajarita y ahí se la ofreció al administrador de la hacienda, un hombre viudo y rico que no desaprovechó  la oportunidad de casarse con una jovencita y tres días después de eso, se fueron a Moyahua y allá se casaron.
Agripino sufrió mucho, por sugerencia de su madre y de las mismas mujeres, se dio a la bebida y se volvió un pleitista. Su madre para consolarlo le apartó a una de las muchachas que trabajaba con ella, Petra Lujano y les hizo un jacal a la orilla del arroyo, en el Remolino. Su madre se encargó de mantenerlos porque Agripino no trabajaba, siempre andaba borracho. Petra Lujano, se enamoró del muchacho y a pesar de lo que fue, se volvió una mujer fiel, aunque sufría por las borracheras de su hombre y las golpizas que le propinaba sin motivo. No se imaginaba lo que pronto sucedería con aquel hombre, que no la amaba, pero que por ocasionalmente la ocupaba y por esa razón había quedado en estado.
Un domingo por la mañana, Melquiades Toledo salía de misa en la iglesia de Juchipila. Lo acompañaba su familia. Su hija Amalia entre ellos, cargando el niño, producto de su matrimonio con el hombre de Guadalajarita. Toda la gente se sorprendió cuando escucharon aquel grito lleno de rabia.
__ ¡Melquiades Toledo! ¡Prepárate a morir! ¡Vengo a matarte! __ Y miraron a Agripino Ríos, con una daga en la mano y un pañuelo en la otra, ofreciéndosela al padre de Amalia.